Las dos Españas de Miguel Hernández
Miguel Hernández, el poeta de Orihuela, cumpliría hoy, 30 de octubre de 2024, 114 años
Mi profesor de cuarto y quinto de la E.G.B. era docente único de nuestra clase, al menos ese es mi recuerdo de la enseñanza pública que es de la que les hablo. Era un hombre joven de esa España que estaba consolidando la transición.
Se adivinaba como un apasionado de la literatura y, llevado por la corriente del momento, destacaba sobre manera a los autores que habían corrido la ingrata suerte de morir durante la guerra o como consecuencia de ella: Antonio Machado, Federico García Lorca y Miguel Hernández. Aprendimos de memoria Retrato, los maravillosos versos del poeta sevillano que aún puedo recitar cuarenta años después sin poner un papel frente a mis ojos.
Mi profesor, como muchos jóvenes de la época, no escondía su tendencia política próxima al comunismo, aunque trataba de ser equidistante cuando le hacíamos incómodas preguntas al respecto, porque sobre todo era eso, un maestro de escuela. Por ello, es lógico que se sumara a la mitificación de los tres poetas, reinventando y romantizando sus biografías para acrecentar su épica, su leyenda y la admiración que despertaban entre nosotros.
Miguel Hernández, el poeta de Orihuela que hoy, 30 de octubre, cumpliría 114 años; era presentado por nuestro maestro como un hombre humilde en exceso, prácticamente huérfano, que se había criado sin poder tener acceso a la educación mientras ejercía de pastor. Aquella biografía era el preámbulo para profundizar en sus versos más desgarradores, Las nanas de la Cebolla. Versos que compungían hasta al más matón de la clase y que nos hacían afiliarnos contra tanta crueldad.
Han pasado décadas sin tener noticias de mi querido profesor, pero hace unos años, cuando comencé a estudiar en profundidad la Guerra Civil y su largo e interesante preámbulo, volví sobre los autores de las generaciones del 98 y del 27, a los que la Guerra afectó de lleno. Poco a poco, comprobé como los tres poetas de mi maestro no eran ángeles o demonios, solo seres humanos con sus miserias y realidades cuyo principal mérito fue llevar al papel con apasionada rima sus vivencias, sus anhelos y su complicada época. Me contrarió, con mis ojos del presente, descubrir a un Machado treintañero casado con una adolescente, aunque sus versos hayan seguido en mi cabeza e, incluso, por culpa de un cantante catalán de voz suave y cargada de matices que les puso música, los puedo hasta cantar.
Miguel Hernández no era el niño pobre y desvalido que me contaron, había tenido una infancia más acomodada que la de mis abuelos, con los que coincidía generacionalmente. Su padre era tratante de ganado y pastoreaba sus propias ovejas.
Miguel estudió en los jesuitas y cuando, efectivamente, abandonó las clases para ayudar a su padre, contó con Luis Almarcha, un sacerdote que le abría cada día su biblioteca, muy próxima a su casa, para que el muchacho no perdiera formación.
Las horas de acompañamiento de las ovejas dieron el paisaje, el tiempo y la soledad; ingredientes perfectos para sus poemas que comenzó a publicar en varios medios. Tras un viaje a Madrid con escaso éxito, consiguió publicar, en enero de 1933, Perito en lunas, su primer libro.
Como otros poetas de su época, homenajeó al torero Ignacio Sánchez Mejías el día que un toro se lo llevó al otro mundo. También, fruto de su formación religiosa, hasta llegó a escribir algún auto sacramental.
Aficionado taurino, como casi todos los del 27 que caían fascinados ante lo poético que veían en el lance del toreo, colaboró con José María Cossío para la enciclopedia Los Toros y poco a poco, influenciado sobre todo por Pablo Neruda, fue moldeando su postura ideológica evolucionando hacia las nuevas ideas marxistas.
Josefina Manresa
Hernández, parafraseando a Machado, recibió la flecha que le asignó Cupido y se enamoró de una joven muchacha hija de un Guardia Civil, Josefina Manresa.
