Grupo de personas en una calle durante la noche, algunas parecen estar discutiendo o peleando, rodeados de coches estacionados y con un marco decorativo rosa
OPINIÓN

Torre-Pacheco bajo la Bay'a: obediencia religiosa y estrategia geopolítica marroquí

La desescalada de Torre-Pacheco nos recuerda que la obediencia importada puede ser una auténtica bomba de relojería

El reciente episodio de desescalada en Torre-Pacheco, Murcia, donde líderes religiosos musulmanes lograron calmar a jóvenes marroquíes dispuestos a confrontar violentamente con ciudadanos españoles, es un caso paradigmático que invita a reflexionar sobre las dinámicas de poder, obediencia y geopolítica que subyacen en la inmigración ilegal. Este suceso, aparentemente aislado, encuentra un eco profundo en el concepto de bay’a –el juramento de fidelidad en el Islam–, analizado exhaustivamente en la tesis doctoral de Rachid Boutarbouch, Jurar fidelidad a los políticos (La Bay’a): Un estudio histórico y jurídico (Universidad Autónoma de Madrid, 2012).

La tesis ofrece un marco histórico y teórico para entender cómo la obediencia estructurada en la bay’a puede ser instrumentalizada por actores estatales, como el régimen marroquí, para controlar comunidades de inmigrantes en el extranjero, especialmente en un contexto donde Marruecos busca proyectarse como un aliado estratégico de Occidente ante, por ejemplo, el Mundial de Fútbol 2030. Como analista especializado en inmigración y algunas cuestiones geopolíticas ligadas al fenómeno, he expresado a través de numerosos artículos y conferencias cómo Rabat ha utilizado la inmigración como arma, fomentando flujos migratorios descontrolados para presionar a España mientras ahora, cínicamente, adopta una fachada de "país amigo".

Boutarbouch define la bay’a como un "pacto y un contrato de los más comprometedores", arraigado en el Corán y la Sunna, que vincula a gobernantes y gobernados mediante derechos y obligaciones mutuas. Lingüísticamente, deriva del verbo árabe bāya’a (pactar), y su práctica histórica implicaba un compromiso de obediencia al líder –califa o imán– a cambio de gobernar con justicia según la ley islámica. Este pacto, simbolizado a menudo por un apretón de manos, tenía dos objetivos: reconocer la autoridad política y contribuir a la edificación de una sociedad islámica bajo un "príncipe de los creyentes". Sin embargo, la tesis detalla cómo, tras la muerte de Mahoma, la bay’a se corrompió. Con los Omeyas, se transformó en un "contrato social solemne que asegura el sometimiento del pueblo al poder", especialmente bajo figuras como Al-Hajjāj ibn Yūsuf, quien imponía juramentos abusivos para garantizar lealtad. Este giro hacia la sumisión forzada resuena en Torre-Pacheco, donde jóvenes marroquíes, inicialmente dispuestos a la confrontación, acataron rápidamente la intervención de líderes religiosos, sugiriendo un condicionamiento cultural y político que evoca la bay’a.

La citada tesis describe el califato como la "administración de los asuntos religiosos y mundanos de la comunidad en sustitución del Profeta", destacando que la bay’a es una obligación respaldada por el Corán y la tradición profética. Los ulemas coinciden en que sin un líder, la comunidad cae en el caos y la elección del imán debe reflejar el consenso de la Umma (comunidad musulmana), guiada por una élite de "poderosos y dignatarios". Este proceso, idealmente democrático en los primeros califatos, se pervirtió con dinastías como los Omeyas y Abasíes, que impusieron herederos mediante coerción. En el contexto moderno, esta dinámica se traslada a las diásporas. En Torre-Pacheco, la intervención de los líderes religiosos no parece espontánea, sino coordinada, posiblemente bajo directrices de Marruecos, cuyo régimen –encabezado por Mohamed VI, autoproclamado "Comendador de los Creyentes"– se sirve de la bay’a para mantener el control sobre sus ciudadanos en el exterior.

El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez (i), y el rey de Marruecos, Mohamed VI (d), se saludan con motivo del primer viaje oficial de Sánchez de esta legislatura a Marruecos, a 21 de febrero de 2024, en Rabat

El incidente en Torre-Pacheco, donde jóvenes marroquíes –muchos probablemente inmigrantes ilegales– se organizaron para enfrentarse a residentes españoles tras tensiones locales, refleja cómo la bay’a opera en contextos migratorios. La rápida desescalada tras la intervención de líderes religiosos sugiere que estos jóvenes, culturalmente condicionados, respondieron a una autoridad percibida como legítima, un eco directo del “pacto de obediencia” descrito por Boutarbouch. La tesis de la que os hablo analiza la bay’a en movimientos islamistas como los Hermanos Musulmanes, donde se jura lealtad a un líder para fortalecer la Umma y entre los sufíes, donde el compromiso es más espiritual pero igualmente vinculante. En ambos casos, la obediencia es central y en Torre-Pacheco, los líderes religiosos probablemente invocaron esta autoridad para disuadir la violencia, alineándose con intereses geopolíticos más amplios.

