La universidad, gorda
Historia del arte no tiene salidas y el agua moja: los ingenieros nos explican los problemas de la universidad
Estos días las redes sociales andan muy revolucionadas con el tema de las salidas laborales de las carreras. Abundan los gráficos, las tablas y las métricas; se comparan las carreras universitarias por salario, crecimiento profesional, preferencia según el género, etc.
Como era de esperar, todos estos datos los producen y comparten personas de estudios técnicos. Como también era de esperar, las capacidades panorámicas de estas personas son más bien modestas. Esta sí es una deficiencia objetiva y recurrente de la gente de números. Tienen un espíritu angosto, que diría Pascal.
En última instancia, reducen la cuestión a las malas decisiones individuales. Si uno escoge estudiar sociología o algo por el estilo es porque, en resumen, es más o menos idiota. Tienes a tu alcance toda la información sobre la proyección profesional de la carrera de sociología y de ingeniería electrónica y vas tú y escoges sociología, ergo, eres imbécil.
Esta no es una mala teoría, más aún si hay que explicar la naturaleza de un estudiante de ciencias sociales. Y el motivo para que no sea una mala teoría es que una teoría simple. La complejidad, aunque se aplauda, no es un buen síntoma cuando de teorías se trata. Ahora bien, si hablamos del sistema universitario hay una posibilidad aún más radical en su simplicidad.
Aquí huele a humanidad
Uno de esos libros de filosofía que hacen fortuna por no se sabe qué razones es el de La rebelión de las masas, de Ortega y Gasset. Podríamos suponer que Ortega empieza el libro diciendo cosas muy elevadas, pero no. El libro tiene un inicio muy simple, que refleja el desconcierto de Ortega ante lo que observa: y es que todo está lleno de gente.
“Las ciudades están llenas de gente. Las casas, llenas de inquilinos. Los hoteles, llenos de huéspedes. Los trenes, llenos de viajeros. Los cafés, llenos de consumidores. Los paseos, llenos de transeúntes. Las salas de los médicos famosos, llenas de enfermos. Los espectáculos, como no sean muy extemporáneos, llenos de espectadores. Las playas, llenas de bañistas. Lo que antes no solía ser problema empieza a serlo casi de continuo: encontrar sitio”, dice Ortega.
Yo añadiría: las universidades, llenas de estudiantes. Tal vez la masificación sea la verdadera causa de las disfuncionalidades que observamos en el sistema universitario y, por remisión, en el mercado laboral; al mismo tiempo que sobran periodistas (menos mal) faltan lampistas.
He visto cosas que vosotros no creeríais
Ocurre que no es bueno democratizar ámbitos que no se prestan a ello. Es como un conservatorio, que no se presta a la mano alzada. Aunque esto tampoco debe dar pie a la mala fe de personas progresistas. Pueden estar tranquilos porque, no, no hablamos de que a la universidad solo puedan ir los curas, la aristocracia o, ¡Díos mío, no!, los ricos.
Però entre poc i massa sa mesura passa, que dicen en Mallorca. Una cosa es hacer un análisis de sangre para entrar a un aula y otra es hacer un aula para todo. Y es que esto no es inocuo. Ahí voy. La desnaturalización nunca sale gratis.
En el caso de la universidad, el síntoma más claro de su desnaturalización es la burocracia. Y tiene sentido que así sea: la falta de fidelidad a la esencia siempre se compensa con artificialidad. Pero insisto: no es inocuo hasta el punto de ser contraproducente, empezando porque la universidad pueda convertirse en una fábrica de parados, precarios y/o frustrados.
La artificialidad de la universidad conduce a que ciertas dinámicas compensatorias se conviertan en coágulos que, a su vez, acaban por formar parte del propio tejido universitario, coño.
Esto se percibe en el reparto de la financiación en forma de becas, proyectos de investigación, etc. Cada vez es más importante tener habilidades para lidiar con esos coágulos que tener una simple y sincera vocación de conocimiento.
Lo preocupante es que en la universidad haya estudiantes que no quieran aprender, profesores que no quieran enseñar y que ambos tengan motivos para ello. Yo, que estudié filosofía, puedo decir aquello de que he visto cosas que vosotros no creeríais: gente defendiendo la homeopatía, perroflautas cerrando el acceso a la biblioteca. Todas estas gilipolleces se perderán en la deuda pública, como votos en una urna. Es hora de trabajar.
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