Imagen de un integrante de la Cruz Roja ayudando a un inmigrante recien llegado a las costas españolas
OPINIÓN

Una mirada liberal del fenómeno migratorio

Desde los movimientos masivos de refugiados hasta la búsqueda de oportunidades económicas, la migración presenta una complejidad de dimensiones sociales, políticas y económicas que influyen en las sociedades receptoras

La migración es un fenómeno humano intrínseco que ha moldeado la historia y la geografía del mundo. En la era contemporánea, la inmigración se ha convertido en un tema central de debate y preocupación en muchas sociedades, sobre todo de países desarrollados. Desde los movimientos masivos de refugiados hasta la búsqueda de oportunidades económicas, la migración presenta una complejidad de dimensiones sociales, políticas y económicas que influyen en las sociedades receptoras y en los migrantes mismos.

Habitualmente, escuchamos a los dirigentes de los distintos partidos políticos abordar el asunto sin prestar atención a todas implicaciones que este presenta, profiriendo discursos ciertamente populistas. De esa forma, creen que obtendrán un mejor resultado electoral entre sus acólitos, lo cual probablemente sea cierto. Aunque este es un comportamiento que está extendido en todos los ámbitos de la política, se percibe con mayor claridad en el tema objeto del presente artículo.

Por un lado, escuchamos a la izquierda woke pronunciar discursos buenistas en los que incluyen enunciados como el célebre “Welcome Refugees”, obviando los distintos efectos asociados a la entrada masiva de migrantes en un determinado territorio. Paralelamente, la denominada alt-right dedica gran parte de sus esfuerzos a argumentar contra la entrada (ilegal) de inmigrantes, llegando incluso a criminalizarles por el hecho de venir de un país con una cultura distinta a la occidental. 

En el primer caso, los inmigrantes son utilizados como futuro granero de votos, siendo receptores de numerosos subsidios otorgados a discreción por parte de los gobiernos de izquierda. Por contra, en el otro lado se enarbola la bandera de la identidad nacional, desempolvando un nacionalismo excluyente muy peligroso que, sin duda, subyace en ciertas capas de la sociedad.

Según datos del INE, a 1 de julio de 2023, en España hay en torno a 48 millones de personas, de las cuales aproximadamente el 13,1% son extranjeras. Este es un dato que lleva incrementándose a lo largo de los últimos años y que, atendiendo a la tendencia, no va a disminuir.

Grafico sobre la población residente en España

A mi juicio, frente a esta situación solo existe una salida: aceptar la realidad. La globalización es un fenómeno que lleva presente en todo el mundo desde hace siglos y no va a desaparecer por mucho que algunos se empeñen en despotricar contra este. 

A continuación, les planteo la siguiente pregunta, ¿con qué derecho le negamos a alguien la posibilidad de entrar en un determinado territorio? No olvidemos que las fronteras son barreras territoriales impuestas artificialmente por los Estados, cuya defensa se practica violentamente con el dinero de los contribuyentes. 

Como individuo que ha nacido por puro azar en España, me siento moralmente incapaz de restringir la entrada a “mi” país a otros individuos provenientes de lugares que, por diversos factores, se encuentran menos desarrollados o en los que rige un sistema político liberticida que les obliga a huir.

Cabe recordar que el orden político liberal se basa en la premisa de que todos los individuos poseen idénticos derechos inherentes a su persona, por lo que ningún Estado posee la legitimidad para discriminar de manera arbitraria en materia de derechos fundamentales. Sin duda, la libertad de movimiento lo es.

Dicho lo cual, debo aclarar que, si bien no puedo oponerme a la entrada de inmigrantes en el país, ello no debe suponer, en ningún caso, un perjuicio económico para los individuos que en este habitan. Es una realidad que, en muchos casos, las personas migrantes llegan sin capacidad económica alguna, teniendo que hacerse cargo de ellas el Estado y, por ende, los que ciudadanos que lo sustentan.

En lo que respecta al tan manido argumento de que la llegada de inmigrantes, sobre todo de determinados países, hace incrementar el índice de criminalidad, debo decir que es una realidad. Según datos del INE (2017), el 77% de los delitos totales en España fueron cometidos por nacionales, mientras que el número de estos cometidos por extranjeros ascendía al 23%. No debemos olvidar que, como hemos dicho, la población extranjera representa el 13% del total, por lo que podríamos concluir que es un hecho de delincuencia más en términos relativos.

Gráfico sobre el nivel de delincuencia en España y en el resto del mundo

Dicho lo cual, debo añadir que, si bien los inmigrantes delinquen en mayor proporción, utilizar este dato como arma política se me antoja cuanto menos peligroso. Generalizar nunca es bueno, y menos cuando hablamos de temas tan sensibles como este. Al inmigrante que delinca, sencillamente se le debe aplicar el Código Penal, de la misma forma que al resto de ciudadanos. 

En conclusión, el fenómeno migratorio es una realidad intrínseca a la condición humana que presenta desafíos complejos para las sociedades contemporáneas y que, frecuentemente, se utiliza de forma torticera para polarizar. Por esa razón, es esencial abordar este tema desde una perspectiva fundamentada en la realidad y en la defensa de la libertad, reconociendo la igualdad de derechos inherentes a toda persona. La aceptación de la diversidad y la apertura a la movilidad son pilares fundamentales de una sociedad libre y democrática. 

Sin embargo, como he explicado, debemos garantizar la libertad, no solamente de los inmigrantes, sino también de los ciudadanos que ya habitan el país. Por ello, es necesario combinar la libertad de movimiento con la responsabilidad económica del individuo, garantizando que la integración de los migrantes no genere injusticias para los ciudadanos locales. 

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