Personas sosteniendo micrófonos entrevistando a alguien con un abrigo azul oscuro sobre un fondo rosa.
OPINIÓN

Pobre periodismo

El periodismo ha cambiado como lo ha hecho la sociedad. O quizás más rápido.

Hubo un tiempo en el que el periodismo era compromiso con la sociedad. Donde el periodista jamás se conformaba con lo que le decía una fuente, incluso con lo que veía en un momento determinado. Y se lo cuestionaba todo. Aunque en algunas ocasiones esto tuviera consecuencias. Aunque ese relato tan bueno o esa fotografía tan esperada, no pudiera salir en el día y en la hora prevista por qué había tenido que esperar.

Hubo un tiempo en el que los periodistas hacíamos guardias, a las puertas del Palau de la Generalitat, por ejemplo, esperando la salida de quien en ese momento había sido destituido como consejero. De estos, ahora, hay pocos. Quico Sallés y poco más.

La mayoría, hoy en día, prefieren ir a saraos, a ruedas de prensa donde muchas veces ni preguntas ya empujar para estar en un corrillo donde, si eres un poco listo, sabes que te están mintiendo en la cara en un 70 % de lo que te dicen. Todos, unos y otros.

El periodismo ha cambiado como lo ha hecho la sociedad. O quizás más rápido. Es verdad que el salto digital nos obligó a todos a no poder reponer las cosas como antes.

Plano medio corto de Pedro Sánchez sentado en su escaño en el Congreso de los Diputados y mirando hacia arriba

Y a publicar cuando, posiblemente, lo que tenemos entre manos, necesite media hora más de maduración. Pero a eso también nos han empujado unas telas que, cada cinco minutos, llaman ‘atención, última hora, exclusiva’.

Antes un periodista escribía su crónica con el puro en una mano y el gin-tonic en la otra. Hoy, cuando tenemos suerte, nos comemos un bocadillo mientras conducimos.

Las redes sociales, y el uso que hacen algunas personas que solo tienen como objetivo la notoriedad en la vida, también han hecho daño al periodismo hoy en día. No reconocer esto es hacernos trampas en el solitario. Pero también es hacernos trampas en el solitario reconocer que las limitaciones que nos pone el poder, muchas veces injustificadas, y la aceptación que hacemos de concesiones como si estuvieran haciendo un favor, también está matando al periodismo.

Pongo por caso la declaración judicial de Begoña Gómez de esta semana. La foto es importante. Nunca la mujer de un presidente del Gobierno en ejercicio ha sido imputada.

Imagen de Pedro Sánchez con su mujer Begoña Gómez, los dos sonriendo y muy cómplices

Bajo el mantra de garantizar su integridad física, que nunca corrió peligro alguno, ya que los pocos manifestantes que estaban los encapsularon a más de 300 metros, la seguridad de la Moncloa y de los juzgados diseñó un dispositivo para evitar su imagen en el interior de la sede judicial. Y lo consiguieron hasta el final.

El Tribunal Superior de Justicia de Madrid, sin saber muy bien a razón de qué, decidió que solo podían acceder al pasillo a ver cómo llegaba cuatro periodistas. Y dejó en manos de los medios, para que se pelearan, la elección de quién iba. Primera anomalía.

Dentro, en un día normal, podría haber entrado todo el mundo. El más tempranero, con mejor sitio. Por tanto, una aceptación que nos va en contra, como la de obligarnos a hablar a medios que somos competencia.

Por eso, hacemos un único diario en todo el Estado, si los lectores deben leer lo mismo.

Cuando somos los propios periodistas los que aceptamos cosas que no deberíamos aceptar (limitaciones de acceso, que se nos identifique en la acera mientras esperamos la llegada, que el presidente comparezca sin preguntas o que se nos dé cuatro horas por acreditarnos para cubrir un viaje oficial a un país extranjero que comienza esa misma tarde), la culpa es nuestro de aceptarlo, no cuestionarnos nada y encima aplaudir cuando una fuente nos da una información —normalmente sesgada y averiada—.

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