Boxeador con casco y guantes en un combate de boxeo, con el logo de París 2024 en el casco y guante azul, sobre un fondo rosa.
OPINIÓN

Odio

Todos los odiadores profesionales están trabajando a destajo durante estos Juegos Olímpicos

Todos los odiadores profesionales están trabajando a destajo durante estos juegos, igual que lo hicieron durante la Eurocopa de fútbol. Si allí se trataba de utilizar a los dos únicos jugadores negros para validar sus sucios negocios políticos y económicos, aquí se trata de utilizar a un hombre de cromosomas XY, es decir, un hombre de toda la vida, al que se le ha permitido competir en la categoría femenina, sin importarles lo más mínimo la deportista italiana que después de años de entrenamiento tuvo que abandonar entre lágrimas su sueño tras el primer puñetazo, y temiendo por su vida. No se dejó apalear, la muy machista, seguro que tiene la cabeza comida por el heteropatriarcado opresor.

Si estás en contra de semejante salvajada es porque odias a los Cis, a los Trans y a no sé cuántos colectivos más. Pero en realidad, tú no odias a nadie, ¿a que no?; son ellos los que odian, odian al que piensa diferente.

Boxeador con equipo rojo recibiendo un golpe de un oponente con guantes azules en una competencia de boxeo.

Tú, como yo, le deseas a ese boxeador argelino lo mejor en su vida, pero no estás de acuerdo con que sus evidentes ventajas físicas destrocen años de ilusión y sufrimiento de una deportista de élite. Son ellos los únicos que odian.

Te odian si no te sometes a su ideología, si no tragas con todos sus dogmas, si no agachas la cabeza ante sus atropellos. Son niños pijos en estado salvaje a medio civilizar, han crecido en entornos civilizados gracias al esfuerzo de sus mayores, a los que ahora desprecian, pero al haber sido siempre niños bien, consentidos, ellos han pasado por la civilización, pero la civilización no ha pasado por ellos. Han creado monstruos, luego se los han creído y, por último, los han proyectado sobre el resto de nosotros.

Tú no odiabas a Lamine Yamal y estabas encantado de que metiera un gol, igual de encantado que si lo marcaba Dani Olmo. Ellos no, ellos estaban esperando que marcara su negro, porque solo veían el color de su piel; bueno, y el negocio político y económico que había detrás del color de su piel, claro.

Si criticas la decisión del comité olímpico de dejar participar a un hombre en una competición femenina por lo que dice su pasaporte y alabas al comité mundial de boxeo por expulsarle al detectar que era un hombre después de un análisis cromosómico, es porque odias.

Una boxeadora con uniforme rojo es declarada ganadora por el árbitro, mientras que la boxeadora con uniforme azul muestra una expresión de decepción.

Pero tú no odias, solo tienes una opinión sobre un problema. Son ellos los que odian, odian a todos los que no opinen como ellos. Los señalan, los intentan matar civilmente, los insultan y los deshumanizan, como hacían los nazis con los judíos. Estamos a un pasito de hacer pintadas en los escaparates de las tiendas.

Todo ese odio tiene una única misión: imponer una agenda global creada por élites económicas que, como siempre en la historia, han comprado a élites políticas para que hagan de testaferros. El odio es un arma muy poderosa, puede llevar a gente a cometer actos de instigación abominables, puede justificar palizas, secuestros, torturas y asesinatos; ahí tenéis Venezuela y su Helicoide.

Del odio que logran inocular a algunos, viven otros en mansiones construidas en islas privadas donde jamás se verán afectados por sus políticas. La hija de Hugo Chávez, comandante en jefe de todos los hijos de puta que en el mundo han sido, tuvo que cerrar su Facebook después de que se filtraran sus fotos comprando en todas las millas de oro de las grandes ciudades del mundo, mientas los venezolanos buscaban comida en la basura.

Esa agenda global, que pretende imponerse a los estados nación, es el nuevo totalitarismo del s. XXI. Con menos guerras y sangre que el fascismo y el comunismo del s. XX, pero con las mismas intenciones. Con distintas estrategias, sí, pero con el mismo fin: un poder supranacional que nos dice cómo debemos pensar, cómo debemos vivir y hasta cómo debemos protestar, pues incluso la disidencia controlan.

Boxeadora con uniforme rojo y guantes blancos en un ring de boxeo.

Todo es un inmenso teatro, un escenario donde se representa una obra en la que todavía no sabemos que somos actores secundarios. Ya lo dijo Shakespeare en La Tempestad: “el infierno está vacío, todos los demonios están aquí.”

Al final, y de un mal golpe, van a acabar matando a una mujer, sacrificada en el altar de la ideología de género, tal como se hacen los sacrificios en las sectas. Y, aun así, les dará igual, tan igual como les dio liberar a más de cien violadores y beneficiar a más de mil, tan igual como gastarse miles de millones en ideología para que 2023 acabará siendo uno de los peores años en mujeres asesinadas de la década. Les da igual todo, lo justifican todo y le echan la culpa al resto de todo, como en las sectas, basadas en el control a través del odio

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