Montaje con foto de personajes
POLÍTICA

Del 23-J al 12-M: Los diez meses que culminan la crisis política en España y Cataluña

La crisis política catalana y los escándalos de corrupción podrían hacer caer a Pedro Sánchez antes de lo esperado


La debacle electoral del PSOE en las municipales del 28 de mayo desencadenó un proceso de catarsis política que culmina un año después con sendas crisis en España y Cataluña. El presidente del Gobierno sorprendió a todos convocando unas elecciones anticipadas que se antojaban como un plebiscito a la figura de Pedro Sánchez. Contra todo pronóstico el PSOE consiguió salvar los muebles, pero con un resultado envenenado que ha acelerado la crisis política tanto en Madrid como en Barcelona.

Pedro Sánchez consiguió evitar la mayoría absoluta de PP y Vox, pero para formar gobierno necesitaba sí o sí los votos de Carles Puigdemont. Se abrió entonces un arduo proceso de negociación que obligó al PSOE a aceptar la amnistía a cambio de la investidura. Pedro Sánchez fue investido el 16 de noviembre, en medio de una fuerte presión social con manifestaciones en las calles y conatos de violencia frente a la sede socialista en Ferraz.

Santos Cerdán y Carles Puigdemont, reunidos en Bruselas, sentados en un sofá

“Acaba de cometer usted un error”, le dijo Feijóo a Pedro Sánchez tras ser investido, una premonición que solo unos meses después se ha revelado como certera. Sánchez creía que la necesidad de unos y otros serviría para mantener unido el pegamento del nuevo Gobierno Frankenstein. Todo iba bien hasta que el 29 de enero Junts dijo ‘no’ a la ley de amnistía, y empezaron a acumulársele los problemas al presidente.

España y Cataluña, ingobernables

El PSOE había conseguido lo más difícil, mantener un cierto equilibrio entre dos partidos rivales como ERC y Junts, que incluso llegaron a acercar posiciones durante la negociación de la amnistía. Pero el inesperado ‘no’ de Junts a la amnistía obligó a retrasar no solo la ley sino también los Presupuestos Generales del Estado 2024. Por si fuera poco, en febrero estalló el caso Koldo, un escándalo de corrupción que implicaba a altos cargos del gobierno socialista como la presidenta del Congreso, Francina Armengol, y el exministro de Sanidad y hombre clave de Sánchez en Cataluña, Salvador Illa.

Asediado por el escándalo de corrupción, Pedro Sánchez observaba atónito la caída del gobierno catalán. Y esta vez no podía echar la culpa a la derecha, porque habían sido sus propios socios de coalición quienes habían desencadenado la crisis. El rechazo de los Comunes a los presupuestos de Pere Aragonès por el proyecto del Hard Rock llevó al President a disolver el Parlament y convocar elecciones anticipadas para el 12 de mayo. 

Plano medio de Pere Aragonès hablando en el discurso de Sant Esteve con una senyera en el fondo

La crisis catalana abría un período de incertidumbre que se sumaba a la debilidad de un PSOE incapaz de aprobar los presupuestos y señalado por la corrupción. Los socialistas compiten ahora en una campaña electoral contra Puigdemont, a quienes ellos mismos han salvado permitiendo su regreso a Cataluña, y con su candidato debilitado por la sombra de la corrupción. La cosa se ha complicado esta semana cuando, tras el papelón de Illa en la comisión de investigación en el Congreso de los Diputados, se ha conocido la admisión a trámite de la denuncia contra Begoña Gómez, esposa del presidente, por presunto tráfico de influencias y corrupción en los negocios. 

Más que una crisis política

Pedro Sánchez, a quien ya se le notaba especialmente agotado estas últimas semanas, ha anunciado por sorpresa que medita presentar su dimisión. Más allá de si va en serio o es un farol, su anuncio marca un punto de inflexión en esta legislatura infernal que se le está haciendo cuesta arriba desde el principio. En noviembre muchos se preguntaban cuándo tardaría a caer un gobierno que parecía no tener ni pies ni cabeza, pero nadie imaginaba un proceso tan vertiginoso de descomposición.

En apenas diez meses parecen haber eclosionado todas las contradicciones en las que navegaba hacía tiempo la política española, y que Pedro Sánchez conseguía disimular con una interminable huida hacia adelante. Su primer error fue prestarse al chantaje de Puigdemont y agitar el avispero catalán pensando que podía mantener a sus actores bajo control. Su segundo error ha sido pensar que sus socios actuarían siempre con una inquebrantable lealtad, cuando en realidad tanto Sumar como ERC han demostrado obedecer solo a sus propios intereses. 

Pero además, Sánchez ha hecho gala de una inconmensurable prepotencia al considerarse intocable e impermeable a la corrupción. Pero su caída, si es que cae, señalaría no solo el fin de un personaje sino también de un sistema, el sanchismo, basado en el sometimiento de los principios a las necesidades propias. Por eso lo que está sucediendo en Madrid y Barcelona, como un cordón umbilical, es mucho más que una crisis política, es una crisis institucional que sume ambos escenarios en una gran incertidumbre.

¿El fin del sanchismo?

El sanchismo se basa fundamentalmente en la división del panorama político español en dos bloques, el de la izquierda aliada con los nacionalismos periféricos, y el de la derecha aliada con la extrema derecha. Pedro Sánchez llegó al poder como la nueva esperanza de la socialdemocracia para dejar atrás los tiempos oscuros de la corrupción y la austeridad del PP de Mariano Rajoy. En esa aventura necesitaba a Podemos, que arrastró al PSOE hacia la izquierda, y a los independentistas de Bildu y ERC, para fraguar la idea de que la reforma democrática en España pasaba por su reformula territorial.

Pedro Sánchez, hablando desde su pupitre en el Congreso de los Diputados

El primer Gobierno Frankenstein ya evidenció las insalvables contradicciones entre el PSOE y Podemos, que terminaron con la dimisión de Pablo Iglesias. De ahí surgió el proceso de asimilación de Podemos que culminó con Sumar, cuya función pasaba a ser la de armonizar la coalición en un momento de crecimiento de la derecha. El plan de Sánchez a largo pasaba por estrechar los lazos con Sumar a la vez que se apoyaba en Bildu y ERC como garantes de la estabilidad progresista en la próxima década.

La alianza con ERC le había permitido además pacificar Cataluña, y todo hacía pensar en un gobierno tripartito en la Generalitat para consolidar los planes de Sánchez. Pero la obligada alianza con Puigdemont, la amnistía y la caída del Govern han arruinado todas sus aspiraciones. Ahora Cataluña avanza hacia un más que probable bloqueo político, con ERC y el PSC más distanciados que nunca, y un Gobierno progresista en España que podría caer antes de lo muchos calculaban.

Pero el fin del sanchismo no supondría el fin del PSOE, donde hay voces que llevan tiempo pidiendo una rectificación de la estrategia trazada por Sánchez. Sin Pedro Sánchez volvería a abrirse el debate sobre la gran coalición con el PP, que reclaman tanto los poderes económicos como un sector del PP reacio a Vox. Sería el fin del sanchismo y la vuelta del PSOE al orden institucional que permitiría también aumentar las expectativas de un gobierno constitucionalista en Cataluña.

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