¿Sobrevivirán las mujeres?
Como feminista, creo que estos Juegos Olímpicos han dejado la escena más triste que uno podía imaginar
Como feminista, creo que estos Juegos Olímpicos han dejado la escena más triste que uno podía imaginar. Ha costado años y años que el deporte femenino fuera respetado, evidentemente en unas disciplinas más que en otras, y cuando parecía que el camino había tomado la dirección correcta, en este mundo de diversidad y purpurinas que nos ofrece la izquierda woke, nos han colado un gol por toda la escuadra: las infiltraciones de los individuos no menstruantes o no gestantes (los portadores de cromosomas XY, transexuales o intersexuales, los hombres de toda la vida).
Estas actuaciones ya habían sido denunciadas en otras competiciones, pero cuando todo se considera fascismo, la crítica se criminaliza y se atribuyen estas denuncias a la imaginación de la extrema derecha y de los grupúsculos feministas transexcluyentes —insultadas con el término TERF—. Se habían denunciado casos, entre otros, en el atletismo, la natación o la halterofilia, pero en París, como todos hemos podido ver, con el boxeo se ha ido ya demasiado lejos.
En los últimos tiempos, uno de los fenómenos de la incoherencia woke más señalados es el activismo LGTBI+ que llevan a cabo en Occidente y que contrasta con las grúas de las cuales cuelga la diversidad en los países de sus aliados islámicos, sobre todo en Irán. Se han hecho memes muy socorridos para sintetizarlo: el de «Queers por Palestina; pollos por KFC». Sin embargo, investigando un poco, leyendo artículos científicos e incluso la hemeroteca de periódicos afines al régimen políticamente correcto, creo que he llegado al meollo de la cuestión.
En Occidente, se escucha mucho el concepto terapias de conversión y se liga a la transfobia. Dentro del discurso progresista, la referencia a las terapias de conversión se relaciona con la Iglesia —ya que, en otro tiempo, está claro que lo hacían y es del todo execrable—, con la derecha y con las personas sensatas que pedimos que, antes de optar por el traumático cambio de sexo, haya un acompañamiento psicológico de especialistas. Esta preocupación por las terapias de conversión tiene un contexto específico en nuestra sociedad, pero las dinámicas son diferentes en otros lugares del mundo.
Sobre el papel, podría sorprender que Irán permitiera la transexualidad y que, incluso, la financiara. Un país donde la homosexualidad es castigada con la pena capital parece que no debería ser el paraíso para el cambio de género. Sin embargo, la cosa es, cuando menos, aún mucho más tenebrosa. No es conspiración, aunque lo pueda parecer.
Paradójicamente, es homofobia en su máximo exponente. El régimen del Ayatolá observó cómo los cambios de sexo podían ser la solución para acabar con la homosexualidad. ¿Quién podría querer ser mujer en Irán? Entre ser invisible y la grúa, prevalece el espíritu de supervivencia.
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