Un puño arriba en una manifestación con la bandera portuguesa de fondo

OPINIÓN

La izquierda y su falta de autocrítica

No parece que les esté funcionando demasiado la estrategia de gritar 'que vienen los malos' y criminalizar a los que no piensan como ellos

Editorial Arnau Borràs

Portugal ha hablado y lo ha hecho de forma clara: no quiere que gobierne la izquierda. Más allá de que ahora empieza el baile de las conversaciones para pactar y formar nuevo gobierno, lo que está claro es que Portugal sigue los pasos de una gran mayoría de países europeos. Los identitarios tienen cada vez más fuerza y eso, claro, ha vuelto a encender las alarmas entre la progresía. 

El discurso de ‘nuestra’ izquierda a la hora de analizar los resultados se mueve entre dos discursos. Por un lado, la estupefacción por el hecho de que “sube la extrema derecha”. Eso típico de que ahora todo el mundo se ha vuelto racista, xenófobo y otras etiquetas similares, simplemente porque se preocupa por cuestiones como la inmigración o la seguridad. Por otro lado, tenemos la autocrítica. Una autocrítica más estética que real, la verdad. 

Es evidente que algo mal debe estar haciendo la izquierda ante el auge de los partidos identitarios, sobre todo en barrios trabajadores. Ellos mismos lo reconocen. Sin embargo, la autocrítica se queda ahí, como una simple declaración de intenciones. 

Queda bien decir que harás autocrítica. Otra cosa distinta es hacerla. Y otra cosa aún más distinta es hacerla correctamente.

No seré yo el que haga un análisis en profundidad de lo que hace mal la izquierda para perder apoyos entre las clases populares. Pero sorprende que ya llevamos varias elecciones con la misma tendencia y la supuesta autocrítica no se traduce en ningún cambio positivo para ellos.

Ni se plantean abordar la cuestión sobre inmigración y la seguridad a pesar de que cada vez preocupa más a la gente corriente. Porque esto sería “comprar el marco de la extrema derecha”. 

Da igual que quién sufre de primera mano las consecuencias negativas de una inmigración descontrolada y un buenismo insoportable respecto a la delincuencia sea la misma clase trabajadora que dicen defender. No hay que olvidar que los hurtos, okupaciones e inseguridad en general no se instalan en los barrios ricos precisamente. Ni tampoco están allí los hoteles que acogen a las oleadas de inmigrantes que no paran de llegar.

Tampoco se plantean nada respecto a la deriva posmodernista que ha inundado su discurso en temas como el lenguaje inclusivo, la ideología de género o un falso ecologismo que solo impulsa políticas que perjudican principalmente a los trabajadores (como la Zona de Bajas Emisiones). 

Evidentemente, tampoco se plantean ningún cambio con política del ‘no’ a todo y su fobia a proyectos que ayudan a impulsar la economía. Aún recuerdo a la CUP criticando recientemente el ‘modelo Port Aventura’, un modelo de éxito que promociona un turismo de relativa alta calidad, que genera muchos puestos de trabajo y que, a pesar de sus prejuicios, no son puestos de trabajo de mala calidad. 

No parece que les esté funcionando demasiado la estrategia de gritar “que vienen los malos” y criminalizar a los que no piensan como ellos, mientras se van alejando poco a poco de las preocupaciones reales de la gente.

Lo que de momento sí que es una evidencia es que, a pesar de llenarse la boca con la autocrítica, esta sigue brillando por su ausencia. Y continúan defendiendo las mismas políticas que les están llevando a la irrelevancia en gran parte de Europa. ¡Y que dure!

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