Ingobernables
El Procés ha demostrado que los catalanes no sabemos gobernarnos
Perdonen que me ponga fatalista. Pero si hay una cosa que ha demostrado el proceso es que los catalanes somos ingobernables. No de ahora. De siempre. Basta repasar un poco la historia.
Aunque se ha acentuado en los últimos años. Hemos estado perdiendo miserablemente el tiempo. En teoría la recuperación de la Generalitat nos tenía que llevar a una época de buen gobierno.
Ha sido exactamente al revés. Casi añoro las mayorías absolutas de Pujol. Al menos alguien gobernaba. Incluso se hacían obras públicas. Como el Túnel del Cadí (1984) o la Autopista del Garraf (1992).
Luego la cosa empezó a torcerse. Primero fue el debate del Estatut. Nadie pedía un nuevo Estatut. El mismo Pujol se lo prometió a Barrera en su primer debate de investidura (1980) y nunca cumplió su promesa. Sabía que era abrir la caja de los truenos.
El primero en hacerlo fue Pasqual Maragall. Bueno, y Quim Nadal a mediados de los 90, cuando fue candidato a la presidencia de la Generalitat. Pero como no ganó la cosa quedó en nada.
Maragall empezó hablando de una “carta autonómica” para adaptarlo, en teoría, a los textos europeos. De ahí a la reforma y de la reforma a un “nou Estatut” mediaba nada.
De hecho, lo que quería era llegar a presidente porque en 1999 lo intentó por primera vez y se quedó a las puertas. Ganó en votos, pero no en escaños.
De manera que llegó a la conclusión que había que desplazar a CiU del eje nacionalista. El marco mental que siempre ha asumido el PSC. No en vano necesitaba los votos de Esquerra.
Por eso, en las elecciones generales del 2000 ya se inventó la coalición con ERC e ICV, los antecedentes de los Comunes, para el Senado: el precedente del tripartito.
Cuando finalmente llegó al poder (2003) puso en marcha el nuevo Estatut. De hecho aquello fue una carrera. A ver quién sacaba más pecho. CiU y ERC ya se disputaban la hegemonía en el campo nacionalista. Como ahora. Así estamos.
El Govern de Maragall no lideró la reforma: en vez de presentar un anteproyecto de ley lo dejó todo en manos del Parlament. Crearon una ponencia de… ¡16 miembros! Aquello no era una ponencia, era un gallinero en el que se peleaban por donde iba una coma. Al final crearon una ponencia reducida.
Lo más importante -la financiación- lo dejaron para el final. La reforma llegó después de cuatro años de debate sobre el Estatut. Cuando las fuerzas ya estaban exhaustas y los rivales se sabían todas las jugadas. Nunca un partido fue tan mal planteado.
En teoría la sentencia del TC espoleó entonces el proceso. Nunca he estado de acuerdo con la versión oficial de los hechos. Primero porque no había un clamor por la reforma digan lo que digan: se aprobó con un 51% de abstención. En segundo lugar, porque nadie se había leído ni el texto ni la sentencia.
Además, la primera gran Diada fue la del 2012 -con el lema “Catalunya, nou Estat d’Europa”- dos años después de la sentencia. Las manifestaciones del 2010 y del 2011 no superaron las diez mil personas según las crónicas periodísticas del día siguiente.
Y siendo generosos. Yo estuve cubriendo ambas y eran cuatro gatos. En la mani de Esquerra en la Plaza Urquinaona, que era la más numerosa, se respiraban aires de desánimo. Lo recuerdo perfectamente.
Todo el mundo sabía, por otra parte, que el Estatut tal y como se había planteado no cabía en la Constitución. Me lo habían admitido, en privado, más de un diputado. Incluso de CiU.
Como leyes que aprobaban casi para que fueran recurridas por el Gobierno español, sobre todo el del PP, ante el TC con el fin de alimentar el sentimiento independentista: ¿veis lo malos que son estos españoles? Por ejemplo la de emergencia habitacional. O la pobreza energética.
Pero las recurrían porque excedían a las competencias de la Generalitat. Lo mismo pasaba con leyes similares de Navarra o Canarias y nadie ponía el grito en el cielo. Aquí éramos más progres y buenos que nadie.
Por eso, con el proceso hemos estado perdiendo el tiempo irremediablemente. ¡Casi 20 años, ya! En vez de arreglar los problemas de la gente, han pedido la Luna. .
Si en el mayor período de autogobierno de los últimos 300 años han acabado pidiendo la amnistía -¡como en los inicios de la Transición!- es que alguna cosa han hecho mal.
A ver si Vicens Vives tenía razón y sufrimos de alergia al poder. Al final somos más un pueblo de ‘botiguers’ y de comerciantes que de gobernantes. Ahora entiendo por qué.
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