
Los voluntarios catalanes en la Primera Guerra Mundial
El nacionalismo catalán utilizó la Primera Guerra Mundial para consolidar su identidad política, influyendo en los jóvenes

España no participó en la Primera Guerra Mundial. Su neutralidad no estaba adornada de nobles propósitos y un anti-belicismo impropio de la época. Fue una ausencia obligada por la manifiesta incapacidad económica y material para poder confrontar con las potencias europeas del momento.
Aunque no se tomó partido con ejércitos, los españoles sí lo hicieron con afinidades. Los periódicos se posicionaron en favor de uno u otro bando y la visión de estos era tan panegirista como algunos diarios digitales de hoy día, hasta el punto de poder leer pocos análisis que no estuvieran contaminados por el evidente sesgo.
El nacionalismo catalán estaba en uno de sus mejores momentos. Las elecciones de 1907 habían aupado a una agrupación de partidos que se habían unido bajo el nombre “Solidaridad Catalana” y que consiguieron en 1907, 41 de los 44 escaños posibles en las circunscripciones de las provincias catalanas.
En 1914 se consiguió la aspiración de que Cataluña tuviera una entidad política, mediante la mancomunidad de las cuatro diputaciones provinciales en un ente que fue presidido por el precursor del nacionalismo (no confundir con el catalanismo previo de Almirall y el Centro Catalán) Enric Prat de la Riba.

Los republicanos españoles, adoradores de la República Francesa, se pusieron desde el minuto cero la camiseta de aliadófilos. Los monárquicos dinásticos se dividieron según su gradación de liberalismo o conservadurismo.
En Cataluña, mucho más rica que el resto de España, la Lliga había conseguido un sorpaso hegemónico con respecto a los partidos dinásticos nacionales. Sin embargo, dentro del propio sentimiento nacionalista, comenzaron a aflorar movimientos que pretendían ir más allá del tacticismo con el que se movían los Prat de la Riba, Puig i Cadafalch o Francesc Cambó. Los jóvenes, siempre azuzados por el látigo de la rebeldía, comenzaban a exigir ir más allá en una causa catalanista llena de idealismo, romanticismo historicista y un profundo sentimiento étnico de rechazo al resto de españoles atrasados, incultos, brutos… No es que en Cataluña no los hubiera, es que las juventudes de la Lliga estaban nutridas por los hijos de la burguesía que se había enriquecido con un acusado proteccionismo estatal.
La Guerra Europea, porque los demás apellidos se los puso la historiografía, sirvió de catalizadora para el desarrollo de discursos políticos e identitarios que instrumentalizaron la llamada a empuñar las armas en defensa de los valores democráticos que representaban los aliados. Las agrupaciones nacionalistas catalanas jugaron un papel crucial en la difusión de ideas sobre la participación de voluntarios en el conflicto. El idealismo hizo mella y algunos centenares de catalanes se alistaron para combatir bajo bandera francesa, aunque acompañando les couleurs de la cuatribarrada.
Tanto en la Lliga como en el Institut Agrícola de Catalunya estaban convencidos de que una participación activa en el conflicto podría ayudar a fortalecer la identidad y reivindicaciones de Cataluña. Francesc Macià, que había renunciado a su acta de diputado en 1915, desencantado con la Lliga y en un proceso de reflexión que duró solo hasta el año siguiente, porque, a pesar de anunciar su abandono definitivo del parlamento, volvió a presentarse y conseguir escaño, viajó a Francia e hizo de corresponsal de La Publicitat. Macià, cuya experiencia bélica se reducía a un pequeño escarceo carlista cuando estaba de alumno en la Academia de Guadalajara, redactó seis artículos donde contaba el maravilloso sistema logístico del Ejército Francés.

