Un hombre con traje oscuro y corbata frente a un fondo rosa con banderas de Siria.
OPINIÓN

Trump, Siria, Iberoamérica y el crimen organizado

Estos días proliferan en las redes los grandes expertos sobre el conflicto sirio, que permanecía congelado desde 2017

Imagen del Blog de Joaquín Rivera Chamorro

Estos días proliferan en las redes los grandes expertos sobre el conflicto sirio, que permanecía congelado desde 2017 y que ha vuelto a los rotativos tras una sorprendente y rapidísima resolución.

Debo confesar que, a pesar de haber hecho un trabajo durante un par de meses sobre este conflicto en 2018, comprender la composición del grupo opositor que se ha hecho con el control de Damasco es una titánica tarea. Una amalgama multiforme y tan diversa que no sería extraño que asistiéramos a luchas titánicas entre las distintas facciones que estos días celebraban la caída de Bashar Al-Ásad en Damasco.  

Un grupo de personas se reúne bajo la lluvia sosteniendo banderas con franjas verdes, blancas y negras y tres estrellas rojas en el centro.

Donald Trump, pasado y futuro presidente de los Estados Unidos, escribió en la red social X un mensaje pidiendo a Biden que no se involucrara en esta crisis, consciente del barrizal en el que se va a convertir esa zona del mundo y queriendo desentenderse en esa visión pragmática de dejar hacer y abandonar, al menos en algunas zonas del planeta, la vocación norteamericana de ser la policía del mundo.  

Trump conoce la opinión general en su país sobre lo que acontece en Europa u Oriente Medio. No puede obviar que las crisis extranjeras que motivaron el resultado de las elecciones presidenciales de EE. UU. del pasado mes de noviembre, no fueron las de Gaza y Ucrania, ya que su efecto en el votante medio era menos, fue, en cambio, lo que ocurre en el patio trasero al sur del Río Grande: la expansión de las mafias y algunos estados relacionados con ellas a lo largo de toda Hispanoamérica, con el correspondiente éxodo masivo de migrantes y refugiados hacia la frontera sur de los Estados Unidos.

El aumento de la inmigración ilegal desde la América de habla hispana después de 2020 se constituyó como uno de los factores decisivos que otorgó la victoria a Donald Trump. Su promesa de “cerrar la frontera” y de llevar a cabo el “mayor programa de deportación en la historia de Estados Unidos” se presentaron como puntos de apoyo de su campaña y los votantes le recompensaron por ello.

La inmigración movilizó a la base electoral del trumpismo. Otro aspecto que pudo aupar las posibilidades de Trump fue la inflación, que ha hecho subir 11 veces los tipos de interés desde 2022. Aunque según los expertos la economía estadounidense se mantiene sólida y sin riesgo de recesión, el aumento de los precios siempre es asociable a un descontento del electorado. 

No cabe duda de que la crisis migratoria es el resultado de un deterioro de la situación en algunos países del centro y sur de América. No existirían flujos masivos de seres humanos si ello no supusiera un lucrativo negocio para el exitoso crimen organizado de la región. A esto también han contribuido estados que han sufrido un notable deterioro de la situación económica y de seguridad, forzando a millones de personas a abandonar sus países de origen.

Especialmente intensa es la migración venezolana que ejerce presión sobre países como Colombia o Ecuador y que ha convertido el paso por el peligroso Tapón del Dairén, un tramo de selva que se ubica entre Colombia y Panamá, como una vía que transitan medio millón de personas al año con la esperanza de llegar a los Estados Unidos.

Imagen de Donald Trump haciendo un discurso

Es inapelable que el incremento de inmigración ha sido exponencial en los últimos años. En 2023, según los datos más recientes del MPI (Migration Policy Institute), 47,5 millones de personas que viven en Estados Unidos han nacido en otro país, más del doble que en el año 2000.

De ellos, la mitad, aproximadamente, tienen la ciudadanía norteamericana, un 23% están en situación ilegal y el resto son migrantes con documentación en regla. El 26% de los niños menores de 18 años son hijos de extranjeros. 

Los éxitos electorales de Trump se debieron en gran medida a su capacidad para aprovechar y reforzar el miedo y la frustración de los votantes por la masiva llegada de ilegales. Ese miedo se da entre los propios migrantes que llevan años trabajando en los Estados Unidos y que ven en la llegada de otros una amenaza a sus propias condiciones de vida. 

Hace unos años parecía que los cambios políticos harían mejorar la situación de los países de habla hispana. Las guerrillas y movimientos revolucionarios que se daban en algunos estados fueron desapareciendo o abandonando la lucha armada, al mismo tiempo, el océano autocrático en el que estaba convertido el continente se fue transformando para dar paso a democracias más o menos consolidadas. Cada vez fueron menos habituales los golpes de Estado y el surgimiento de nuevos movimientos insurgentes.

