Imagen de los reyes magos con las banderas catalana, española y la estelada

OPINIÓN

Ya vienen los Reyes Magos, ya vienen los Candidatos...

La política de partidos tiende a ser un arte dramático que va con la urna a todas partes

Tengo la imagen clavada: estábamos en segundo de primaria y yo y un amiguito subíamos las escaleras que iban del comedor al patio. Quedaba una semana para las vacaciones de Navidad. Por aquel entonces, yo ya hacía oposiciones a existencialista y sabía que no existían ni los Reyes Magos ni Papá Noel.

Un adulto de mi familia se lamentó por ello y me pidió que por lo menos no se lo dijera a mis compañeros. Y no lo hice. De hecho, después de subir las escaleras, me llevé una sorpresa cuando mi amigo me dijo “¿Sabes que los Reyes no existen, no?”. Prudente, yo le dije que ya lo sabía. Él, entonces, me miró y añadió con suficiencia “Pero Papá Noel sí”.

¿Régimen del 78? Régimen Disney

Y eso sería más o menos la democracia. Quiero decir la democracia que se puede tocar con las manos, la realmente existente que dirían los que en su día vestían con pana. En las partitocracias - una mezcla entre poder político y LinkedIn -, los partidos, como los Reyes Magos, tienen que dar la impresión de omnipotencia

¿Qué respondían los mayores cuando les preguntábamos que cómo era posible peinar toda la superficie terrestre en una noche para repartir regalos? “Magia”, nos decían. Deberíamos tomar nota. Cuando nos pregunten que cómo va a conseguir nuestro partido deportar a miles de inmigrantes, declarar la independencia o pagar las pensiones responderemos que, pues eso, “Magia”.

Seres presuntamente omnipotentes, la firme - en ocasiones, hasta militante - creencia en ellos y una lógica de mercado que ofrece una amplia variedad  de opciones dan lugar a lo que podríamos denominar “Régimen Disney”. Por méritos propios, podría incluirse como una nueva categoría política. Por el momento, es un sistema político que se muestra máximamente estable.

Teoría y praxis del cuñadismo

No habría que desestimar con tanta ligereza los conocidos como “argumentos de cuñado”. No estamos como para desperdiciar fuentes insobornables de opinión. Nos quedan las señoras que palpan la fruta, algún youtuber, los ya referidos cuñados y poco más.

Pues bien, el cuñadismo anota que “todos los políticos son iguales”. A esta idea se le puede dar carta de naturalidad filosófica. Reformulada, quedaría así: que el populismo es el formato mismo de la democracia o, por lo menos, a lo que tiende. Las diferencias entre unos y otros son de grado. Es un panorama bastante inevitable en el que no se puede no ser populista.

La geopolítica, que es la prensa rosa de los hombres, suele hablar de actores políticos. Y la cosa está como para tomar la literalidad de la palabra. Las partitocracias contemporáneas son regímenes teatreros a escala de los medios de comunicación. Aunque la reciente incorporación de las redes sociales ha hecho una aportación muy notable a este arte dramático que va con la urna a todas partes.

Como el teatro, unos hacen como que pasa algo y otros como que se lo creen. La diferencia está en que ahora los segundos se lo creen de verdad y, peor aún, ya empiezan a creérselo los primeros. Entre las libertades que trajo la democracia también estaba la de ser gilipollas.

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