Una persona estudiando en una mesa con varios cuadernos y libros abiertos, rodeada de útiles escolares como bolígrafos y resaltadores, con un marco decorativo en tonos rosados y negros.
OPINIÓN

La unidad entre progenitores y docentes

La unidad de criterios es fundamental para que el profesorado no pierda el respeto de sus alumnos en el aula

Si las ideologías pedagógicas y políticas no prestan demasiada atención a los datos científicos y a los docentes veteranos, solo queda una solución: llevar bien el aula. Para ello, la unidad de criterios es fundamental para educar a los chavales. Si se logra un mínimo de cohesión educativa entre progenitores y docentes, se alcanzarán grandes logros. En caso contrario, y si las divisiones aparecen, las fisuras se abren y los educadores dejan de serlo. Entonces ellos, los educables, hallarán todo tipo de libertades que en nada favorecerán su éxito personal y estudiantil.

Los púberes desarrollan grandes habilidades en el momento de pedir algo. Ellos aprenden con gran celeridad quien accederá más rápido a sus demandas. Cuando un adulto les dice no y va otro adulto y les dice que sí, algo no funciona en su educación. Los hijos marcharán un día de nuestro nido y, cuando lo hagan, es preferible que hayan aprendido respeto y responsabilidad, no a manipular a sus adultos. Por tanto, hay que mantener un frente unido con la pareja, y esta con los profesores y la administración. En fin, hay que mostrar paciencia, empatía y cariño, pero también valores, normas y conducta. Sin embargo, a menudo, y la administración anima a ello, se espera que los educadores sean colegas y enrollados.

Estudiantes sentados en un aula, algunos tomando notas y otros conversando, con un estuche de lápices verde sobre el escritorio.

La importancia de no desautorizar a un docente en público

Pongamos el caso de una jefa de estudios, y amiga de unas alumnas, que exigía a otro docente que les dejara fotocopiar los exámenes corregidos fuera del colegio. El profesor afectado argumentó que la ley no lo permitía y que, si las pruebas se perdían, no podría demostrar quién había suspendido o aprobado ante una inspección rutinaria. Añadía no obstante que, como siempre, dejaba ver las pruebas durante una sesión entera para que le plantearan todas las dudas y anotaran los errores cometidos; algo más didáctico que simplemente fotocopiar unas hojas. El asunto pareció quedar zanjado, pero días más tarde la jefa de estudios dio rienda suelta a las alumnas en su demanda. De hecho, les dijo que podían exigir fotocopiar aquellos controles. Ello provocó una discusión entre la susodicha responsable y la negativa del docente a dejar salir los exámenes del centro. Pues bien, la discusión llegó a oídas de aquellas alumnas y pasó lo predecible: obtuvieron demasiada información, para luego poder manipular a los adultos en su favor.

Al ver quién les favorecía y quién no, ahora ya sabían a dónde dirigir siempre sus demandas. A partir de ese momento, el profesor quedó desautorizado en el aula y los conflictos se perpetuaron durante todo el curso. Contradecir injustamente a otro educador, o apoyar a unos alumnos en contra de éste, hace que, otro día, estos mismos alumnos crean que pueden hacer lo mismo con el primero. Al final, todos los educadores salen perdiendo y los alumnos aprenden a manipularlos.

La solución a lo anterior, y en beneficio del éxito educativo, es que los educadores deberían mostrar en público el menor número de discrepancias ante sus pupilos. Y es seguro que nadie piensa como el otro, pero si uno decide algo, el otro debe apoyar esa opción, aunque la crea ese día injusta. Si se debate algo entre ambos, es mejor hacerlo en privado y, quizás, luego rebajar la resolución bajo consenso común. Los adultos deben ser un frente unido y no unos sujetos a quien manipular.

Persona estudiando en un escritorio con libros y cuadernos abiertos, rodeada de útiles escolares.

Si no se actúa desde el principio, las cosas empeoran

Detallemos otro ejemplo al respecto. En un centro de Cerdañola había un alumno violento y fumador de marihuana compulsivo. A menudo llegaba colocado a clase y con alardes agresivos. Cabe añadir que el padre, adicto como él, compartía la pipa del coloque en casa. Pero, además, en clase había otros colegas que le acompañaban. Un día, un docente plantó cara al fumeta, ante la imposibilidad de impartir clase al resto de los alumnos. El adicto se alzó en cólera y espetó un golpe en el pecho al docente para escapar del aula.

Tras el informe de los hechos a la dirección, esta no quiso hacer nada al respecto y el grupo se creció en ello. De hecho, el jefe de estudios tenía muy buen rollito con padre, alumno y compinches. Pero el tiempo agravó el asunto y, finalmente, la dirección tuvo que actuar. Y así llegó un día en que sancionó al fumeta sin patio. A la mañana siguiente, el chaval apareció con una nota papal, que también una bula, donde se le excusaba del castigo bajo el pretexto de una visita médica.

El protegido abandonó el centro en dirección quien sabe dónde y evitó así la punición. La disciplina del centro quedó desautorizada, y la falta de unión sin fuerza fue la culpable. En un par de años, aquel grupo se transformó en ingobernable y el jefe de estudios perdió su buen rollito con sus fumetas. Es más, y como tutor, cayó en una depresión ante aquella clase tan díscola y agresiva.

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