La subida de precios de las materias primas en la década del 2000 y el colapso del bloque soviético hizo que mejoraran gran parte de las economías de ese lado del mundo, y los habitantes que vivían por debajo del umbral de la pobreza pasaron de ser el 46% en el año 2000 al 29 por ciento en 2013. En 15 de los 18 países que conforman la región, la enorme desigualdad disminuyó en ese periodo que parecía presagiar un esperanzador impulso.

El factor desestabilizador del crimen organizado

Con la mejora económica también creció el crimen organizado, el cual, espoleado por la demanda de drogas ilícitas en los países occidentales, se enriqueció hasta lo indecible. Los cárteles hicieron miles de millones traficando con estupefacientes y el oro extraído ilegalmente.

Dentro de la región, a medida que el crecimiento económico aumentaba, prosperaban los mercados crecientes de mercancías robadas, importaciones de contrabando y drogas. Esto comenzó a preocupar en Estados Unidos, que inició programas de ayuda a algunos gobiernos para tratar de controlar a las mafias, pero el poder de estas y de los cárteles era ya demasiado grande.

Un hombre de traje oscuro y corbata roja levanta ambos pulgares frente a varias banderas estadounidenses.

A medida que las organizaciones de crimen organizado se afianzaban en las estructuras políticas de la región, los gobiernos se vieron atrapados en una red de corrupción y violencia. Muchos de los regímenes democráticos, debilitados por la falta de control sobre el territorio y el uso extendido de la violencia como herramienta política, fueron incapaces de ofrecer una respuesta eficaz ante la creciente ola de criminalidad.

La presencia de cárteles de drogas y grupos de narcotraficantes ha afectado a casi todos los países, con la excepción de los más pequeños, como Uruguay, Costa Rica y Panamá, donde la violencia aún no alcanza los niveles de los estados más afectados. Un caso singular es el de El Salvador, donde se ha logrado controlar a las mafias con una política excepcional de mano dura y sin miramientos. El contundente éxito de Bukele, contraviniendo las críticas desde Europa a sus límites con respecto a los derechos humanos, es una demostración empírica de que lo que prioriza el ciudadano medio es su propia seguridad. 

El narcotráfico y el crimen organizado se han convertido en los principales motores de la inestabilidad política y social en países como México, Colombia, Venezuela y Guatemala. En estos países, la intervención del crimen organizado se hace notar en los procesos electorales y su capacidad para influir en la política local es más que evidente.

Solo hay que leer las barbaridades que han llegado a cometer con algún alcalde mexicano, al que han decapitado y colocado la cabeza sobre su propio coche a modo de escarmiento. Además, las alianzas entre políticos y criminales se han convertido en una característica común en muchos de estos países. El dinero proveniente de las drogas y las actividades ilegales ha permitido a los cárteles ganar poder y sostenerse, mientras que las instituciones del Estado se ven desbordadas por la falta de recursos y el deterioro institucional.

El impacto en los Estados Unidos

La migración masiva hacia Estados Unidos es una de las consecuencias más evidentes de la situación de desestabilización generada. La seguridad económica es importante, pero la seguridad física lo es más.

Un grupo de personas con chalecos verdes sostiene carteles mientras protesta junto a una valla fronteriza en la playa.

Nadie quiere vivir ante la amenaza constante de ser asesinado. El número de migrantes que cruzan la frontera sur de Estados Unidos ha aumentado exponencialmente, en parte debido a la violencia, el crimen organizado y las condiciones económicas precarias que prevalecen en muchas partes de América.

Muchos de los migrantes provienen de países donde el gobierno ha perdido el control sobre ciertas áreas debido a la presencia de cárteles de drogas o auténticos ejércitos ilegales que actúan como autoridades de facto. Desde el año 2018 al 2023, hubo, solo en México, más de 174.500 asesinados.

Cifras que se han mantenido constantes, con escasas variaciones y que demuestran una macabra normalidad. La tasa de homicidios del periodo supera los 25 anuales por cada 100.000 habitantes. Para hacernos una idea de la dimensión, en México en 2023, murieron cuatro personas asesinadas por cada fallecida por cáncer de mama. 

De los 20 países con tasas más altas de homicidios, tres cuartas partes son del Centro o el Sur de América, superando con creces a las naciones africanas. En este contexto, los migrantes hispanoparlantes no solo buscan un futuro mejor, sino también una forma de escapar de la violencia y la persecución que enfrentan en sus países de origen.

Las políticas migratorias estadounidenses, que se han mostrado ineficaces para abordar este fenómeno, han terminado por generar mucha más tensión en la frontera sur. La criminalización de los migrantes y el tratamiento inhumano a los solicitantes de asilo en algunos casos han provocado protestas tanto en Estados Unidos como en el resto de América, lo que ha intensificado la polarización en la política estadounidense hasta llegar a debates infantiles por la dramatización o desdramatización del asunto, en función de la posición de cada uno.

