El militar catalán republicano y su triste final
El militar Eduardo López de Ochoa y Portuondo, se rebeló contra la dictadura de Primo de Rivera
Hace unos meses se puso en contacto conmigo un teniente coronel del Ejército de los Estados Unidos, Eduardo Lazzarini López de Ochoa, en una de esas maravillosas coincidencias que ha permitido Internet y las redes sociales. El militar norteamericano había visto en el canal de YouTube el vídeo biográfico de Eduardo López de Ochoa y Portuondo.
López de Ochoa fue un militar nacido en Barcelona, donde pasó también parte de su infancia y adolescencia. Era hijo de militar, su padre era coronel y mandaba uno de los regimientos de infantería de la Ciudad Condal. Vivía en los pabellones de los cuarteles de Jaime I en las proximidades del Parque de la Ciudadela. Los pabellones eran bloques de viviendas dentro de instalaciones militares donde habitaban los militares de la época con sus familias.
Eduardo fue un prestigioso militar que comenzó su andadura castrense en la última de las guerras cubanas y continuó con múltiples despliegues en África, desde la intervención en 1909 y hasta la llegada de los años 20, consiguiendo un extraordinario rédito en ascensos por méritos de guerra por su reconocida capacidad de liderazgo y valor contrastado.
Masón y de ideas liberales, no aceptó de buen grado la dictadura de su compañero Miguel Primo de Rivera y la combatió desde el inicio, quedando fuera de la vida castrense y teniendo que vivir fuera de España durante algún tiempo.
Participó en todas las conspiraciones que se organizaron contra la dictadura y formó parte del numeroso grupo de militares que se alinearon con el comité revolucionario republicano para tratar de tomar el poder mediante un golpe de Estado a finales de 1930. El intento, deudor de capacidad organizativa y el mínimo de coordinación, fracasó estrepitosamente.
La llegada a la presidencia del directorio del almirante Aznar y la vuelta al sistema electoral de la Monarquía propició tres citas que se harían a la inversa de lo que habría sido lógico. Primero se elegirían los ayuntamientos, en una segunda contienda electoral las diputaciones y, por último, las elecciones generales.
Un 14 de abril
El primer envite tendría lugar el 12 de febrero de 1931. En Cataluña, la vuelta de Francesc Macià pocas semanas antes había levantado todas las expectativas para la candidatura republicana. ERC se postulaba como uno de los partidos con mayores posibilidades para conseguir la codiciada alcaldía barcelonesa.
La victoria sorprendió incluso a los propios republicanos, que se lanzaron a tomar el poder porque consideraban que el respaldo electoral en las ciudades consolidaba la voluntad popular de un cambio de régimen. La Esquerra había triplicado los resultados de la Lliga Regionalista. Mientras los primeros habían obtenido, 3219 regidores, los segundos únicamente consiguieron 1014. Habían vencido en tres de las cuatro capitales catalanas.
Barcelona, antes de que en Madrid se produjera ningún tipo de proclamación, fue escenario de los primeros movimientos. Los dos líderes de ERC, que procedían de formaciones políticas bien distintas, tenían una idea diferente de lo que había sucedido y de qué pasos se debían dar.
El 14 de abril, una manifestación espontánea recorrió las Ramblas hasta la calle San Fernando. Algunos llevaban banderas republicanas y llenaron la que hoy se conoce como Plaza San Jaume.
A la una de la tarde, Companys y sus nuevos concejales entraron en el ayuntamiento, dirigiéndose al despacho de la alcaldía. El alcalde Martínez Domingo tuvo que entregar, sin otra opción, la vara de edil al triunfante republicano. Desde el balcón se dirigieron a los que abarrotaban la plaza, Companys pidió serenidad y dijo que la República sabría representar los intereses de la mayoría. Seguidamente, intervino el concejal del partido Republicano Radical proclamando “la República por Cataluña y España”.
Macià llegó dos horas más tarde, le costó abrirse paso entre la multitud, incluso tuvo que ser protegido porque todo el mundo quería tocar a aquel nuevo Alonso Quijano del que guardaba, incluso, cierta similitud física.
El teniente coronel retirado increpó duramente a su compañero Companys. Tras un rifirrafe entre ambos, salió al balcón y proclamó el “Estado Catalán y la República Catalana”, invitando al resto de repúblicas españolas a reunirse en una “Confederación Ibérica”.
Tras ello, se dirigió al edificio de en frente, en el que estaba el presidente de la Diputación, Joan Maluquer Viladot, de la Lliga Regionalista, que trató de mantener con dignidad su posición hasta que fue zarandeado y tuvo que abandonar su resistencia.
