Cataluña, estado islámico de Europa
El salafismo ha duplicado su presencia y su influencia
Cataluña se ha convertido en el granero europeo del islamismo radical. Así lo revelan los informes policiales que desde hace años vigilan de cerca la implantación en España del salafismo. Según los servicios de inteligencia, en Cataluña una de cada tres mezquitas está tomada por esta corriente ultraconservadora.
Un dato aún más preocupante: el 80% de las mezquitas salafistas españolas están en Cataluña, que ya solo está por detrás de Ceuta y Melilla. Aunque invisible y silenciosa, la amenaza es real. Las autoridades temen que Barcelona haya tomado ya el relevo de la Gran Mezquita de Bruselas, que fue en su momento la gran fábrica de terroristas en Europa.
Tras los atentados en Francia y Bélgica en 2016, las autoridades belgas iniciaron una operación para desarticular el radicalismo de la mezquita. En Cataluña, una intervención así es más difícil de imaginar aunque también sufriera en sus propias carnes el zarpazo del terrorismo. La connivencia de las instituciones y el buenismo imperante en los medios impiden abordar el problema en toda su dimensión.
Del salafismo al terrorismo
El salafismo es una corriente ortodoxa del islam que preconiza el regreso a la forma más pura de la fe mahometana. Sus seguidores niegan que sea una corriente violenta. Pero la realidad es que la gran mayoría de los yihadistas se radicalizaron a través del salafismo, como fue el caso de los atentados de Barcelona y Cambrils.
Aquello llevó a los servicios de inteligencia a poner la atención sobre Cataluña, donde el salafismo empezó a implantarse en los años noventa. Su avance fue progresivo, pero en la última década ha duplicado su presencia. Un fenómeno cuanto menos llamativo, que sin embargo nunca ha suscitado un verdadero interés en la clase política.
El salafismo en Cataluña se divide entre la tendencia pietista, presente en Lleida y Olot, y otra más moderna, implantada en Girona, Tarragona y Baix Llobregat. Mientras que esta última es menos relevante, la primera es profundamente autoritaria y conservadora. Exige obediencia a la autoridad, y profesa las costumbres más restrictivas.
Según los expertos, el principal peligro del salafismo es que fomenta el “aislamiento social”, que es el primer paso para la radicalización. Varios líderes ya han sido investigados y expulsados por sus conexiones con el islamismo radical. Su tarea consiste en la captación de jóvenes marroquís y su radicalización.
Cataluña, bastión salafista
En cuestión de unos pocos años el salafismo ha multiplicado su presencia y su influencia en Cataluña. Se ha aprovechado del vacío existente en ese territorio, donde el islam era vivido como una práctica más que como una doctrina. Al no existir una corriente ilustrada instalada en el territorio, el salafismo se ha ido apoderando de los fieles.
Según los informes policiales, en Cataluña se realizan periódicamente congresos salafistas con invitados de todo el mundo. En 2016, en pleno auge yihadista, la mezquita de Cornellá recibió la visita de Saleh El-Maghamsi, un predicador radical que hacía apoplogía de Bin-Laden. Amparado en la libertad religiosa y de expresión, hizo sus proclamas con total impunidad.
Los oratorios dirigidos por líderes radicales se han multiplicado en Cataluña, mientras que en otros países la intensidad ha bajado. Lo cual lleva a pensar que, efectivamente, Cataluña se ha convertido en el nuevo bastión del salafismo europeo.
Algo muy preocupante, a tenor de la evolución del yihadismo, que ya no se basa en extensas redes que perpetran atentados a gran escala, sino en los llamados lobos solitarios. Esto es mucho más difícil de detectar por parte de la policía. Y el reto es aún mayor con la presencia creciente de líderes religiosos difundiendo mensajes radicales.
La solución no pasa por la clausura de todos los centros salafistas, pero tampoco por cerrar los ojos ante la realidad. Lo que está en juego no es solo la seguridad, sino también la supervivencia de valores occidentales como la libertad y la igualdad.
Más noticias: