El general Valeriano Weyler, capitán general de Cataluña en 1895 y de Cuba en 1896

OPINIÓN

La victoria de los mosquitos

Hablamos sobre José Martí, la leyenda que acompañó a los mambises en la Guerra Necesaria

Imagen del Blog de Joaquín Rivera Chamorro

El 24 de febrero de 1895, José Martí, hijo de un valenciano y una tinerfeña, lideraba una sublevación separatista en 35 pequeñas localidades de la parte oriental de la isla de Cuba. Martí, más hábil con la pluma que con la espada, falleció en combate menos de dos meses después, pero su leyenda acompañó a los mambises en lo que llamaron la Guerra Necesaria. Toda revolución necesita de mártires y el político se convirtió en el ausente principal del movimiento insurreccional cubano.

España se enfrentaba, por tercera vez, a una sublevación en una isla que reportaba pingües beneficios a la hacienda nacional y, muy especialmente, a la siempre floreciente burguesía catalana. Con el ánimo de calmar las ambiciones separatistas, el Gobierno de España, liderado por Práxedes Mateo Sagasta y el Partido Liberal, dos días después, sin tener aún detalles de la sublevación, acordó una suerte de autonomía para los cubanos que calmara un tanto sus ansias independentistas, habida cuenta que la principal motivación de las reivindicaciones isleñas era la imposibilidad de comerciar fuera de España sin los aranceles proteccionistas que grababan cualquier producto para vender o comprar. Las aspiraciones cubanas se apoyaban, sobre todo, en poder establecer acuerdos comerciales con los Estados Unidos sobre el tabaco. 

Práxedes Mateo Sagasta, presidente del Consejo de Ministros en 1895

Inmediatamente, la burguesía catalana se postuló en contra. La trascendencia de los acuerdos tenía un impacto directo, sobre todo para Barcelona. De este modo se expresaba el presidente de la Diputación Provincial, Josep Comas i Masferrer en una amarga queja al Gobierno:

“Ya que la exportación de productos a las Antillas, que se verifica por la Aduana de esta ciudad, representa más de la mitad del valor total de la propia exportación; lo cual comprueba el inmenso daño que a la capital y a la provincia barcelonesa se inferiría si la reforma proyectada viniese a paralizar o a lesionar sensiblemente la memorada extracción de géneros con destino a las citadas provincias”.

Las provincias a las que se refería Josep Comas eran las de Ultramar y, fundamentalmente, Cuba y Puerto Rico.

La defensa de la patria se convirtió en una reivindicación de la burguesía catalana que siempre mandaba representantes a despedir a las tropas al puerto de la Ciudad Condal. Los soldados embarcaban en los fastuosos transatlánticos de Claudio López Bru, hijo del Antonio López, marqués de Comillas y presidente de la Trasatlántica Española.

En Barcelona, eran despedidos por el capitán general de Cataluña, Valeriano Weyler. Los enormes buques atracaban en frente del edificio de Capitanía y el pequeño general los despedía con arengas patrióticas. El mismo Weyler tomaría las riendas de la guerra tras el fracaso pacificador del general Arsenio Martínez Campos, que no pudo repetir los éxitos anteriores.

El general Valeriano Weyler, capitán general de Cataluña en 1895 y de Cuba en 1896

Cánovas del Castillo relevó a Sagasta en la presidencia del Consejo de Ministros. La decisión del Gobierno Conservador fue la de enviar los primeros batallones de cada regimiento peninsular para reforzar a las unidades de la isla. 

Casi 200.000 hombres completaban las fuerzas del Ejército Español en Cuba. Se estima que los separatistas cubanos apenas contaban con poco más de una décima parte de esa cantidad. Sin embargo, disponían de un arma involuntaria que contribuyó decididamente a evitar su derrota, los mosquitos.

Las cifras oficiales son devastadoras: 41.288 españoles murieron en Cuba de fiebre amarilla y paludismo (malaria), además de otras patologías relacionadas con la higiene: disentería, tifus, etcétera. La triste realidad es que la enfermedad se llevó al veintidós por ciento del personal militar en Cuba, nada más y nada menos que el 93% de las bajas españolas mortales. A esto hay que añadir los que, aun sobreviviendo, regresaron a España con enormes secuelas que los imposibilitaron de por vida para cualquier trabajo físico. 

Santiago Ramón y Cajal, médico militar que estuvo en la guerra anterior, la de los años 70 del siglo XIX, contrajo paludismo y a punto estuvo de fallecer. Se salvó por su fuerte complexión, pero nunca volvió a tener el vigor físico que presentaba en sus fotografías antes de partir hacia la isla en la que permaneció dos años.

Santiago Ramón y Cajal en uniforme, antes de desplegar en Cuba y durante su estancia en la Isla

En la península, sin embargo, no se tenía constancia de aquellos desastres, más allá de algún informe de médicos militares que hacían estadísticas y trataban de buscar soluciones a tal desbarajuste. 

En los partes de guerra del general Weyler se pueden leer muchas cancelaciones de operaciones porque la mayoría de los militares que debían participar en ellas se encontraban en la enfermería. La fiebre, los dolores de cabeza, los vómitos o los dolores musculares no distinguían de galones o estrellas y castigaban a todos por igual.

A todo esto hay que añadir la tipología del soldado de leva que se movilizaba para desplegar en Ultramar. El injusto sistema de servicio militar obligatorio, que permitía que quien dispusiera de 2.000 pesetas pudiera eludir la movilización, hacía que la mayoría de los hombres que desembarcaban en La Habana o Santiago de Cuba fueran jóvenes criados en las zonas rurales y con una nutrición escasa de contenido proteico.

Cuando Estados Unidos entró en la guerra en 1898, la situación era ya muy preocupante. Aun así, en la Península, se levantó un gran fervor patriótico que produjo un autoengaño de tal magnitud que contribuyó decididamente a que el desastre tuviera un impacto mayor en la moral de una España muy venida a menos.

En Cataluña, nadie se quedaba atrás en secundar el ánimo de los heroicos defensores de las provincias de Ultramar. La Campana de Gracia, dirigida por Roca i Roca, nos deja un ejemplo del sentimiento general ante el usurpador norteamericano. 

Publicaciones del seminario satírico La Campana de Gracia

Roca i Roca acabó formando parte de Solidaridad Catalana tan solo nueve años después, codo a codo con los Cambó, Maciá, Prat de la Riba y hasta un envejecido Nicolás Salmerón. La pérdida del suculento mercado cubano supuso un descalabro muy importante para los intereses comerciales de la burguesía catalana, que en los años posteriores comenzó a abrazar al catalanismo como alternativa a las desgracias de España. 

Fueron precisamente los regionalistas los que se obcecaron en culpar al Ejército y sus líderes del desastre que tanto perjudicó a los industriales catalanes y, con ello, generaron un victimismo de ida y vuelta entre la oficialidad que, al sentirse atacada, reaccionó a través de sus órganos de prensa. La Correspondencia Militar es un ejemplo claro de tal fenómeno, con una contundencia tal, que el insulto y las amenazas comenzaron a hacerse habituales entre los adjetivos empleados en los editoriales. Por supuesto, en la Veu de Catalunya o en la revista satírica El Cu-Cut no se quedaban a la zaga. 

Pero esa es otra historia digna de ser contada.