¿Qué harían las fuerzas de orden público? ¿Cómo actuaría la Capitanía General y la poderosa guarnición de Barcelona ante el doble desafío?
Eduardo López de Ochoa obró del mismo modo que lo habían hecho los dos hombres de la ERC en el Ayuntamiento y el edificio de la Diputación. Se hizo con la Capitanía General apoyado por algunos oficiales, poniéndose a las órdenes del autoproclamado president.
El general se convirtió en un héroe para la República, aunque no pasó mucho tiempo hasta que empezó a tener desavenencias con el nuevo ministro de la Guerra, Manuel Azaña, ya que este eliminó las capitanías generales y las transformó en divisiones orgánicas, lo que dejó al militar sin mando durante un tiempo.
La sublevación del 34
Volvió a asumir responsabilidades poco después y, en 1934, fue el responsable del mando de las unidades que sofocaron la rebelión de la Alianza Obrera en Asturias. Durante su traslado al lugar de los hechos, no entendió como el ministro de la Guerra de ese momento, Diego Hidalgo, trajo como asesor a Francisco Franco, que en ese momento estaba en Baleares, para dirigir las operaciones desde Madrid. Ochoa era mucho más antiguo y dirigía las tropas sobre el terreno. Franco mandó unidades de la Legión y Regulares bajo el mando de su compañero de promoción, Juan Yagüe, en ese momento teniente coronel. Yagüe y López de Ochoa se enfrentaron por la dureza en la represión del primero y la supuesta laxitud del segundo, que llegó a pactar la rendición del Comité Revolucionario en unas condiciones demasiado ventajosas para la opinión de su subordinado.
López de Ochoa detestaba a Franco y sus métodos, como le sucedía a Domingo Batet, que hacía también las cosas a su manera en Barcelona y que resolvió la papeleta con demostrada eficacia.
La República trató a los dos como salvadores del régimen y en abril de 1935 les impuso la más alta condecoración que puede obtener un militar, la Cruz Laureada de San Fernando, impuesta por el presidente Niceto Alcalá Zamora en la Plaza de Oriente.
De héroe a villano
La victoria del Frente Popular en febrero de 1936 dio lugar a una revisión de los hechos durante la sublevación de 1934. Se puso a López Ochoa en la picota como máximo responsable de los abusos que habían podido cometer sus subordinados y no se tuvieron en cuenta sus declaraciones.
Una ley de amnistía vació las cárceles de los acusados de haberse levantado contra el Gobierno, pero no favoreció al general que fue procesado y quedó a la espera de juicio.
López de Ochoa, enfermo, solicitó pasar la reclusión en el hospital militar de Carabanchel y allí se encontraba el 19 de julio de 1936.
El 17 de agosto, fue sacado del hospital por un grupo de milicianos que en una tapia cercana le cosieron a tiros. Amputaron su cuerpo y pasearon su cabeza en un machete de fusil Mauser por las calles de Carabanchel. Según los testigos, sus últimas palabras fueron ¡Viva España y Libertad!
El militar barcelonés se había divorciado de su segunda esposa, la primera falleció muy joven, y casado con una mujer de Lugo llamada Purificación Celeiro y que era 28 años más joven que el veterano soldado.
En 1934, en Madrid, tuvieron una hija a la que llamaron Libertad.
Purificación y su hija, amenazadas también, consiguieron huir y terminaron en los Estados Unidos, pero llevaron con ellas unas páginas mecanografiadas que su esposo y padre había escrito durante sus últimos días, conocedor de su suerte, y donde dejó inacabada su historia; la historia de un soldado.
Su nieto, el teniente coronel que mencionaba al principio de estas letras, siguió la vocación de su abuelo e ingresó en el Ejército de los Estados Unidos.
Interesado en que se conociera la historia de su abuelo, se puso en contacto conmigo para que escribiera su biografía, pues no estaba contento con el resultado anterior, tras haber mandado las memorias a un conocido hispanista inglés.
Con un estilo muy americano, varias placas al estilo de lápida recuerdan a sus familiares y entre ellas se encuentra la de Eduardo López de Ochoa y Portuondo, el general catalán, republicano, masón y liberal, que fue ajusticiado el 17 de agosto de 1936 por quienes decían defender a la República y que fue denostado por; como diría Miguel de Unamuno, “los hunos y los hotros”
Con mucho gusto escribiré su biografía, pero esa es otra historia digna de ser contada.
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