Fotomontaje con Pedro Sánchez sobre la palma de la mano de Inés Hernand con un premio goya mirándoles

OPINIÓN

Inés Hernand y el dinero de los contribuyentes

Los medios públicos han renunciado a ofrecer modelos positivos a la juventud, dando por hecho que a una audiencia moralmente derruida hay que ofrecerles reporteras moralmente derruidas

Como se recordará, una muchacha de modales goriláceos y total impudicia, que responde al nombre de Inés Hernand acabó monopolizando la atención durante la retransmisión de los premios Goya 2024, durante los que pudimos saber que a un señor llamado “la Dani” se le iba a salir una teta inexistente, que Maese Almodóvar devuelve con creces las subvenciones los ratos que no aparece en los papeles de Panamá con sus compañías offshore y que Marisa Paredes hace tiempo que no “se come una polla”.

La reportera de RTVE se dedicó a gritar como una monea, a rascarse continuamente la nariz, a llamar “icono” al presidente y gritarle que “todos te queremos”, a confundir a los invitados, a olerse el sobaco diciendo que olía mal, a eructar por el micrófono y a despedir la retransmisión haciendo una peineta y enviando a la audiencia “a tomar por culo”.

Este despliegue de talento y estilo fue refrendado al día siguiente en X por el Presidente mismo, quien mostró su apoyo a doña Inés devolviéndole el piropo de “icono”. Desde la televisión pública se explicó que la presencia de Hernand respondía a la necesidad de “conectar con una audiencia joven”, argumento sumamente ilustrativo gracias al que pudimos entender que “la audiencia joven” debe de estar conformada por completos imbéciles y maleducados. El escándalo llegó al punto de que el Consejo de Informativos de RTVE emitió una nota de protesta por lo acaecido.

Ines Herrando junto a una estatua de Francisco de Goya en los Premios Goya 2024

¿Qué podemos aprender de todo esto? Lo primero, que los medios públicos han renunciado a ofrecer modelos positivos a la juventud, dando por hecho que a una audiencia moralmente derruida hay que ofrecerles reporteras moralmente derruidas.

Lo segundo, que el célebre verso de Sabina sobre “la gente muy fina que pierde la calma por la cocaína” se aplica también a gente cuya finura es la de un neumático de desguace.

Lo tercero, que Marisa Paredes no ha renunciado aún al ejercicio nobilísimo de sus destrezas felatorias, de las que jamás nadie ha dudado en este país.

Lo cuarto, que los actores siguen considerándose a sí mismos como los Depositarios de las Esencias Morales de la Humanidad, peso gravísimo que requiere de consuelo en forma de subvenciones millonarias, constantes, incesantes, omniabarcantes.

El público de la gala contemplaba a un tipo como Maese Almodóvar (genio del sopor plumífero y la rampolonería internacional) con un arrobamiento digno de los pastorcitos de Fátima. Por algún motivo, los escultores o los pintores al óleo se abstienen de sermonear a la nación, en nombre del “respeto a la cultura”. Los cineastas, en cambio, cuando no están mariposeando en lencería o brindando por Hamás, no pueden resistirse a difundir su Lucrativa Moralina.

Las buenas costumbres se están perdiendo, eso está claro, entre ellas la de tirar tomates a los que se hacen indignos de su lugar en un escenario.