Ada Colau: Sayonara, baby
Incluso gente como Ada Colau se cansa al final de hacer daño, esta parece ser la lección
Esta semana hemos conocido que Ada Colau dejará su puesto en el Ayuntamiento de BCN, lo que viene ser casi una noticia meteorológica, como si por fin fuera a pasar una tormenta que ha estado años descargando sobre los sufridos ciudadanos, una tempestad de incompetencia, cursilería y pisarellismo de barra de café.
Incluso gente como Ada Colau se cansa al final de hacer daño, esta parece ser la lección. Ha dejado la ciudad convertida en una zona sin vivienda asequible, con turistas de colores hasta en el altar de la Sagrada Familia, con bandas de carteristas y navajeros gestionando buena parte del territorio. Sus líneas de acción básicas han consistido en poner belenes en la Plaza Sant Jaume hechos con latas de aceitunas, llorar por televisión, peatonalizar una calle, bailar con travestis enloquecidos en el mes de junio, embarcarse en flotillas grotescas y sumarse a la suma de Yolanda Díaz aportando su particular grosor cretinoide a la debacle general.
Ada Colau fue uno de los símbolos del 15M, cuando luchaba contra las hipotecas disfrazada de abejorro zumbón: entonces los cielos iban a ser tomados al asalto por jóvenes soñadores, ahora esos mismos jóvenes ingresan sueldos de seis cifras y se dedican a la incabable degollina de las Galapagar Wars.
¿A dónde irá ahora Ada Colau, donde posará su trasero progresista? ¿En Gaza, quizás, para acabar de hundir la causa palestina? ¿En algún barrio obrero del extrarradio, en algún casal okupa abarrotado de punks rabiosos? ¿En algún club de bisexuales lloriqueantes?
En los años procesistas, Ada se dedicó a jugar a la tercera vía, al sí pero no, a las alianzas imaginarias, al chapapote moral. Podía abrazar a Puigdemont, a Coscubiela o al conserje, a quien hiciera falta. Acabó por gestar un espacio político para los que no eran independentistas (como ERC) ni federalistas (como el PSC) sino simplemente cortos de entendederas, colectivo que en la izquierda no escasea precisamente.
¿Es buena noticia la retirada de Colau? Lo es, si se va a vivir a una cueva en los Himalayas, sellada y vigilada por cuatro ángeles con espadas flamígeras. O si convence a Elon Musk para que la embarque rumbo a Marte, sin billete de vuelta, para peatonalizar algún pedregal alienígena. De lo contrario, como que dinero ya no necesita, existe el riesgo de que se enrole en alguna ONG y no pare de dar la brasa los próximos treinta años.
Adiós, Ada Colau, adiós, no te echaremos de menos. Nos limitaremos a intentar recuperar la fe en la humanidad.
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