Illa visita la Zarzuela
Juntar al rey y a Illa en una habitación es como poner dos jarrones encima de una mesa
Dentro de la llamada "política de normalización" ha tenido lugar la visita del MHP Illa a Felipe VI, adornada con una guarnición de lágrimas indepes de todos los colores. Los más recalcitrantes temen oscuras políticas de Estado contra Cataluña; los más realistas sabemos que nada importante puede ser tratado por los dos personajes más huecos de la historia reciente de Europa.
Juntar al rey y a Illa en una habitación es como poner dos jarrones encima de una mesa: la misma quietud, la misma vaciedad, la misma inoperancia. Seguramente han estado una hora mirándose a los ojos en silencio, esperando que alguien entre con un vaso de agua. O quizás hayan aprovechado para echarse una siesta. También es posible que los hayan puesto en habitaciones diferentes y ellos ni siquiera se hayan dado cuenta.
El rey estos días ha recibido al nuevo embajador de Palestina, prestándose a participar, sin rubor alguno, en la política anti Israel del gobierno socialista. Illa, por su parte, había recibido a Jordi Pujol no se sabe muy bien para qué (o sí que se sabe demasiado bien). Ser recibido por cualquiera de esos dos debe de ser como mirar una pared durante una sobredosis de Valium. Así, cuando por fin se han encontrado cara a cara, se debe haber producido la mayor concentración de aburrimiento por metro cuadrado desde que hay registros.
Tenemos un rey con pinta de de carpintero gay de teleserie de los 90 y a un MHP con modales de dependiente de Cortefiel. El uno vive tranquilo porque nerviosa ya está su mujer, el otro vive con las gafas a medio caer porque, de todas formas, nada interesante ha sucedido jamás en su proximidad. Lo malo, claro está, es que el país está en llamas mientras estos dos juegan al Bostezo Infinito.
El 3 de Octubre de 2017, según los indepes, el rey espoleó la represión: en realidad le hubiera dado lo mismo leer los resultados de la liga de waterpolo si se los llegan a pasar por el teleprompter. Illa, por su parte, arrasó en las elecciones sin más mérito que ser capaz de caminar y mascar chicle al mismo tiempo. Lo que tendrían que preguntarse los indepes (cuando dejen de comprarle sombreros a Lluís Llach) es como dos tipos como estos, con menos vida que una raspa de sardina, pueden haberlos dejado KO tan facilmente.
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