Pérez Solís y la fe del converso
Óscar Pérez Solís sufrió los turbulentos cambios que azotaron a la sociedad europea de la época
Todos los seres humanos somos, en sí mismos, un océano de contradicciones. Las ideologías no las inventamos cada uno de nosotros, ya estaban desarrolladas cuando, en una especie de obligación de filiación moral, nos inclinamos hacia un lado u otro con mayor o menor intensidad. Siempre he pensado que el más ferviente y entusiasta seguidor de una determinada idea es el que menos se plantea las fisuras o las contradicciones de esta.
Los años 20 y 30 fueron en toda Europa un huracán de nuevas ideologías y de desarrollo de las existentes que parecían imparables. La democracia liberal y burguesa se presentaba como algo caduco que simplemente agonizaba tratando de sobrevivir en un mundo nuevo donde la revolución industrial había cambiado la estructura social.
Las fábricas aglutinaron miles de obreros que, al contrario que los campesinos en el pasado, se concentraban en centros de producción y cobraban conciencia de las injusticias a las que estaban sometidos. La acumulación de fuerza de trabajo trajo también que esta, amparada en su contundente número, comenzara a organizarse para reivindicar una vida menos penosa y más participativa.
Óscar Pérez Solís nació en 1882, por lo que pertenece a esa generación que vivió y sufrió los turbulentos cambios que azotaron a la sociedad europea de la época. Nació en Bello, una parroquia del concejo asturiano de Aller, al sur de la provincia de Oviedo. Se crio como un muchacho de provincias de una escasísima clase media en Valladolid y por iniciativa paterna se embarcó en la carrera de las armas, ingresando en la Academia de Artillería de Segovia.
A principios del siglo XX, las Academias de los cuerpos facultativos, Artillería e Ingenieros, proporcionaban una formación técnica muy superior a las armas de Infantería y Caballería. Cinco años en lugar de tres, un rigurosísimo sistema de acceso y un exigente plan de estudios en el que era normal repetir algún curso, daban a los oficiales de ambos cuerpos un prestigio que era muy reconocido en el mundo civil.
Su primer destino de oficial fue en Las Palmas de Gran Canaria, muy alejado de los rigores meteorológicos castellanos y asturianos. Allí, a través de uno de sus artilleros que realizaba el servicio militar, entró en contacto con las ideas de Mijaíl Bakunin. El nombre del soldado anarquista era Juan Salvador y Óscar Pérez Solís decidió, desde entonces, adoptar ese nombre como pseudónimo para sus escritos.
El joven oficial decidió conocer más sobre estas nuevas ideologías que cambiarían el mundo y profundizó en sus lecturas hasta convencerse de que las doctrinas socialistas, que al menos no renegaban del Estado, sino que proponían cambiar este, se le hacían más apetecibles.
Pérez Solís ascendió a capitán y fue destinado a su Valladolid de adopción. Allí decidió ingresar en la Agrupación socialista de la localidad, en la que convivió cuando aún seguía ejerciendo como militar. Por fin, en 1912, decidió abandonar el Ejército y desarrollarse en el campo político.
El PSOE era un partido que convivía con el régimen de la Restauración, participando en los procesos electorales y respetando las reglas del juego, pero sin renunciar a sus reivindicaciones que expresaba a través de sus movimientos huelguísticos. Su influencia en la clase obrera era limitada y estaba localizada fundamentalmente en Madrid, Bilbao o Asturias. Cataluña era feudo anarquista y la UGT, el sindicato socialista, era muy minoritario en comparación con los contundentes números que manejaba la recién creada CNT.
Los socialistas, para poder entrar en el Parlamento y desafiar la estructura política basada en el caciquismo, se habían coaligado con los republicanos radicales del siempre combativo Alejandro Lerroux, de ese modo, habían conseguido entrar en los ayuntamientos, las Cortes y en las diputaciones provinciales.
Una de las razones por las que Pérez Solís abandonó el uniforme fue la postura antibelicista que adoptó el PSOE frente a la Guerra de Melilla que se había iniciado en julio de 1909. No obstante, no crean que el retirado capitán presumía de moderación. Fue muy contrario a la conjunción republicano-socialista y abogaba por una coalición regeneracionista con la Solidaridad Catalana liderada por el regionalista Francesc Cambó. Ya pueden ustedes ir viendo el porqué del inicio del artículo y las contradicciones.
Sus ideas, alejadas del incontestable liderazgo de Pablo Iglesias y sus fieles escuderos de Madrid: Julián Besteiro, Largo Caballero, Saborit y Anguiano le llevaron a la indiferencia dentro de las filas socialistas. Por problemas con la justicia tuvo que mudarse a Bilbao, donde no recibió ayuda alguna porque había sido muy crítico con la Huelga General Revolucionaria de 1917 que había acabado con Largo, Besteiro, Saborit y Anguiano en la cárcel.
