La venganza de Puigdemont
Sánchez ha tragado durante años, ahora que apechugue
Casi me alegro de que Sánchez tenga que negociar con Puigdemont. Si yo hubiera sido él, cuando los jueces alemanes dijeron que lo extraditaban, pero solo por malversación, habría dado un puñetazo encima de la mesa y pedido una cumbre extraordinaria de la UE.
¿Quién son los jueces alemanes para poner condiciones? Porque en este caso no era el Tribunal Federal, el equivalente al Supremo español, sino la Audiencia territorial de Schleswig-Holstein.
Uno de los länder más pequeños de Alemania. Tres millones de habitantes y 15.000 kilómetros cuadrados. Quiero decir que no es Baviera. Dicho con todo el respeto para sus habitantes.
Ahora imaginen que el citado Tribunal Federal de Justicia pide la entrega de un presunto caco a La Rioja o a Murcia -por citar dos comunidades autónomas uniprovinciales- y estas dijesen que no. Como se habrían puesto los alemanes.
Y lo mismo pasa con los tribunales belgas. Aquí ya me pierdo porque hay que ser Gonzalo Boye para entender un poco entre tribunales de primera instancia y de apelación. ¿Pero quiénes son los belgas para dar lecciones?
Ha sido, de hecho, la única victoria del proceso: poner en jaque el espacio judicial europeo. Porque si la Unión Europea la forman estados democráticos lo que tiene que hacer un país miembro es entregar el supuesto delincuente que le pide otro estado miembro.
Si hay libre circulación de mercancías, personas y servicios no puede ser que los malos encuentren refugio. Y me da igual que si es Puigdemont o perico de los palotes. Por sedición, tráfico de drogas o meneársela en público.
Al final la justicia europea ha ido poniendo los puntos sobre las íes. Pero ha costado siete años de estira y afloja. Y la batalla no está terminada. Sánchez, en todo esto, escurrió el bulto.
Luego vinieron los indultos. Todavía recuerdo al entonces ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, anunciándolos en un pleno del Congreso sin que viniera a cuento. Pilló a todo el mundo por sorpresa.
A Campo lo acabó cesando en aquella remodelación de gobierno. Y creo que al ministro se enteró mientras estaba de fin de semana en Marbella. Pero lo acabó recolocando en el TC. En una muestra más de independencia judicial.
En La Moncloa nos vendieron el paripé. Era para restablecer “la convivencia y la concordia”.
Hasta montaron un festival en el Liceo para justificar las medidas de gracia. Se prestaron gustosamente Josep Sánchez Llibre (Fomento), Javier de Godó (La Vanguardia) y Javier Faus (Círculo de Economía).
No es que yo esté en contra, pero fueron a cambio de nada. No hubo no ya arrepentimiento sino ni siquiera autocrítica y mucho menos alguna reflexión. Salieron como héroes de la cárcel.
Sin embargo, todo el mundo sabía que no era por la convivencia sino porque Sánchez necesitaba los votos de ERC en el Congreso. Al menos que no nos tomen por tontos.
Aunque quizá, lo más grave de todo, es que España no ha tenido relato en el extranjero durante todos estos años. Recuerdo una vez un titular de Vilaweb que decía, traduzco del catalán: “La ONU reclama la libertad inmediata de Junqueras, Sánchez y Cuixart”.
“¿La ONU?”. Me asusté. Qué fuerte. Pero cuando leías el texto te dabas cuenta de que no era el Secretario General ni el Consejo de Seguridad ni la Asamblea General. Era un grupo de trabajo contra las detenciones arbitrarias, que luego trascendió que la Generalitat había untado.
Pero ni eso. España no ha contrarrestado en ningún caso las fake news, posverdades, mentiras y trolas del proceso en el exterior.
Lo mismo más o menos con los informes sobre Puigdemont, en este caso de un comité de derechos humanos, o aquel del Consejo de Europa.
España no tenía relato, ni dentro ni fuera, porque dependía de los votos de ERC en Madrid.
Por eso, casi me alegro de que tenga que negociar con Puigdemont. Ahora que apechugue.
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