Marruecos, como he argumentado en muchas de mis intervenciones, ha perfeccionado el uso de su diáspora como herramienta de influencia. La tesis de Boutarbouch ofrece un precedente histórico con la bay’a hafidita de 1908 en Marruecos, donde los ulemas destituyeron al sultán ‘Abd al-‘Azīz por su sumisión a intereses extranjeros y juraron lealtad a ‘Abd al-Hāfiz, imponiendo condiciones como "gobernar con justicia" y rechazar la colonización. Sin embargo, el sultán incumplió estas cláusulas, lo que llevó a tensiones con ulemas como al-Kittānī, quien exigía un control popular sobre el gobernante. En el Marruecos actual, el régimen invierte esta dinámica: usa la bay’a para asegurar la sumisión de su diáspora, evitando incidentes que dañen su imagen ante acontecimientos como el Mundial 2030. La desescalada en Torre-Pacheco, lejos de ser un gesto de buena voluntad, parece una maniobra para proyectar a Marruecos como un "socio estratégico" mientras oculta su historial de guerra híbrida contra España.

Un grupo de personas y agentes de policía se encuentran en la calle frente a un bar durante la noche

No en pocas ocasiones, he documentado cómo Rabat ha utilizado la inmigración ilegal como una herramienta de presión geopolítica. La crisis de Ceuta en mayo de 2021, cuando Marruecos permitió la entrada de 10.000 inmigrantes ilegales –muchos menores– en un solo día, fue un claro ejemplo de esta estrategia, diseñada para forzar concesiones en el conflicto del Sáhara Occidental. Muchos de los inmigrantes provenientes de territorio marroquí, han sido educados en madrasas o mezquitas controladas por el régimen y llegan con un sentido de lealtad a Marruecos que supera su compromiso con las leyes del país receptor. La bay’a, como describe Boutarbouch, refuerza esta obediencia: los inmigrantes ven al rey o a sus representantes religiosos como figuras de autoridad absoluta, lo que los hace susceptibles a directrices externas, incluso en suelo español.

Asimismo, la tesis aborda los límites de la obediencia, destacando que la Umma tiene el derecho de destituir a un imán injusto. Sin embargo, en el contexto migratorio, esta obediencia se convierte en un arma de doble filo. Los jóvenes marroquíes en Torre-Pacheco, condicionados por una cultura de bay’a, no solo responden a líderes religiosos, sino potencialmente a órdenes indirectas de Rabat, que busca evitar tensiones en un momento clave. Marruecos siempre ha alternado entre detonar crisis migratorias y ofrecerse como "liado" para controlarlas. La desescalada en Torre-Pacheco no es una victoria de la convivencia, sino una señal de que Marruecos puede apagar conflictos cuando le conviene, utilizando la obediencia de su diáspora como palanca.

La tesis de Boutarbouch concluye que el Corán y la Sunna no fijan una forma rígida de elegir gobernantes, dejando a la Umma la libertad de adaptarse a su época. Sin embargo, también advierte cómo la bay’a degeneró en una "religión de la sumisión" bajo dinastías tiránicas, un fenómeno que resuena en el control que Marruecos ejerce sobre su diáspora. Para España, esto plantea un desafío urgente: la inmigración descontrolada no solo importa perfiles conflictivos, sino también lealtades divididas que amenazan la cohesión social. Los flujos ilegales desde Marruecos –alentados por Rabat en momentos de tensión– han alimentado incidentes en muchos puntos de España y ahora en Murcia, donde la obediencia a autoridades externas supera el respeto por las leyes locales.

España debe actuar con decisión: reforzar los controles fronterizos, acelerar las deportaciones de inmigrantes ilegales y establecer filtros estrictos para identificar perfiles radicalizados o manipulados. La bay’a, como muestra Boutarbouch, es una herramienta poderosa que puede unir comunidades, pero también desestabilizarlas cuando se usa para fines políticos. Marruecos, con su historial de guerra híbrida –desde ciberataques hasta desinformación e inmigración como arma–, no es un aliado confiable, pese a su fachada actual. La desescalada en Torre-Pacheco es un recordatorio de que la obediencia importada puede ser una bomba de relojería. Es hora de priorizar la soberanía nacional y cerrar la puerta a una inmigración que, lejos de enriquecer, pone en jaque nuestra seguridad y estabilidad.

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