Una figura religiosa en primer plano con la Basílica de San Pedro al fondo sobre un fondo colorido.
OPINIÓN

El papa Francisco y sus líos

El papa Francisco ha sido un auténtico dolor de cabeza para los católicos y una alegría para los enemigos de la Iglesia

Imagen del Blog de Octavio Cortés

Se ha muerto el papa Francisco, confirmando aquello de que no hay mal que cien años dure. Ahora vienen días de total cursilería y sentimentalismo, el paraíso de los magazines de tarde, en los que se nos venderá la figura del papa entrañable y sencillo, cercano a los pobres y enfrentado a la malvada curia vaticana. Veremos monjas con guitarra y futbolistas argentinos contando sus pequeñas anécdotas personales, veremos a tertulianos convertidos en teólogos (los mismos que eran geólogos durante la erupción de la Palma, los mismos que eran virólogos durante el confinamiento), veremos a ministros paseando por Roma y a Ana Rosa especulando sobre el cónclave. En una palabra, el circo y la propaganda están servidos.

En realidad, Bergoglio se caracterizó, antes que nada, por su negligencia. De un fontanero no se espera que sea campechano, sino que arregle las tuberías; de un cirujano no se espera que haga chistes, sino que opere bien. Del mismo modo, de un papa se espera que, básicamente, haga de papa, cosa a la que Bergoglio se negó desde el primer momento, cuando salió al balcón de la Basílica de San Pedro y se presentó como "obispo de Roma".

Una persona mayor vestida con atuendo religioso blanco y un sombrero, con las manos entrelazadas, rodeada de otras personas.

A partir de entonces, en medio de la aclamación de todos los izquierdistas y anticlericales del orbe, se dedicó a dar entrevistas cada cinco minutos, a liquidar la teología moral en la nefasta Amoris Laetitia, a poner el pañuelo palestino al niño Jesús en el pesebre del Vaticano, a compadrear con Jordi Évole como si estuvieran tomándose una cerveza, a decir que las madres de familia numerosa son "conejas", a afirmar que inyectarse las falsas vacunas Covid era "un acto de amor", a intentar meter con calzador el cambio climático en el Magisterio en la nefasta Laudato Si', a fomentar la política de fronteras abiertas en Europa, a hacerle la vida imposible al Opus Dei y, de manera muy señalada, a hacerse carantoñas con todos los ministros socialistas que se pasaban por Roma a saludar.

De puertas adentro, el papa entrañable y cercano se comportó como el máximo exponente de maldad jesuítica, fulminando obispos de buenas a primeras, tolerando el cisma de facto que existe en la Iglesia alemana, reestructurando los dicasterios como quien monta y desmonta una casita de juguete, excomulgando al cardenal Viganó como quien despide al chico de los cafés. Durante su pontificado, el Vaticano ha sido el principal altavoz del globalismo progre, aportando su granito con una visión especialmente idiota del ecumenismo. Ha sido un auténtico dolor de cabeza para los católicos y una fuente de alegría para los auténticos enemigos de la Iglesia.

Si el catolicismo ha de sobrevivir, solo podrá ser como fuerza conservadora, porque aquello que le distingue del protestantismo es justamente la Tradición Apostólica. Cualquier intento de diluirlo en vagas espiritualidades y eslogans de justicia social solo pueden llevar a la ruina. En cualquier caso, la situación invita al optimismo, aunque solo sea por la sencilla razón de que encontrar a alguien peor que Bergoglio es tarea prácticamente imposible.

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