Lo de Begoña
Creo que desde el infame ladrón Fèlix Millet, no había visto a alguien con la calidad moral de Begoña Gómez
Creo que desde el infame ladrón Fèlix Millet, el responsable del saqueo del Palau de la Música, no había visto a alguien con la calidad moral de Begoña Gómez. Esposa del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y presunta corrupta.
Serán los tribunales que tanto injurian, con un juez valiente como Juan Carlos Peinado, quien no se deja intimidar por la maquinaria del Estado y de un PSOE que la historia nos ha demostrado que sabe bien de guerra sucia, los que determinen si su actuación es criminal o no. De momento, está claro que no es ni moral ni ética. Dos cosas de las que está bastante necesitada.
La semana comenzaba con una petición tan delirante que, si no fuera porque viene de quién viene y con un objetivo claro, el de entorpecer todo lo posible la investigación judicial abierta, uno pensaría que es una broma. Pero no. No era ninguna broma.
Begoña Gómez, a través de su abogado, un exministro socialista, y con la connivencia de su marido, se dirigió al juez que instruye su causa diciendo que no pensaba comparecer ante él el día y la hora en que había sido citada. Que un viaje oficial de su marido, a una cumbre en Brasil, se lo impedía.
Pero no, eso no se lo impedía. La agenda de las parejas de los presidentes no es obligatoria. Y, de hecho, pocos días después de su primera visita a los juzgados, y supongo que para evitar miradas de sus colegas, Sánchez la dejó en casa en la cumbre de la OTAN en Washington.
Esta actitud de Begoña Gómez ante el juez, la forma de dirigirse a él y el tono empleado, demuestran que los inquilinos del Palacio de la Moncloa se creen por encima del bien y del mal. Intocables. Que pueden hacer lo que quieran, por encima del Estado de derecho, y sin tener que rendir cuentas a nadie. Y no, señores, no es así.
A ustedes, a los socialistas, que tanto hablan de igualdad: la igualdad también es responder ante los tribunales cuando se le requiere. No hacerlo, poniendo excusas burdas, no es colaborar con la justicia, como dijo Pedro Sánchez, que harían este pasado verano. A cualquier otro ciudadano no se le permitiría un trato así, y menos por irse de vacaciones unos días a Brasil. Por eso luego maldicen tanto al juez Peinado, que está haciendo un trabajo impecable.
Pero esto sucedió a principios de semana. A mitad, el miércoles, Begoña Gómez estaba citada en una comisión de investigación de la Asamblea de Madrid, con mayoría del PP, para determinar si la Universidad Complutense de Madrid, una institución pública, dio un trato de favor a la esposa del presidente del Gobierno al otorgarle la dirección de una cátedra sin ni siquiera tener una licenciatura.
Optó por el silencio. Ese silencio, como dice el dicho, que otorga. Y es que su expresión, en muchas ocasiones, decía más que las palabras que no pronunció. Lo único que dijo, al inicio de su comparecencia, fue que no estaba dispuesta a responder nada.
Y que todo eran ‘bulos’, mentiras y barro. El argumentario de su marido. Por primera vez en su boca. Oportunidad perdida para defenderse mediáticamente. Una demostración, una vez más, de su actitud prepotente.
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