El efecto Trump: el fin de la izquierda y la derecha
Trump ha abanderado con éxito arrollador tres causas que hasta ahora eran propias de la izquierda
Mucho se habla estos días del “efecto Trump”: los hutíes del Yemen se han rendido solos, los líderes de Hamás han sido expulsados de Qatar, Putin ha anunciado su disposición a un alto el fuego en los términos que establezca la Casa Blanca. Incluso Pedro Sánchez escribió un mensaje amistoso en X dirigido a Trump, a quien no hace tanto consideraba ultraderecha rabiosa.
Sin embargo, el alcance de lo sucedido en las elecciones del día 5 va bastante más allá: supone la efectiva liquidación del eje izquierda-derecha. Basta notar que Trump ha abanderado con éxito arrollador tres causas que hasta ahora eran propias de la izquierda: la defensa de la libertad de expresión, la defensa de la clase trabajadora y el pacifismo. ¿Esto es ser ultraconservador?
Trump es incomprensible desde el marco de izquierda-derecha, lo mismo que Trump, lo mismo que Meloni o Bukele, votados en masa por la clase trabajadora. Caído el muro de Berlín, la izquierda apostó por una estrategia gramsciana, descuidando las cuestiones de reivindicación material para lanzarse a buscar la hegemonía cultural.
El precio de su indudable éxito ha sido su indudable fracaso en campos que venían siendo su terreno de juego natural. El camarero que está haciendo quince horas diarias en condiciones de explotación mira a la izquierda y solo encuentra discursos sobre los delfines y las lesbianas saharauis; el vecino preocupado por la inmigración y la inseguridad se encuentra con que desde el progresismo se le insulta; el empresario que sabe que el precio de las guerras y las sanciones a Rusia ha sido el hundimiento de la demanda interna, devorada por la inflación, topa con una izquierda envuelta en banderas palestinas que lo que pide es nacionalizarlo todo, regularlo todo y prohibirlo casi todo.
En especial, la cuestión de la inmigración está llamada a transformar el debate político de los próximos años. La ralea de politólogos complutenses nos ha empujado a una histeria asistencial respecto de masas islamistas descontroladas: una estrategia suicida.
Cuando el españolito de a pie no puede pagar el alquiler, resulta difícil de explicar la imagen de hoteles de cuatro estrellas llenos de africanos con una paga mensual. Ningún país jamás en la historia, ha sobrevivido a una política sostenida de descontrol fronterizo.
Ahora el debate es el del globalismo: entre quienes apuestan por una globalización homogénea a las órdenes de organismos supranacionales a los que nadie vota ni controla, o quienes aún quieren defender su tierra, sus tradiciones, su cultura. Y en este escenario, los progresistas, la famélica legión, van de la mano de Bill Gates y el Foro Económico Mundial, mientras que a “derecha” está del bando de las clases populares. Como en la canción de Dylan, los tiempos están cambiando, y quienes se quieran hacer los sordos serán los primeros en ser apartados.
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