¿Se ha convertido Occidente en una sociedad victimista?
Nos hemos convertido en dependientes. Dependientes de un discurso que alienta la excusa y de un Estado que dice querer arroparnos, a nuestra cuenta y a cuenta de los contribuyentes futuros
Comencemos por el remate: no. Sería muy fácil abonar la manida discusión acerca de la sociedad victimista con otro artículo cargado de tintas y razones acerca del aparente retroceso que nuestro Occidente exhibe.
De igual forma, sería demasiado fácil militar en las cursis filas de adamitas que sostienen que no somos victimistas, solo socialmente más conscientes que nunca. La verdad, no tengo ni edad, ni ganas de coger ninguno de estos derroteros.
Probemos con un primer diagnóstico: el Estado de Bienestar, descansado sobre el libre mercado, nos ha hecho una sociedad próspera, asentada e intelectualmente sedentaria. Los ciudadanos europeos han dirigido su mirada hacia el Estado y este ha ido adoptando, gustoso, un papel pastoral que a desactualizado la liberal trinidad (seguridad, prosperidad, libertad). La felicidad es divisa y oferta electoral y hemos invitado al Leviatán a reglar sobre ese predio.
Probemos un segundo diagnóstico: a principios de siglo, irrumpen en la academia y se desparraman por la política toda clase de predicados revisionistas. Las llamadas teorías críticas pretenden explicar cómo la libertad, la propiedad, la responsabilidad individual son nociones viciadas.
El individuo, la menor de todas las minorías, es un concepto caduco, para estos chamanes, que debe ser diseccionado en todas sus dimensiones orgánicas e históricas: ya no somos ciudadanos, somos un amontonamiento de raza, sexo, género, estatus, cama, aspecto, cuerpo, credo, terruño y tribu. Y, por supuesto, tal análisis no se queda en la descripción. Los productos de nuestras acciones, proclaman, apenas son atribuibles a nuestra agencia, no, son el impepinable resultado de una estructura de opresores y oprimidos.
Así, convergen dos vectores no demasiado sanos: el vicio de pedir y la negligencia de dar. Un Estado que está encantado de proveer y representantes encantados de sublimar la teoría crítica en política pública.
Por lo tanto, ¿nos hemos convertido en victimistas? No, no creo. Nos hemos convertido en dependientes. Dependientes de un discurso que alienta la excusa y de un Estado que dice querer arroparnos, a nuestra cuenta y a cuenta de los contribuyentes futuros. Dependientes de un politicastro que inflama el comodón calor de la tribu y de unas magistraturas que, por corresponder, pretenden regular hasta con qué beber un batido.
No se confunda lo anterior con una invectiva protestante —protestona— contra la sociedad de bienestar, todo lo contrario. Laten en Europa con el mismo vigor tanto la idea del individuo responsable como de la comunidad caritativa.
Somos el poso de generaciones que han elevado a prescripción tanto la indómita irreverencia del espíritu como el convencimiento de que nuestro destino debe ser común. Debemos ayudar al necesitado y crear un suelo compartido para despuntados y rezagados.
No somos la sociedad de víctimas y lloricas que los cenizos describen. Tampoco somos una nueva raza de iluminados por la responsabilidad social. El acomodo nos ha ablandado y el Estado ha pretendido aprovecharse.
Es por ello por lo que una derecha, una derecha potable, debe defender sin ambages las virtudes burguesas que son propias de Occidente. Trabajo, esfuerzo, comunidad y paz para aquellos de buena voluntad; inculcar que el propósito de los que vivimos es tomar las riendas de nuestra vida, no externalizar nuestras penas.
Será nuestra mano la que nos seque las lágrimas.
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