
Puigdemont y sus bonitas opiniones
El expresidente catalán ha perdido peso político, mientras comparte en redes temas intrascendentes y dispersos

Lo más divertido de Carles Puigdemont es el hecho de que siga en política activa. Dado su nivel de difuminación y su hilarante irrelevancia, muchos quizás hayan pensado que el buen hombre se ha retirado. Pero no, ahí sigue, empeñado en tener algo que decir sobre alguna cosa, la que sea.
¿De qué puede hablar Puigdemont? Veamos. No puede hablar de la independencia de Cataluña porque los suyos (no los malvados fascistas, no, los suyos) se le echan al cuello recordándole su interminable colección de traiciones, mentiras y acrobacias absurdas. Tampoco puede hacer de oposición al PSOE, puesto que es, de manera principal y notabilísima, la única razón por la que el PSOE sigue en el poder. Tampoco puede ladrar hacia la derecha, porque sabe que su objetivo es ir a rascar votos en el discurso antiinmigración que, a día de hoy, es el discurso ganador en toda Europa. Entonces, ¿de qué puede hablar el pobre Carles?

Para no basarnos en conjeturas, vayamos a comprobar sus últimos posts en X. Aparte de repostear los videos de su partido sobre su última comparecencia, estos son los temas de sus últimas aportaciones al debate público catalán, por orden cronológico: un apunte del Financial Times sobre la guerra de aranceles entre Estados Unidos y China, un comentario sobre que el Barça debería jugar la Bundesliga, una felicitación al Barça femenino y un saludo a la figura de la cantante valenciana Araceli Banyuls (recientemente fallecida).
Seguido de un anuncio de que está siguiendo el partido del Girona FC, un recordatorio del Día Mundial del Lupus, una reflexión sobre “la posición europea” en la guerra de Ucrania, una cosa en francés sobre una superviviente del Holocausto, otra sobre Pau Casals, otra sobre la radio en la Cataluña francesa, otra sobre el nuevo Papa, otra sobre el fin de la Segunda Guerra Mundial, otra sobre los trabajadores de Bimbo… y así al infinito.
Quizás la última jugada maestra del procesismo sea convertir el timeline del Gran Fugado en una especie de magazine de tarde para despistados, donde se puedan incluir también recetas de cocina o recomendaciones de cine familiar. Quizás el astuto Boye haya diseñado una estrategia para perder una docena de nuevas causas judiciales, estrategia consistente en que los jueces condenen ya a Puigdemont no por delincuente, sino por pesado. Quizás esté buscando igualar las audiencias de los programas de Marcela Topor, audiencias cuya evolución muestran un desplome asintótico hacia el cero absoluto. Vaya usted a saber.
Hace un tiempo Puigdemont era un ruido de fondo, ahora más bien su figura se asemeja a la del pajarito enjaulado que pasa la tarde con la cabeza bajo el ala (por vergüenza, por depresión, por pura idiotez) sin que a nadie le importe lo más mínimo. Cuesta pensar en algún referente político cuya deslegitimación ética alcance una décima parte de los abismos de descrédito personal que ha alcanzado Puigdemont.

Hasta Valtònyc se despachó a gusto contra él en cuanto tuvo un micrófono delante. Todo su mundo está en ruinas: Toni Comín purgado por sus andanzas indescriptibles, el Consell per la República en manos de cuatro almas en pena, Boye a las puertas de la cárcel, Turull dando 37 entrevistas semanales a Jordi Basté, Elsa Artadi desaparecida sin dejar rastro, Clara Ponsatí impugnando todo lo hecho desde 2017 (de la mano, eso sí, de Jordi Graupera, el otro gran maestro catalán de la irrelevancia), la ANC pudriéndose de manera acelerada en torno a la figura putrefacta de Lluís Llach… Nada queda, absolutamente nada.
En cuanto caiga Pedro Sánchez y la nueva política de euroórdenes entre en vigor, Puigdemont tendrá que exiliarse en Namibia o en alguna cueva de los Himalayas. Esperemos que entonces, al menos, diga algo interesante y sencillo como “ciudadanos de Cataluña, soy lo peor que le ha pasado al país desde la peste bubónica”. Mientras tanto, seguiremos a la espera.
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