Irán, la piedra en el zapato de la izquierda: por qué les rompe su relato
El régimen islámico iraní reprime sin piedad todas las libertades que defienden los progres occidentales
La muerte del presidente iraní Ebrahim Raisi en accidente de helicóptero ha cogido a los líderes de la izquierda y sus medios afines a contrapié. La mayoría han optado por el silencio o un tono aséptico moderadamente condescendiente. En el trasfondo está la incómoda relación del campo progresista con un régimen tiránico opresor de las mujeres y los movimientos sociales que, no obstante, encabeza la alianza contra Estados Unidos e Israel.
Esto lleva a la izquierda a incurrir en flagrantes contradicciones, como levantar la bandera del feminismo radical pero a la vez ignorar la lucha de las mujeres iraníes contra el régimen islámico que las oprime. Incluso llegaron a decir que reivindicar la lucha de estas mujeres era atizar el fuego de la islamofobia.
Esta contradicción se ha acentuado aún más con la guerra del Próximo Oriente, que pone a Irán en cabeza del bloque propalestino contra Israel. La izquierda ve en Irán a un aliado inestimable en la lucha contra el imperialismo yanki-sionista, y de paso un catalizador de sus fantasías filoislámicas.
La contradicción es que las libertades que defiende la izquierda, como la de las mujeres o la del movimiento LGTBI, se encuentran en el campi imperialista yankee y en cambio son reprimidas en los regímenes islámicos.
Regímenes como el de Ebrahim Raisi, a quien conviene conocer mejor para entender la flagrante contradicción de la izquierda.
Quién es en realidad Ebrahim Raisi, el ‘carnicero de Teherán’
Nacido en el seno de una familia religiosa, Ebrahim Raisi se formó en seminarios islámicos donde se empapó de la ley islámica antes de iniciar una fulgurante carrera judicial. Con veinte años ya era fiscal de distrito, y en 1988 supervisó la ejecución de 30.000 disidentes políticos conocida como ‘la matanza de Teherán’.
La presión internacional no solo no cortó su progresión sino que le dio un nuevo impulso, hasta convertirse en uno de los jefes del Poder Judicial y Fiscal General del país. Su meteórico ascenso coincidió con sus buenas conexiones políticas.
Unas conexiones que se granjeó gracias a su fervor religioso, su posicionamiento conservador y su lealtad al régimen teocrático que gobierna el país desde hace décadas con mano de hierro.
Pese a presentarse a las elecciones de 2021 como un proyecto reformista y anticorrupción, su victoria simbolizó la consolidación del conservadurismo y el fundamentalismo en la República Islámica iraní. Su política exterior se basó en la ruptura con Occidente y el fortalecimiento de los lazos con los países islámicos y otros aliados tradicionales como Rusia y China.
Su oposición a Israel le convirtió en un aliado para la izquierda propalestina, pese a ser considerado por la comunidad internacional como el caudillo de un régimen autoritario que viola constantemente los derechos humanos.
De dónde viene la admiración de la izquierda por Irán
Para entender la devoción de la izquierda hacia el régimen iraní hay que retroceder hasta 1979, cuando el ayatolá Jomeini lideró desde el exilio la revolución islámica que derrocó el shah apoyado por Estados Unidos y Occidente. La revolución islámica estuvo apoyada por la izquierda y el movimiento estudiantil, y de ahí las simpatías que sigue despertando el régimen iraní en la izquierda occidental.
Pero también por el fundamentalismo islámico, ya que la revolución supuso el cambio de un régimen autoritario pro-occidental por una teocracia islamista dirigida por los jueces intérpretes de la ley islámica.
Desde el occidente progresista, antiimperialista y filoislámico, se sigue viendo la revolución iraní con romanticismo e idealización. Los intelectuales de cabecera de la izquierda vieron en aquella revolución los potenciales subversivos del Islam frente a un comunismo obrero ya agotado. Cuando a lo largo de los años el islamismo mostró su rostro más cruel en la represión de la disidencia, de los derechos sexuales o de la igualdad de la mujer, estos mismos intelectuales miraron hacia otro lado.
Pero lo peor aún estaba por llegar.
La flagrante contradicción de la izquierda
La izquierda occidental después de la caída de la Unión Soviética suele ver el mundo de manera bipolar, dividido entre el campo imperialista y el antiimperialismo. Eso le lleva a simpatizar con regímenes opuestos al imperialismo occidental, con independencia de sus estándares democráticos. En el caso de Irán, la admiración izquierdista alcanzó su clímax durante el mandato de Mahmud Ahmadineyad (2005-2013).
Su presidencia, marcada por un giro en la política exterior, coincidió con la instalación de regímenes socialistas en América Lartina, como el de Hugo Chávez (2002-2013) en Venezuela, y el de Evo Morales (2006-2019) en Bolivia. Ahmadineyad se declaró enemigo de los Estados Unidos, y estrechó lazos con países como Venezuela, Cuba y Corea del Norte, en lo que se llamó popularmente “el eje del mal”.
Pero además, Ahmadineyad hizo gala de un odio furibundo hacia Israel, llegando a negar el Holocausto y deseando la desaparición del Estado israelí.
Sí, también aceleró el programa nuclear iraní, atacó a las mujeres y a los homosexaules, y fue acusado de violar sistemáticamente los derechos humanos en su país. Pero a la izquierda eso le daba igual, porque Ahmadineyad representaba, con su alianza con el socialismo latinoamericano y su antiimperialismo, la culminación de aquella revolución islámica que había reavivado las aspiraciones del campo progresista.
El ascenso de Ebrahim Raisi al poder supuso un giro conservador, sobre todo en la esfera social, y esto incomoda extremadamente a la izquierda. La revuelta de las mujeres que se cortaban el pelo fue un ejemplo, ya que la izquierda guardó un vergonzoso silencio. El conflicto en Palestina obliga a la izquierda occidental a ignorar las vergüenzas del régimen iraní, pese a saber que la bandera palestina, igual que la iraní, simbolizan la represión de todo aquello que la izquierda posmoderna defiende en occidente.
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