
El primer año de Salvador Illa: la pura nada
Salvador Illa, presidente de la Generalitat, trata de mantener el rumbo en un PSOE marcado por la contradicción y el caos

El primer año del gobierno soporífero del MHP Illa ha coincidido con la publicación de los mensajes de WhatsApp entre Pedro Sánchez y José Luis Ábalos, confirmando que la política catalana y la española, a estas alturas del pedroyolandismo, atraviesa momentos de ópera bufa. El mismo partido que a nivel catalán se quiere presentar como garantía de orden y estabilidad (según aquella máxima de Rajoy de un gobernante debe ser, ante todo, previsible) es el que brinda desde Moncloa, un día tras otro, episodios propios de los mejores momentos de Berlanga y Azcona.
Allí donde el MHP Illa representa la muerte térmica, el aburrimiento terminal, el gris infinito, Ábalos ofrece la verdad y nada más que la verdad, en su más colorida exuberancia. En esta comparación tenemos la versión socialista de las dos Españas: una de cartónpiedra basada en retórica hueca y negligencia política absoluta, la otra palpitante y prostibularia, llena de vida y buen humor, de indecencia y ron con coca cola.

Lo cierto es que a Ábalos se le puede acusar de muchas cosas, pero al menos ha puesto delante del electorado la verdad, tan cruda y divertida. Un mundo de marisquerías baratas, veraneos en Marbella junto al Milady Palace, altercados en los Paradores Nacionales, entrevistas absurdas, filtraciones caóticas, politiqueo con señoritas que fuman, adjudicaciones monstruosas, viajes a República Dominicana y compadreo silvestre.
Para quien quiera entender cómo funciona el poder en España, Illa es una neblina y Ábalos un libro abierto. Pablo Iglesias solía denunciar que los negocios se hacían en el palco del Bernabéu, pero en esto se equivocaba, como en todo: los negocios se hacían con Jessica y sus amigas en los chalets del extrarradio.
Este PSOE de putas y folklore casa muy mal con el PSC assenyat del MHP Illa, pero en realidad no pueden vivir el uno sin el otro: tan improvisadas son las juergas de Koldo & Co como los pactos de investidura de Cataluña. Ahora que tenemos constancia escrita del asco que siente Sánchez por sus barones, entendemos un poco mejor la política autonómica de Ferraz.

Se trata de ir poniendo parches a una izquierda desfondada moralmente, a la que tanto le da pactar con Bildu como promover los delirios menstruales de Irene Montero y sus amigas, que puede apoyar a Hamás mientras se abraza a los ecologistas robóticos de Bill Gates, que promueve a la vez el desmantelamiento del Valle de los Caídos y la islamización acelerada de los barrios populares.
Solo sobrevive este PSOE demencial por la incomparecencia de la oposición política: a nivel nacional, Feijóo se dedica a mirar por la ventana y suspirar; a nivel catalán, ERC y Junts x Cash le han cogido gusto al papel de rehén y ya solo aparecen en prensa en la crónica judicial. Los ciudadanos asisten resignados al colapso general del Estado: falla la electricidad, fallan los trenes de Óscar Puente, fallan el sistema educativo y el sanitario, la inmigración y la inflación lo devoran todo.

El mundo que emergió en los años entre la caída del muro de Berlín y los atentados del 11-S ya en nada se parece al mundo de Elon Musk, Instagram y David Broncano, pero la clase política no ha actualizado su discurso. Los mismos conceptos, la misma indecencia, el mismo latrocinio generalizado.
Ahora ya sabemos que el globalismo no es la apuesta por la paz global y la sanación democrática, sino el intento de establecer una tecnocracia global a la pekinesa que no tenga que pasar por molestos trámites de sufragio universal ni tenga por qué entender de fronteras. El sistema no debe ser reformado, sino reformulado, a no ser que deseemos rendir nuestras libertades de manera definitiva. En suma: tan indecentes son los golfos (Ábalos y Koldo) como los gestores (Illa y Feijóo). Eso sí, unos son más divertidos que otros.
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