El bautismo de fuego de Winston Churchill fue con tropas españolas
Su discurso, cuando Gran Bretaña quedó sola y aislada tras el desastre francés de 1940, ha quedado como un icono mundial
La imagen que se nos presenta al leer el nombre del primer ministro británico es la de aquel señor, ligeramente encorvado, con cierto aire de sabueso, fumando un humeante habano e incansable líder durante la Segunda Guerra Mundial. Su discurso, cuando Gran Bretaña quedó sola y aislada tras el desastre francés de 1940, ha quedado como uno de los iconos sonoros de la historia universal:
“Llegaremos hasta el final, lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y océanos, lucharemos con creciente confianza y fuerza en el aire, defenderemos nuestra isla, cualquiera que sea el costo, lucharemos en las playas, lucharemos en las pistas de aterrizaje, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas, ¡nunca nos rendiremos!”.
Esa voz agrietada, pero firme y sin vociferar, sin teatralizar el sentimiento, mostrando entereza y seguridad a un pueblo que debía prepararse para lo peor, constituye uno de los mejores ejemplos de liderazgo de la historia contemporánea.
Pero hoy no les propongo una alegoría del veterano político, siempre oportunista, inteligente y eficaz en el terreno de los pactos y las alianzas. Nadie habría sabido soportar con mayor dignidad el proceso de decadencia de un Imperio que se veía obligado a dar paso y sometimiento a la que otrora fue su colonia al otro lado del Atlántico
Winston Churchill era hijo de un lord y reputado político inglés del partido conservador que llegó a ser secretario de Estado para la India. Su padre, Randolph Spencer-Churchill, murió en enero de 1895 a la temprana edad de 45 años tras contraer la sífilis. Su madre, la millonaria norteamericana, Jeanette Jerome, sería conocida por su afición a los placeres de la carne, coleccionando un impresionante número de amantes sin dejarse impresionar por la amenaza del escándalo de la almidonada aristocracia inglesa.
El joven Churchill, que había heredado los inquietantes ojos de su padre y el adiamantado mentón de su madre, recibió formación militar, primero en la escuela Harrow y posteriormente en Sandhurst, en esos momentos Colegio Real Militar, que formaba a futuros oficiales de Infantería y Caballería, ya que los ingenieros y artilleros reales se educaron en Woolwich hasta la llegada de la Segunda Guerra Mundial.
En 1895 recibió su real despacho de segundo teniente de manos de la reina Victoria Eugenia. Su primer destino fue el 4º Regimiento de Húsares de la Reina del Ejército Británico. El joven Churchill quería conocer de primera mano la aventura de la guerra, donde los dorados adornos de su dolmán de húsar suponían más estorbo que utilidad.
Tiró de las influencias de su fallecido padre para conseguir ser comisionado a la guerra que sostenían los mambises cubanos con las tropas españolas, y allí se plantó junto a su amigo y compañero Reggie Barnes.
Cuba
A finales de noviembre de 1895, la rebelión cubana se encontraba en su máximo esplendor. España había enviado 80.000 efectivos de refuerzo que se pusieron a las órdenes del general Arsenio Martínez Campos. La revuelta se había iniciado en la zona oriental de la isla y el objetivo de los mambises era extender el levantamiento hacia occidente.
Los líderes insurrectos consiguieron formar una nutrida fuerza con dos columnas, una bajo el mando de Máximo Gómez, con dos mil jinetes al noroeste de Camagüey y otra de Antonio Maceo.
Estas debían encontrarse para penetrar en las villas. La concentración de fuerzas se fue haciendo mayor a partir del primer día de diciembre de 1895. Por fin, el día dos, 2600 hombres salieron de la Reforma hacia Trilladeras.