La competición estratégica

Los gabinetes norteamericanos han estado inmersos desde que cambiamos de siglo en conflictos que intentaban estabilizar regiones del mundo que cada vez tienen un menor valor estratégico para los intereses del Tío Sam. El derroche en vidas y en recursos en Irak y Afganistán hizo mella en la población estadounidense, cuyo 61%, cifra que se mantuvo estable entre 2014 y 2021, afirmaban que permanecer allí no merecía la pena.

La percepción de un norteamericano que viva en Alabama o Misisipi, que ni siquiera tiene pasaporte y cuya experiencia vital se reducirá a su país y como mucho alguna visita a México o Canadá, es que los problemas en esa zona del mundo son de los europeos.

Un grupo de personas con abrigos hace fila afuera de un edificio por la noche.

Sin embargo, en todo este tiempo, se ha descuidado la política con respecto al sur de América, lugar que mereció mucha más atención durante los gabinetes de Ronald Reagan. Es cierto que se ha presionado en varias ocasiones para que los gobiernos del centro y sur de América adoptaran medidas más severas contra el crimen organizado, también lo es que se ha hecho poco para abordar las raíces sociales y económicas de la migración, ya que se han priorizado políticas de seguridad sobre otros aspectos.

Al final, la inestabilidad en la región ha hecho explosión en Washington. A pesar de los esfuerzos por reducir la migración, las presiones políticas internas, sumadas a la falta de reformas eficaces en las políticas migratorias y de cooperación internacional, han llevado a la situación a un callejón sin salida.

El futuro incierto de Hispanoamérica y sus repercusiones globales

El continente se enfrenta a desafíos existenciales que afectan tanto a la región como a las políticas globales, particularmente en relación con Estados Unidos. La inseparable causalidad entre violencia, narcotráfico y migración ha creado un ciclo de desestabilización que presenta serios desafíos, no solo a la soberanía de los propios países, sino también a la seguridad y la estabilidad mundial. Las políticas implementadas hasta ahora han sido insuficientes para frenar la violencia o disminuir la migración, lo que hace implícito orientar el asunto hacia un enfoque integral. 

Europa muestra poca o ninguna preocupación a la región, a pesar del impacto que el crimen organizado comienza a tener en las naciones del viejo continente. Solo España, por lazos históricos y culturales, además de intereses económicos, despliega especial atención a lo que acontece al otro lado del Atlántico. 

Es importante identificar la dimensión global de la crisis. Más allá de las repercusiones humanitarias, que son evidentes y palpables, existe la necesidad de combatir al crimen organizado que cada vez se mueve con más poder, con una proyección supranacional y capacidad de influir directamente en muchos estados.

Es imposible asentar bases para un futuro prometedor con organizaciones paramilitares que disponen del más moderno armamento para defender sus actividades criminales. Hay cárteles que disponen de mejor equipo que el que tenían algunas naciones europeas en Afganistán. 

Un vehículo de la policía de Milwaukee bloquea una calle con cinta amarilla de precaución mientras varios oficiales están presentes en la escena.

Que nadie se lleve a engaño porque esta ha sido la principal causa del resultado de las elecciones norteamericanas. El impacto de lo que sucede en Venezuela, México o Ecuador tiene su eco en Washington. Un posible error de los demócratas fue pensar que les penalizaría su actitud en defensa del Estado de Israel, pero la dimensión del problema migratorio es percibida por el americano medio como mucho mayor que lo que pasa en el otro lado del mundo.

Estados Unidos ha pivotado el centro de gravedad de su política exterior al sudeste asiático, escenario de la competición estratégica mundial. Trump no descuidará ese aspecto como demostró en su anterior mandato. Los países de la región ya son el segundo mayor receptor de inversión directa del gigante asiático.

El comercio de bienes entre China y los países iberoamericanos se ha multiplicado por 35 en poco más de 20 años, estando a punto de alcanzar los 500.000 millones de dólares y superando a la Unión Europea como principal socioeconómico en la región en el año 2023, según datos de la BBC. 

China trata de extender su poder blando a través del comercio, emulando la tradición desplegada por la Unión Europea desde hace décadas. Estados Unidos hace tiempo que ha identificado al gran estado asiático como su enemigo natural, no solo en el aspecto bélico, sino, sobre todo, en el comercial, que es el que prioriza Donald Trump, consciente de las dificultades para competir de la industria norteamericana con respecto a la China.

En definitiva, hay mucho en juego en esa parte del mundo en la que Hernández, García, López y González siguen siendo los apellidos más numerosos. Estados Unidos, a buen seguro, prestará más atención a su patio trasero, dejando a Europa continuar tocando la lira de Nerón, mientras todo arde a su alrededor.

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