Sánchez, el Peugeot, las putas infinitas

Cuando haya pasado esta época de zozobra, recordaremos al Perrosanxe como materia de chiste de sobremesa, de leyenda bufa, de picaresca farsante. Pero sobre todo le recordaremos como el héroe que libró a España del socialismo: solo por este motivo, nunca le estaremos lo bastante agradecido.

Con una habilidad al alcance de pocos y una potentísima vis cómica involuntaria, Sánchez ha conducido al progresismo a una serie de callejones sin salida de los que nunca se recuperará. Veámoslo con cierto detenimiento.

En nombre del feminismo, el Sanchismo propuso a las mujeres con pene y soltó a los violadores como quien suelta palomas en una función de fin de curso. En nombre del ecologismo, arrancó los olivos y vació los pantanos. En nombre de la justicia social, dejó que la inflación lo devorara todo y que la vivienda se convirtiera en un mercado de lujo (solo al alcance de la admirable Jessica y sus compañeras de fatigas). En nombre del laicismo, facilitó la total islamización de los colegios y del sistema de ayudas sociales, además de adoptar una política internacional por la que solo le felicitan los talibanes y los camaradas de Hamás. En nombre de la “regeneración democrática” entregó el partido a una banda de ladrones de comedia de Mariano Ozores, con sus mondadientes y sus sobrinas de pago. En nombre de la equidad territorial se apoyó en Bildu y Puigdemont, amnistiando e indultando a todo lo que se movía. 

Nacido entre saunas y Koldos, Sánchez creció de manera monstruosa, consiguiendo con sus modales de dependiente de Cortefiel reducir el voto socialista a un pandemónium de señoras de mediana edad histéricas a las que ofreció dos modelos como los dos polos de un sistema de Estupidez Absoluta: la cursilería lobotómica de Yolanda Díaz y la agitación iletrada de María Jesús Montero, persona que ni siquiera sabe aplaudir como un ser humano normal. Puso a su mujer a ocupar cátedras calamitosas y a su hermano a componer óperas y danzas frutales; creyó que podría mecerse durante años, como en una hamaca tropical, en la hipocresía asalariada de la prensa de izquierdas, el famoso equipo de felación sincronizada.

Hoy en día, apostar por el voto al PSOE implica tener un grado de deficiencia cognitiva situado en algún nivel entre Joe Biden y el monstruo de Frankenstein. El voto progresista optará por Galapagar (en caso de odio canino y falta de higiene personal), la CUP (en caso de drogadicción e higiene personal paleolítica), el conglomerado Sumar-Compromís-Hamás-Madrid, Comunes (en caso de encefalograma plano), Bildu (en caso de pistolerismo satánico) o ERC (en caso de sobrepeso y esponjamiento cerebral). Quiere decirse que en el 2025 el votante de izquierdas tiene múltiples opciones en su lucha por destruir todo lo noble, hermoso y justo en este mundo. El PSOE irá, de este modo, al lugar al que fueron el PASOK o los socialistas franceses: a la nada, al olvido, a una execración de siglos.

Entonces podremos a contemplar a Sánchez como el supremo servidor público, el héroe trágico que, a cambio de unos años de relumbrón y discursitos cursis, libró para siempre a España del cáncer de la socialdemocracia de bragueta abierta y cocaína barata. El PP lo sustituirá como opción de centro-izquierda mongoloide y tendremos al fin unas derechas dignas de tal nombre. Solo les añorarán los gánsteres y las putas, ellos por tener que buscarse vías alternativas de negocio, ellas por el amor natural que las madres sienten por sus hijos.