Un grupo de estudiantes con mochilas de espaldas observan a dos personajes de ciencia ficción, uno con gafas de sol y una escopeta, y otro con una armadura metálica y una pistola, sobre un fondo rosa con líneas discontinuas.
OPINIÓN

De Robocop I a Terminator II

Ser demasiado distantes y fríos con los adolescentes conlleva no conseguir su confianza

Para quien no recuerde la película de Paul Verhoeven, Robocop era un humanoide medio máquina diseñado en principio con carencia de sentimientos. Lo mismo ocurría en la primera entrega de Terminator. En cambio, al final de Robocop y en la segunda y tercera de Terminator, ambos llegan a desarrollar capacidades para interpretar y aprender sentimientos humanos, hasta algunos lloraron cuando John Connor vio morir a su Terminator protector. 

Los docentes a menudo no saben con quién quedarse, si con Robocops insensibles o con Terminators buenazos, si con el malo de Sancho o con el bueno de Sancho. Ser demasiado distantes y fríos con los adolescentes conlleva no conseguir su confianza y sí el enfado de algunos padres, hasta puede que te denuncien por apretarles demasiado las tuercas. 

Carátula del videojuego

Por otro lado, presentarse ante los alumnos como un Terminator amigo e ingenuo conlleva no ganarse jamás su respeto, ¿qué hacer entonces? Pues cada maestrillo tiene su librillo. Mejor aparentar ser un Robocop algo distante y ganarse poco a poco la confianza de los estudiantes. Pasadas unas semanas, y cuando ha sido mostrada tímidamente esa parte humana, cae el telón de acero entre docente y alumnos. 

Los escolares se dan cuenta de que no se es tan Robocop por tres razones, el docente se ha hecho respetar, se puede confiar en él y es consecuente con ellos. Incluso se percatan que se les defiende de otros malos educadores. Ahora bien, quien se queda en fase Robocop difícilmente se gana la confianza de sus alumnos.

Hay que dirigirse lentamente hacia ese Terminator humano y casi sonriente que protagonizó Arnold Schwarzenegger. Solo un humano es capaz de ver a otro humano. Al final, y evitados los extremos entre policía y colega, se llega a charlar con los púberes sobre sexo, padres y ligues, algo que resulta fascinante por el simple hecho que confían en el docente al hacerlo.

Ser mojigato y mantener tabúes en ciertos temas como el sexo y la pareja implica no darse cuenta de la base humana, la adolescencia que educamos. En ello hay docentes que se muestran inflexibles y se convierten en dictadores.

La mayoría casi ya se han jubilado, pero algunos todavía se arrastran por algunos institutos. Ellos viven de un pasado en donde la disciplina era extrema, la agresividad, un arma y el miedo pánico. Aunque esta especie se halla al borde de la extinción, todavía sobreviven por algunos centros.

Una profesora da clase el día del inicio del curso en el colegio de la Alameda de Osuna, a 5 de septiembre de 2022, en Madrid (España).

En uno de Santa Coloma de Gramanet, muy cerca de Barcelona, sobrevivía uno de estos ejemplares hasta hace poco. Allí su director se había convertido en un dictador de todos sus súbditos, fueran alumnos, docentes o auxiliares del centro. Incluso algunos de sus hermanos los tenía también allí a sus órdenes.

Este personaje, sacerdote investido por la falsa y estafadora Iglesia del Palmar de Troya, se codeaba con representantes del Opus, a quienes invitaba al centro a impartir sermones y ofertas educativas. Pero lo realmente flagrante, y nada cristiano, era el trato que ejercía sobre alumnos y profesores.

Por un lado, y bajo amenazas y acosos, explotaba a sus trabajadores más horas de las convenidas. Por ejemplo, los docentes, y después de la marcha de todos los alumnos, debían permanecer cada tarde una hora más en el centro.

Imagen de unos alumnos en clase

Esa sesión de más nadie la cobraba. Incluso uno, que estaba contratado al ochenta por ciento, se le exigía trabajar el cien por cien de las horas. O en pleno mes de julio, obligaba a impartir repaso a los alumnos enviados. Para ello, los padres pagaban al centro unos 60 euros por hijo, pero los docentes no veían ni un duro.

Pero lo más grave no fue el tema laboral, sino las vejaciones y faltas de respeto que ejercía sobre sus súbditos, alumnos o profesores. Hasta, y entre sus alumnos, repartía ostias, y no de eucaristía.

Esa obsesión por subyugar a todos los de su alrededor era fruto de una madre dominante y de su homosexualidad no declarada. Su matrona reprimió, castigó y aplastó sus debilidades, como posteriormente él haría con sus congéneres. Su homosexualidad escondida, aunque no reprimida con algunos jóvenes, le alimentaba sus abusos de poder.

En fin, toda aquella situación duró más de una década y hoy en día todos aquellos alumnos no le guardan mucha simpatía. El dictador amputó la sensibilidad de muchos sin darse cuenta de la importancia de la diversidad y el debate.

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