El gran impulsor de la llamada al voluntariado catalán en apoyo a Francia fue el médico Joan Solé i Pla. Fue el fundador del Comité de hermandad con los Voluntarios Catalanes, que se creó en 1916 y que constituyó la principal plataforma de apoyo a los que decidieron poner sobre sus cabezas el kepí de la Legión Extranjera. Organizó charlas y actos de propaganda para animar a los jóvenes a alistarse. Contribuyó con apoyo logístico y moral, enviando paquetes con comida, tabaco, ropa y periódicos catalanes al frente para que no decayera el impulso patriótico en las inundadas trincheras del Somme o de Verdún, donde los pobres infelices se vieron envueltos en una auténtica picadora de carne. Solé i Pla actuó también como enlace con las familias en Cataluña y los voluntarios en Francia francés. Viajó al frente en diversas ocasiones, no para combatir, claro; aunque al menos los alistados pudieron verle por allí.
Otro miembro del comité era el dibujante Pere Ynglada “Casademont” que tenía importantes contactos en París, donde recibía a los voluntarios y les ayudaba en los trámites de alistamiento a la Legión Extranjera. Gracias a su influencia en la prensa francesa, consiguió que la causa de los voluntarios catalanes tuviera mucha más relevancia en papel de lo que realmente representaba en la realidad.
Daniel Cardona, que luego fue uno de los fundadores de Estat Català y el miembro más inquieto de la organización durante la época de Primo de Rivera, fue uno de los mayores agitadores en la politización del alistamiento, vinculándolo directamente con la lucha por la liberación nacional de Cataluña. Cardona veía a los voluntarios en Francia como el embrión de un futuro ejército catalán. Pensaba que la experiencia adquirida en el frente sería fundamental para la lucha armada por la independencia catalana, a pesar de que, en 1916, los independentistas se reducían a un escaso grupo de jóvenes procedentes de la Unión Catalanista o de la Lliga.
El perfil del voluntario era muy variado. Además de los que se alistaron por causas políticas, estaban también los aventureros o los que lo hicieron con motivaciones económicas.
Tras el crecimiento del anarquismo, concentrado en la CNT desde 1910, los catalanistas trataron de atraer a parte del movimiento obrero a su causa. Al tratarse de una sensibilidad política eminente burguesa, el éxito en comparación con el anarquismo fue muy relativo. Se creó el CADCI (Centro de Dependientes del Comercio y de la Industria), como alternativa para atraer a la clase obrera más ilustrada hacia el catalanismo. La organización aglutinó, sobre todo, trabajadores del comercio y algunos oficinistas de las fábricas. No obstante, con unos 10.000 afiliados, siguiendo las fuentes más optimistas, fue casi irrelevante en comparación con el músculo que exhibía la CNT.

El CADCI tuvo un papel relevante para la captación de voluntarios que fueran a combatir al frente europeo. Organizó colectas y actos de homenaje y mantuvo correspondencia con los que se desplegaron, erigiéndose como altavoz de la «Cataluña fraternal con Francia».
La prensa catalanista comenzó la mitificación desde muy pronto. Los voluntarios se convirtieron en un símbolo de la Cataluña moderna, europeísta y solidaria con los ideales de autodeterminación nacional de los pueblos bajo el yugo de los imperios centrales. De ese modo, asociaba su causa a la de pueblos étnicamente diversos que convivían en estados plurinacionales. Las diferencias con España eran profundas y notables, pero, eso no constituía un obstáculo.
A partir de 1920, las organizaciones nacionalistas más radicalizadas, difundieron a bombo y platillos la cifra ficticia de 12.000 voluntarios, incluso, hubo quien se atrevió a elevar el número casi a los 20.000. Se promovieron homenajes y se erigieron placas conmemorativas. El 14 de julio de 1936, solo tres días antes del inicio de la sublevación en Melilla, se inauguró una estatua en el parque de la Ciudadela coincidiendo con la fecha de la fiesta nacional francesa. Se había terminado en 1922, pero la dictadura de Primo de Rivera no quiso que se hiciera apología al separatismo con ese tipo de homenajes. El monumento representaba a un hombre desnudo elevando los brazos hacia el cielo, con una rama de laurel en la mano derecha que simboliza la libertad. La dictadura no derribó la estatua, aunque tapó las vergüenzas del apolíneo señor con una hoja de parra, que eso de ir enseñando por ahí la piruleta no estaba bien visto por los moralistas. También se retiró la dedicatoria que recordaba a los voluntarios.
La mitificación de las cifras ha llegado a nuestros días y en 2021, La Vanguardia aún hablaba de 14.000 voluntarios.
Lo cierto, es que estudios rigurosos sitúan los números en apenas un millar. Así, en el libro de Martínez Fliol, de 1991, este defendió los resultados de su investigación reduciendo la cantidad a unos 954 y teniendo en cuenta que, de toda España, el número total de voluntarios fue de 2191.

Sin embargo, sí que hubo más voluntarios originarios de Cataluña. Un jefe de Batallón, llamado Deville, señalaba en una carta que los catalanes presentes en la Legión Extranjera eran alrededor de 5.000, y que, de ellos, la mayoría eran desertores y antiguos emigrados de España a raíz de los hechos de la Semana Trágica de Barcelona de 1909. Es decir, la motivación de los alistados que ya estaban en Francia, nada tenía que ver con los anhelos nacionalistas. Es más, la mayoría de ellos serían anarquistas y la Legión les otorgaba una legalidad que les permitiría permanecer en Francia como ciudadanos.
Nunca existió un batallón de voluntarios catalanes, pero airear estos datos servía para generar una atención mayor al fenómeno y diferenciar a Cataluña del resto de España.
No cabe duda de que se hizo una instrumentalización por parte del nacionalismo, intentando generar la certeza de una Cataluña solidaria con los valores republicanos franceses.
Para quien quiera saber más, le aconsejo la extraordinaria tesis doctoral de Alejandro Acosta López, dirigida por Pelai Pagès Blanch, en el que se hace un exhaustivo trabajo sobre los voluntarios españoles y, por supuesto, sobre los catalanes.
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