En defensa de los horteras
El Gobierno dividió a los españoles entre los que aspiran a un Lamborghini y los que optan por el transporte público
No hay campaña institucional que no sea una puñalada al cerebro. Ya se orienten a invitarnos a comer carne de conejo; a instruirnos en que no hay cuerpos feos en la playa; o a recordarnos el regocijo de pagar impuestos (todos estos ejemplos reales), la propaganda gubernamental es un instrumento poco amigo de lo civilizado. Pero este artículo no va sobre esto, no del todo.
Hace una semana, el Gobierno decidió dividir a los españoles entre los que aspiran a un Lamborghini y los que optan por el transporte público, todo bajo la excusa de promocionar este último. Y lo grave no es la campañita, que es ramplona, sino lo que presupone; lo que exuda, en general, el discurso del poder. ¿Está bien hacer atractivo el bus y el tren y la bici? Sí, pero ni el bus, ni la bici, ni el tren deben ser nuestra identidad nacional y cultural. Prefiero, dicho en términos gruesos, una Nación de aspirantes al Lamborghini que de pobres y orgullosos de serlo.
Primero, porque no hay nada de honrado y encomioso en la necesidad (lo hay en la frugalidad, cuando es un esfuerzo de templanza). "Hacerse rico es glorioso" dijo uno de los más insignes comunistas chinos y en España, sostengo, late y debe latir esa hambre de gloria.
Cuando fuimos ricos e irresponsables, fuimos horteras y excesivos. Y prefiero tener que combatir la pulsión del irresponsable, del hortera y del excesivo a compadecer al pobre, por no tener otra opción que serlo. Hay algo de austracista y algo de católico en lo ambicioso; hay algo de imperial en lo descabellado. Y hay algo católico, austracista e imperial en lo español.
Por eso, prefiero una Nación de horteras, que cojan el metro, pensando que un día llevarán un Lambo (aquí, no en Andorra), que un terruño manso agradecido por lo poco. Ortega y Gasset se lamentaba de la naturaleza lanar de nuestro pueblo, pero, años antes, Tocqueville dejó escrito que la Inquisición tenía que nacer en un país como España -y no en uno como Estados Unidos- por la naturaleza contestona y alborotada de los españoles. No creo que hayamos perdido ese prurito. Los adoradores del pobre son tan estériles como los lloricas de la nostalgia.
Horteras, aspirantes al Lambo, usuarios del bus, víctimas del Cercanías, nostálgicos y hambrientos, adelante: un cartel del gobierno solo sirve para taparnos el sol.
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