El único que mostró cierto interés por él fue el periodista Indalecio Prieto, que lideraba la prensa bilbaína más afín a sus ideas, El Liberal de Bilbao o La Lucha de Clases. En este segundo, Pérez Solís comenzó a escribir para contrarrestar las voces más críticas y radicales dentro del importante socialismo bilbaíno y, sobre todo, la del histórico Facundo Perezagua que era el rival más directo de Prieto.
La revolución soviética trajo una profunda dicotomía en el seno del partido. El nacimiento de la Tercera Internacional, a partir de 1919, fue un terremoto en el seno de los partidos socialistas de toda Europa. Prieto, junto a su fiel escudero Solís, defendieron con contundencia la Segunda Internacional frente al bolchevismo que suponía la recién creada Komintern. Los congresos del PSOE de 1919 y 1920 fueron especialmente convulsos. Las juventudes eran mucho más proclives a la filiación soviética y a la revolución, pero la mayoría de los líderes del partido querían permanecer en la Segunda Internacional en la que, sin renunciar al marxismo, convivían también partidos socialdemócratas.
Solís, poco a poco, se fue alejando de Prieto y de su sintonía inicial para inclinarse hacia los violentos jóvenes socialistas que creían más en la acción que en la indefinición. El que había sido fiel escudero de D. Indalecio comenzó a conspirar contra él, buscando apoyos, incluso, entre el nacionalismo burgués del PNV.
Una gran mayoría de las juventudes se había escindido para crear el Partido Comunista Español. Solís permaneció en el PSOE, pero en el congreso de 1921, en el que el socialismo español debía decidir si admitía las 21 condiciones impuestas por la Tercera Internacional para su ingreso en la misma, el otrora capitán de Artillería defendió la inclusión en la Komintern. El congreso fue muy tumultuoso, tras la primera escisión del año anterior, el partido corría el riesgo de resquebrajarse y esta vez no eran solo los jóvenes los que alzaban la voz, había también algunos históricos que desafiaban al veterano Pablo Iglesias y sus conocidos correligionarios.
El Congreso rechazó las condiciones e históricos como el madrileño García Quejido, el toledano afincado en Bilbao Facundo Perezagua y el asturiano Isidoro Acevedo abandonaron las filas del partido en el que habían militado desde sus inicios. Solís fue uno de los que había defendido con más vehemencia la aprobación de los 21 puntos y no dudó en unirse a los históricos que dejaban el PSOE. La escisión fundó el PCOE, Partido Comunista Obrero Español.
La Tercera Internacional impuso a los comunistas españoles la unificación, por lo que los dos partidos recién creados se unieron en el Partido Comunista de España, en el que Óscar Pérez Solís se convirtió en uno de sus líderes más importantes.
El 13 de septiembre de 1923, la llegada de la dictadura de la mano del general Primo de Rivera supuso un cambio radical. El directorio militar buscó entendimiento con los partidos obreros mientras combatía duramente al anarquismo aún en plena guerra en Barcelona.
Los socialistas participaron de la dictadura a través de los comités paritarios, llegando Largo Caballero a ser nombrado consejero de Estado. Sin embargo, los comunistas no quisieron colaborar y fueron sometidos a una dura represión.
El partido apenas tenía unos meses de vida y casi no sobrevive a los siete años de dictadura. Solís viajó a la Unión Soviética como delegado español en el V Congreso de la Komintern.
Tras ello, pasó a residir a la Ciudad Condal, donde buscaba que el partido se implicara en la acción directa. No obstante, la represión tenía al PCE casi desmantelado con todos sus dirigentes en la cárcel. Solís fue uno de los últimos en caer y fue a prisión en febrero de 1925.
Entre rejas cambió de ideología y al salir, en 1927, abandonó el partido y se marchó a Valladolid. Se convirtió al catolicismo y colaboró con la dictadura que le ofreció un puesto en la recién creada CAMPSA.
Solís, durante la República, acabó afiliándose a Falange Española y llegó a mandar una compañía en el sitio de Oviedo en 1936.
Todo lo que hizo lo hizo con profunda vehemencia y constatada fe en lo que creía en cada momento. Aunque esto nos parezca una historia rocambolesca, Pérez Solís no es más que un ejemplo de una época en la que había que tomar partido y en la que la polarización llevaba a posicionarse o cambiar de bando. Fueron muchos los que lo hicieron y en distintas direcciones.
Somos un océano de contradicciones.
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