Imagen de Isabel Díaz Ayuso guñando el ojo y con el pulgar arriba
OPINIÓN

¿Para qué sirve la campaña electoral?

Jordi Garcia-Petit reflexiona sobre lo vivido estas dos últimas semanas

Atrás queda otra campaña electoral, que, con todos sus defectos, tenemos que alegrarnos de haberla podido celebrar en democracia -se olvida y muchos jóvenes lo ignoran que de 1936 a 1977 no hubo campañas electorales pluripartidistas- y sin epidemia, que hubiera impedido celebrarla.


¿Qué sabor deja y qué queda de esta campaña electoral?


 Conceptualmente, una campaña electoral sirve para exponer los programas de diversas opciones políticas. Los programas existen, pero no constituyen el eje de la campaña. Se pueden consultar en las webs de los partidos, pero se ha comprobado que hay pocas consultas. Algunos medios facilitan la tarea ofreciendo comparaciones, pero con poco seguimiento, según se puede deducir por las páginas digitales visitadas.


De los programas queda algún flash que lanza el propio partido, generalmente una simplificación tuitera, y poco más.
El objetivo primario de una campaña electoral: la exposición y conocimiento de los distintos programas, “el gobierno de las cosas y la relación con las personas”, lo que dicen los partidos que harán, si gobiernan, y para lo que piden el voto a los electores, no se cumple. Habrá electores a los que la campaña dejará mal sabor, a otros ni eso.  


Los candidatos lo saben e insisten poco en los programas, cuando debieran machacar con los programas en cada intervención. ¿Qué fue primero el huevo o la gallina? ¿No se habla de programas porque los electores no lo piden o los electores no lo piden porque no se habla de programas? Puede que la culpa esté repartida, aunque me inclino por atribuirla mayormente a los candidatos.

Imagen de Jaume Collboni junto a Pedro Sanchez abrazados haciendo el señal de victoria

¿Para qué sirve, pues, una campaña electoral?


Partamos de un hecho cultural, ideológico si se prefiere el término. Las sensibilidades en lo que atañe a la organización social están ya presentes en el individuo, precediendo a las campañas, por un proceso de penetración y formación que tiene mucho de estructural, de las condiciones materiales de  vida de cada individuo, en definitiva.


Que se sepa interpretar adecuada y consecuentemente depende de ese margen de unicidad que nos hace diferentes, y en esa interpretación cabe la variabilidad que explicaría, en última instancia, la libertad de voto.


Después, el gregarismo humano agrupa sensibilidades en grandes bloques: derecha e izquierda con sus graduaciones y extremos en cada alineación.

Ernest Maragall en un acto de campaña de ERC


Hay un dato de sociología electoral que lo confirmaría, la partición entre derecha e izquierda de las últimas elecciones democráticas, en febrero de 1936, se reprodujo con una aproximación significativa en las primeras elecciones democráticas en junio de 1977, y esa partición confirmada en 1977, no varió substancialmente en sucesivas elecciones. Reproducción ideológica que puede truncarse actualmente por el enorme poder de influencia de las redes sociales apoyado en el poder instrumental de las nuevas tecnologías, lo que afecta a las pautas culturales.  


Que sea la derecha o la izquierda quien se lleve el gato al agua depende del péndulo de la percepción de las coyunturas. Influir sobre la percepción es una de las finalidades de la campaña, en el fondo, la única.


Por eso las diferenciadas estrategias de campaña, la derecha opositora a confundir, a crear percepciones interesadas, que algo queda, y la izquierda gobernante a explicar lo que ha hecho socialmente para que se pudieran sortear las crisis al menor coste posible para los más desfavorecidos. Una oposición honesta consistiría en discutir si lo hecho por el gobernante ha sido lo más adecuado y que propone en su caso.

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