En 1910, El mismo año que nació Miguel, Manuel Manresa, padre de Josefina, era un jornalero alicantino que fue filiado para cumplir con su largo servicio militar. El Regimiento San Fernando número 11, de guarnición en Melilla, fue su destino y la Campaña del Kert su bautismo de fuego.
Allí permaneció durante tres años, hasta que en 1914 pasó a la reserva. Su permanencia en campaña le sirvió para acumular mérito e ingresar en el Cuerpo de la Guardia Civil, lo que hizo al año siguiente.
Llevaba nueve años destinado en Orihuela cuando su hija comenzó la relación con el poeta Miguel Hernández. Miguel recordaba años más tarde, en las cartas a su mujer, el tiempo que pasaban entre las paredes de la Casa-Cuartel.
En sus visitas a Madrid, Miguel Hernández había coincidido, en casa de Pablo Neruda, con Maruja Mallo, la pintora surrealista que estaba muy unida a los poetas de la generación del 27. El alicantino tuvo una relación con la pintora, ocho años mayor que él y, en enero de 1936, surgió el escándalo. Tanto él como Maruja estaban visitando una finca taurina en San Fernando de Henares cuando la Guardia Civil los descubrió en comprometida situación.
Al parecer, ambos estaban en pleno ejercicio de sus pasiones cuando fueron sorprendidos. Hernández fue detenido y eso derivó en una carta de protesta publicada en el diario El Socialista y firmada por Federico García Lorca, José Bergamín, José María Cossío, Ramón J. Sender, Antonio Espina, Arturo Serrano Plaja, César M. Arconada, Pablo Neruda, María Teresa León, Rosa Chacel, Miguel Pérez Ferrero, José Díaz Fernández, Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Concha Méndez, Luis Cernuda, Luis Lacasa y Luis Salinas. Es decir, toda la generación de poetas y escritores.
Evidentemente, en El Socialista no se mencionaba nada del encuentro amoroso y se denunciaba que la Guardia Civil se había llevado a Miguel por su apariencia humilde y que había sido maltratado en el Cuartelillo.
Es muy probable que Manuel Manresa se enterara de lo que había pasado en realidad y es fácil inferir que aquel episodio no le despertaría las simpatías por el novio de su hija.
Nunca lo sabremos porque el inicio de la Guerra marcó para siempre la relación entre yerno y suegro. En la III División Orgánica, la que comprendía la región valenciana, la sublevación no llegó a producirse, por lo que los cuerpos armados quedaron bajo el mando del Gobierno de la República.
El padre había sido destinado en abril de ese año al puesto de Elda. Tras los primeros días de enorme confusión, se movilizaron fuerzas de las zonas de retaguardia para dirigirse a los frentes de combate. La Guardia Civil de Elda la componían un cabo y cinco guardias que debían dirigirse a Madrid, junto a otras unidades.
Los agentes se dirigieron al lugar asignado para la concentración, el cabo Marcos y cinco guardias, entre los que se encontraba Manuel Manresa. Otro guardia civil del pueblo de Albatera comentó a unos milicianos que había oído rumores de que los de Elda, al llegar a un punto determinado, se iban a sublevar. El cabo y los cinco guardias fueron asesinados allí mismo el 13 de agosto de 1936.
Miguel Hernández se alistó en el 5º Regimiento y comenzó la guerra como un zapador más de la unidad. Tras ello, transitó por las unidades de Valentín González, El Campesino, como comisario de cultura; una suerte de animador poético de las tropas que vestía uniforme y contribuía a la moral cultural y política de las unidades del Partido Comunista.
Hernández se casó con Josefina Manresa el 1937 y llegó a pedir, por carta, que se asignara una pensión por la muerte de su suegro, ya que había dejado viuda y varios hijos y que el asesinato se había producido por error.
Josefina era la madre de aquel niño que se amantaba «con sangre de cebolla de una mujer morena resuelta en luna que se derrama hilo a hilo sobre la cuna». Josefina fue la madre del hijo de un hombre muerto en presidio de los “hunos” e hija de un hombre asesinado por los “hotros”, en aquella España de trincheras, asesinos y cebollas.
Hasta la próxima semana.
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