La nueva ley trans catalana: que siga la fiesta
La nueva ley trans catalana permite a niños de 12 años transicionar sin permiso paterno
Se ha conocido esta semana el proyecto de nueva Ley Trans catalana, destinada a acabar con todo lo noble, justo y bueno bajo el cielo: niños de 12 años, transicionando sin permiso paterno, tercer género, autodeterminación independiente (independiente, claro que sí) de los registros “estatales”, etc.
Por motivos no aclarados, la consellera Verge no ha sido confinada de inmediato en la jaula de los chimpancés de zoo de la Ciutadella, donde mejor podría desarrollar sus talentos. En cambio, esta señora pasará las próximas semanas atendiendo charlas del colectivo XYZ-C3PO-R2D2, tratando de “concienciar” a la sociedad civil de que es lo mejor para todos aprobar leyes como esta, de una idiotez insondable, de una maldad insólita, de un cretinismo subhumano.
¿Veremos a niños de 13 años, no binarios en Tarragona pero translesbianos en Ponferrada? Seguramente, y será un signo de progreso, diversidad y concordia. En EE. UU. ya hay niños de edad escolar que se identifican como gatos, niños cuyas madres enloquecidas se quejan de que el veterinario no quiere atenderlos con la excusa fascista de que no corresponde a un veterinario atender a criaturas dotadas de anatomía humana.
Mientras tanto, la exministra Irene Montero ha respondido en un pódcast, por fin, a la famosa pregunta ¿qué es una mujer?: mujer es sufrir más pobreza, más discriminación, más opresión, sin tener en cuenta “rasgos biológicos que nadie sabe listar”. Es decir, la opresión es lo que define a la mujer. La inmediata consecuencia de esta tesis es que si algún día acabara la opresión, se acabarían las mujeres: habría hembras humanas, por supuesto, pero al no estar oprimidas no merecerían ser llamadas mujeres.
Cada generación tiene su lucha, por supuesto. La nuestra consiste en tener que hacer frente a un sistema en que las cuotas de poder están reservadas, por lo visto, a personas que sufren un tipo de ablandamiento cerebral para el que nadie estaba preparado. Ya hemos pasado el fanatismo, el sectarismo y demás categorías de la política clásica.
Aquí tratamos con personas cuyo adversario es la realidad misma. Nos proponen habitar en un mundo de fantasía demoníaca donde la ruta hacia el bien común consiste en amputar el pene de niños de 12 años o permitir (como ha pasado en la Coruña) que una víctima no pueda acogerse a la protección de la Ley de Violencia de Género porque su agresor, de repente, ha pasado a autopercibirse como mujer.
A nuestros abuelos, al menos los bombardeaban o mataban de hambre. A nosotros nos dan a comer saltamontes mientras nuestros hijos sufren cirugías que harían sonrojar a Vlad el Empalador.
Quien sepa rezar, que rece, pero no por nosotros, sino por todos estos Hijos de la Postmodernidad, porque se acerca el día en que tendrán que pasar cuentas por el daño que están haciendo. Y nuestros métodos serán tradicionales.
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