Gabriel Rufián, serio con los brazos abiertos, en el congreso de los diputados

OPINIÓN

‘Putada’ a Rufián

El catalán en el Congreso ha servido para mostrar lo mal que lo habla

Imagen del Blog de Xavier Rius La Puntita

Menuda faena le han hecho a Rufián con el catalán en el Congreso. Pudimos comprobar in situ que el suyo es pésimo. Al menos tuvo suerte de que la traducción simultánea tapaba su voz.

Pero, a pesar de ello, bastó unos segundos para darse cuenta de como sufre. No distingue la ese sorda de la ese sonora. Y convierte todas las vocales en neutras.

Ahora entiendo por qué él nunca hizo casus belli del tema, no como los pijos de Junts. El peso de la reivindicación lo llevó siempre Joan Tardà. No en vano fue, en sus años mozos, profesor de catalán en un instituto de Cornellà.

Hasta se le notó porque, en un momento determinado, se pasó al castellano para demostrar que, en su opinión, no está ni “amenazado” ni “perseguido” en Cataluña. Era una excusa.

Llegué a pensar que Gabriel Rufián encarnaba el fracaso de la inmersión. Y que había que endurecer hasta los requisitos. Si él es un ejemplo del éxito de la escuela catalana, apaga y vámonos. Queda mucho por hacer.

He tenido la ocasión, por razones profesionales, de escuchar en catalán al diputado de Esquerra y a la Princesa de Asturias. Y el de esta última es, de largo, mucho mejor. Con el mérito suplementario, además, de haberlo aprendido en Madrid.

La verdad es que no estoy, a priori, en contra del uso de las lenguas oficiales en el Congreso. Al contrario, me parece una muestra de diversidad cultural y lingüística. 

Aunque sean cuatro: catalán, euskera, gallego y aranés. 

Y que pudieran entenderse todos en castellano como hacían hasta ahora. Estoy seguro de que, en el bar o en los pasillos, se comunican sin pinganillos. El aranés solo lo habla un diputado del PSC. Los hablantes, en la Vall d’Aran, son unos 6.000. 

Por eso, no sé si el ciudadano medio esto lo entenderá. Al fin y al cabo la barra de cuarto —la auténtica, no la prefabricada— ha superado ya el euro, el litro de gasolina está en 1,7 —ha subido cinco céntimos en cuatro días— y el de aceite se dirige hacia los nueve.

No estaba, ciertamente, el catalán en el Congreso en la agenda política y mediática. Ni siquiera entre las prioridades de los ciudadanos. Más preocupados por las listas de espera, el fracaso escolar o los retrasos en la Ley de Dependencia.

Todo el mundo sabe, en efecto, que es solamente una condición de Puigdemont. El mismo PSOE votó en contra de la medida hace poco más de un año. Probablemente, le ha costado al escaño a Meritxell Batet.

Pero tómenselo por el lado bueno: si los de Junts piden el catalán en el Congreso es porque, Cataluña ya no se va. Nadie pide traducción simultánea en el parlamento del “Estado opresor” si más tarde vas a declarar la independencia. 

Empezaron proclamando la República y han acabado conformándose con un traductor. Menudo negocio.

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