Un apretón de manos frente a una estatua de león con un fondo rojo.
OPINIÓN

¿Y qué me dicen de la estabilidad?

La democracia es como una serie: llega un momento en el que el guionista se empieza a exceder

Entre una cosa y otra, la estabilidad es máxima. Esto resulta aún más sorprendente si se tiene en cuenta el nivel de polarización circulante. Si hacemos caso a unos y a otros, en teoría, hay varias ultraderechas, una dictadura socialcomunista y toda clase de fascistas campando a sus anchas. Qué agobio.

Pero el caso es que aquí nadie mata a nadie y el turnismo entre PP y PSOE funciona como un reloj. Ante esto, la tentación de teorizar es alta. Pero tal vez sería conveniente empezar a trasladar, poco a poco, el análisis político hacia la lógica del balance. Entre otros motivos, porque Sánchez no tiene competencia.

La pregunta es entonces que ante qué clase de polarización estamos. Mi tesis - en fin, tesis... - es que se trata de una apariencia de polarización. El prodigio está en que esto funciona y funciona muy bien: el combo de democracia y estimulación de las opiniones desfonda las pasiones políticas. A los hechos me remito.

Se trata de la estandarización productiva llevada al terreno de las ideas políticas; solo había que añadirle una presunta urna.

Por otra parte, esta estandarización presenta el mismo formato que la variedad capitalista, que es máxima y muy confortable. No es casualidad que coincidan en una misma época la sección de congelados del Mercadona y las papeletas de la mesa electoral.

Como ocurre con los consumidores, entre los infelices que se interesan por estas cosas no es posible encontrar huérfanos.

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Hasta que la democracia no descendió de los cielos, la estabilidad política se entendía de manera fotográfica. Había instantes, más o menos panorámicos, de tranquilidad; entonces había un rato para el comercio, un teatro de la ópera, una universidad por aquí.

La estabilidad democrática, en cambio, es cinematográfica. Puede narrar más contenidos, y, si la historia funciona, pues se hace una serie. Pero hay un momento en el que la trama no da más de sí y el guionista se empieza a exceder. Es entonces cuando aparecen nuevos personajes, como la extrema derecha o los socialcomunistas. Y no falla: el que no estaba enganchado, no se entera de nada. Véase los jóvenes.  

La estabilidad política de nuestra época no busca el acierto, sino un procedimiento para acertar; que la serie enganche. No importa el contenido de las ideas siempre y cuando estas circulen por los cauces establecidos. Entonces se estandarizan, como si fueran piezas hechas en serie, que después caben aquí y allá.

A lo que voy es a que la enseñanza política de nuestra época es que estabilidad es estabilización. Por ello, el riesgo es el de una automatización irreversible, como si fuera un piloto automático que solo mantiene el rumbo, sin analizar lo que tiene delante. No hay margen para la decisión, que diría cierto nazi ilustre.

Pero, en fin, hasta que dure. 

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