Hombre con gafas y cabello canoso, vestido con saco oscuro y camisa blanca, sobre un fondo rosa con líneas negras.
OPINIÓN

Puigdemont acaricia a su gato

Que el procesismo acabara convertido en una variante de barriada del ilusionismo de cabaret no lo vimos venir

Imagen del Blog de Octavio Cortés

Que el procesismo acabara convertido en una variante de barriada del ilusionismo de cabaret: reconozcamos que eso no lo vimos venir.

Ahora todos paseamos por la calle con un cierto susto encima, mirando detrás de las papeleras y los semáforos, por si aparece Puigdemont y da un discurso. El hombre, dotado del superpoder de materializarse y desmatarializarse a voluntad, puede presentarse en cualquier momento, como Cristo en el cenáculo, diciendo: “la paz de Waterloo con vosotros” para luego esfumarse y escribir cuatro tuits y publicar videos acariciando a los gatos belgas como si fueran suscriptores del Consell per la República.

Sabíamos que Agatha Christie y los villanos de la saga Bond acariciaban a sus gatos, pero resulta que también lo hacen las criaturas metafísicamente intermitentes, como el Mesías de Amer. La verdad, aunque la estampa es ridícula, siempre es mejor que esté molestando a los gatos del vecindario en vez de ponerse a cantar clásicos de John Denver con la guitarra.

Carles Puigdemont con traje oscuro hablando frente a un micrófono.

En cualquier caso, el procesismo ha alcanzado un nivel bucólico pastoril delicioso: Oriol pasea por paisajes rurales, en la mística soledad del peregrino, hablando con payeses que lo único que querían era pasar la mañana en paz; Puigdemont repasa el lomo de los gatos y sueña con aparecer de repente, Felino Supremo, en la cima del Tibidabo o en palco del Camp Nou, donde sea que le indique el CNI. 

Prometió que, si no era investido, dejaría la política activa. En cierto sentido, ha cumplido su palabra (por primera vez) porque a lo que sea que se dedica Puigdemont estos días, ni es política ni es actividad. Es un simple ir y venir por las fronteras entre el Ser y el No Ser, quizás como un espectro, quizás como un ángel con flequillo, quizás como un repartidor de Amazon con el tiempo justo. 

El independentismo ya era una religión: ahora se ha convertido en una micro histeria de visiones y apariciones, un poco como el Palmar de Troya, con la piscina de Rahola como baptisterio y los artículos psicodélicos de Vicens Partal como material oracular diario. Intentaron montar una revolución y la cosa se quedó en un divertimento circense de chichinabo.

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