Como en el cole: El diputado amigo de Puigdemont que reparte chuches en el Parlament
El prestigio de la institución, cuesta abajo y sin frenos
Hace tiempo que el Parlament de Cataluña ha perdido el prestigio que tenía y se ha convertido en un universo paralelo. Este miércoles, la cámara ha rozado el esperpento con una fiesta de cumpleaños improvisada. El protagonista no es otro que el diputado de Junts y estrecho amigo de Puigdemont, Jaume-Alonso Cuevillas.
El diputado ha entrado en el hemiciclo con una gran bola de golosinas para repartir entre los diputados, consellers y fotógrafos. Ha querido así celebrar sus 62 años con sus compañeros en la cámara. Una escena que parecería divertida si no fuera por la solemnidad que merece la institución, sobre todo en este difícil contexto.
Recordamos, Jaume-Alonso Cuevillas, exdiputado en las Cortes y actual diputado en el Parlament, fue también secretario segundo de la cámara. Además fue abogado de Carles Puigdemont, hasta que este lo fulminó por cuestionar la estrategia de la confrontación y la desobediencia. Pero no acaba ahí la cosa.
Cuevillas fue quien en 2021 vaticinó que Cataluña sería independiente en la próxima década. El mismo al que un restaurante de Girona acusó de haber intentado hacer un “sinpa”, y que recientemente fue atacado por un mero de grandes dimensiones. Está claro que la discreción no es lo suyo.
La degradación del Parlament
“Nivel de patio de escuela, parlamento vacío de poder y competencias”, es la reacción que ha suscitado en las redes sociales la escena de hoy. El comentario refleja a la perfección, la extendida sensación de que el Parlament ha perdido su decoro. Ni los propios diputados, representantes electos, se lo toman en serio.
La política catalana atraviesa una grave crisis de confianza de los ciudadanos, pero parece que aún no ha tocado fondo. El reflejo de todo esto es el Govern en minoría de un partido empeñado en batir récords de impopularidad. Y sustentado por otro partido que lleva ganando tres elecciones consecutivas pero que no quiere gobernar.
El Parlament, que un día disfrutó de un gran prestigio, ahora se ha convertido en expresión de esta decadencia. Si hace días vimos a una diputada haciendo una peineta a otro, hoy asistimos a un reparto de golosinas como en el patio de un colegio. Algunos aún se extrañarán del hartazgo de los catalanes con sus dirigentes.
Los catalanes viven con la sensación de desgobierno y sin saber exactamente para qué sirve una de sus principales instituciones, el Parlament. Pero también saben que la cámara ha aumentado la partida de gastos para los asesores de los partidos políticos para el año que viene. La fiesta continúa, y la pagan los ciudadanos.
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