El Ejército de operaciones español de la Isla de Cuba se dividía en dos cuerpos de Ejército y dos comandancias generales, una en Camagüey y otra en Pinar del Río. El segundo Cuerpo estaba desplegado en la zona occidental y la primera división ocupaba una línea que comprendía todo el ancho de la isla y que formaban las localidades de Saqua, Santa Clara, Trinidad y Cienfuegos. El jefe de la primera división era el general asturiano Álvaro Suárez Valdés, moscón de nacimiento.
Para detener el avance de la columna de Maceo, Suárez Valdés organizó las fuerzas disponibles de todo el cuerpo de Ejército que se pusieron bajo su mando, pero, entre los que estaban ocupando la atomizada red de posiciones y la cantidad de enfermos, apenas pudo juntar 1500 hombres. A esa columna se unieron los dos oficiales británicos en calidad de observadores.
El relato del Teniente Churchill
Cuando Churchill y su compañero llegaron a Cuba, el general Martínez Campos los asignó a la columna de Suárez Valdés. Días después, el joven teniente fue motivo de dispares noticias en toda la prensa británica y norteamericana, asegurando que este había participado en los combates que tuvieron lugar el dos diciembre entre los insurrectos y las columnas del general asturiano.
Churchill envió un cable para desmentir tales afirmaciones, alegando que Martínez Campos, cortésmente, le había mandado con el general Suárez Valdés y que fue un simple testigo de la guerra. Su posición en los combates fue siempre en el Estado Mayor del general jefe de la columna y justificaba haber sido condecorado con una cruz al mérito militar con distintivo rojo, únicamente, por cortesía de los militares españoles y no por su acción durante el enfrentamiento. Es más, confirmó que ni siquiera había sacado su revólver.
Churchill dio un detallado informe de las fuerzas que componían la columna española y de los movimientos de esta y como el primer día de diciembre llegaron al que había sido campamento de los insurgentes que ya estaba abandonado. La mañana siguiente establecieron contacto con los mambises que, según Churchill, les hicieron fuego a tan solo 200 yardas de distancia y les hicieron replegarse al campamento donde las fuerzas españolas se sostuvieron hasta que recibieron refuerzos.
Un segundo ataque se produjo durante la tarde, esta vez con un fuego nutrido. Churchill estaba en la cabaña que hacía las veces de puesto de mando del general Suárez Valdés. Algunas balas atravesaron las paredes y el techo y el joven teniente guardó uno de los proyectiles como un souvenir para recordar la primera vez que vivió en sus propias carnes la tensión del que está bajo el fuego.
A la mañana siguiente fueron atacados de nuevo, esta vez la fuerza de los mambises era muy superior y se produjo un duro enfrentamiento entre las seis y las ocho de la mañana. Los españoles avanzaron unos doscientos metros hacia los insurgentes, que comenzaron poco a poco a retirarse. Muchos soldados de Valdés estaban heridos y algunos habían fallecido durante el avance.
Según Churchill, aquel encuentro se llamó la Batalla de la Reforma. Churchill manifestó que la situación militar en Cuba era compleja, el casi imberbe oficial estimaba que la guerra nunca acabaría.
Así relataba aquel muchacho que acababa de cumplir 21 años, tres días antes de su bautismo de fuego. Churchill no permaneció más de dos o tres semanas en Cuba, llegando a Estados Unidos, la patria de nacimiento de su madre, unos días después.
No obstante, la atención mediática que concentró a su alrededor ya es una muestra de la importancia de su nombre. Dejaría la profesión militar en 1898 para comenzar una prometedora carrera política.
Antes de iniciar la Primera Guerra Mundial, llegó a ser ministro del Interior en 1910, con 36 años. Primer Lord del Almirantazgo con 37. En 1915, cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, Winston Churchill volvió a vestir el uniforme como comandante.
Fue ascendido a teniente coronel interino, llegando a mandar el 6º Batallón de fusileros reales escoceses. Tras ello, y con el fin de la Primera contienda mundial, regresó a su carrera política, pero esa es otra historia digna de ser contada.
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