Persona leyendo un libro ilustrado sobre peces con un fondo rosa.
OPINIÓN

La indefensión del libro de texto ante universidades sin universalidad

El dogma del pedagogismo digital está haciendo retroceder en gran medida los libros de texto

Hace unos días tuve el placer de participar en un acto con motivo de la naciente publicación de Apología del libro de texto (Narcea, 2024) escrito por el Ministro de Educación de Portugal (2011-2015), el honorable Nuno Crato. Concretamente, fue el pasado viernes 8 de noviembre de 2024 que tuve el encuentro con el autor del libro, Nuno Crato, y otros destacados como Mónica González (Narcea), Francisco López Rupérez (UCJC), José Moyano (ANELE), Toni Hernández (UPC), Teresa Marqués del BIAP, Xavier Massó (Fundación Episteme), Eva Serra (Educational Evidence), Felipe de Vicente (ANCABA) y Josep Otón (ACESC). Todos ellos estuvieron de acuerdo en promover y potenciar el libro de texto como una prioridad familiar, social y educativa, pero denunciaron con argumentos, hechos y ejemplos que está sucediendo todo lo contrario.

El empobrecimiento del currículo escolar bajo las pedagogías competenciales, la caída de la exigencia en el esfuerzo de los alumnos y la nefasta comprensión lectora de estos según los últimos informes PISA, no dejan la menor duda que los libros de texto apenas son consultados o comprendidos, y lo que es peor, que están siendo denostados por nuestras políticas educativas y hasta por las propias universidades. Añadieron también los ponentes que el dogma del pedagogismo digital está haciendo retroceder en gran medida los libros de texto en contra de lo que dicen disciplinas científicas, informes internacionales e indicadores realizados bajo una pedagogía seria. Además, y en la práctica, se ha observado que leer libros de texto en papel aumenta la concentración y la memorización a largo término, algo que no logra, y más bien distrae, la lectura en pantallas digitales.

Portada del libro

Leer no es tan fácil como oír o ver, pero es más productivo aprender leyendo que aprender solo escuchando. Para ello, los libros de texto deben ser ricos en contenidos estructurados, en actividades ordenadas, en currículum exigente, en conocimientos críticos y veraces.

El objetivo final del libro de texto debe ser que el lector relacione, aprenda nuevos conocimientos, repensando y evocando luego lo aprendido para devenir crítico con razón. Pero si el currículum educativo nacional es acrítico, bajo y mal estructurado en los llamados libros de texto escolares, juntamente con una evaluación no exigente y no unificada, y en ello Nuno Crato fue claro, seguiremos obteniendo los nefastos resultados educativos vigentes.

En todo ello, además, la universidad debe practicar, y como dice su palabra, la universalidad de saberes con la trasmisión del máximo de conocimientos contrastados, evitando caer en las modas de las autoridades hegemónicas. Es más, debe publicar libros de texto acordes con lo expuesto anteriormente para que estos ensayos sean rigurosos, críticos y aperturistas como eje de una buena divulgación de los saberes y las evidencias.

En otro caso, y sin crítica estructurada y argumentada, seguiremos repitiendo los errores de una élite influyente, pero no referente. Es bien sabido que algunas universidades publican más a sus autoridades hegemónicas que a sus autores críticos.

Una niña con un lazo rojo en el cabello está leyendo un libro ilustrado en un aula.

De esta manera, los libros dejan de ser de texto al repetir los errores de antaño sin dejar que la autocrítica penetre en el sistema universitario y educativo. Y este hecho no es algo anecdótico, sino muy frecuente en estos contextos que rebaja, y hasta impide, la publicación de buenos libros de texto.

Pongamos por ejemplo un libro de texto de una especialidad impartida por una universidad pública de Barcelona y enviado a la editorial de esta en 2023, aceptado para su publicación en enero de 2024, y con el acuerdo de enviar las galeradas en septiembre para comenzar la maquetación y publicación en 2025. Pues de repente, y diez meses más tarde de la aceptación, sin previo aviso, se le comunicó al autor que ahora era rechazado ipso facto. El escritor solicitó de la editorial universitaria un informe aclaratorio y finalmente obtuvo un mail de la directora de la editorial en donde le contaba, entre otras razones secundarias, que el libro había sido rechazado dado que ellos no repetían autores a no ser que fueran de la propia universidad y que el libro de texto en cuestión no era de divulgación científica, ya que el nivel era elevado a tal efecto.

Si una editorial universitaria no publica a los ajenos ni a los que escriben con exigencia, ¿en dónde queda la universalidad de la transmisión de conocimientos? Quizás las contradicciones y paradojas en el rechazo de ciertos ensayos críticos y exigentes denotan que, en este país de cainitas, estamos a años luz de alcanzar libros de texto rigurosos, estructurados y avanzados. Quedan, pues, invitados a leer el libro del honorable ministro Nuno Crato, Apología del libro de texto, para simplemente saber diferenciar un buen libro de texto de entre los alejados a la evidencia, el orden y la eficacia.

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