Humor a secas
Cuando no sirve a los intereses de lo políticamente correcto, el humorista pasa a ser criminalizado y ridiculizado
Desde hace un tiempo, la correa de pinchos que el poder político siempre quiere imponer a la comedia se cierra sobre el cuello de los humoristas con cada vez más fuerza. Cuando digo “humoristas” me refiero a gente que, independientemente de su ideología, intenta hacer reír a la gente, no hacer propaganda de un determinando partido ni estar al servicio de lo mainstream, convirtiéndose en un propagandista del régimen o de las grandes empresas.
Cuando no sirve a los intereses de lo políticamente correcto, el humorista pasa a ser señalado, criminalizado y ridiculizado. El humor parece que designa algún tipo de problema cognitivo, vulgaridad o imbecilidad. No se dan cuenta de que el humor no debe tener límites, más allá de la difamación personal, y que no existe eso del humor de los de abajo contra los de arriba, pocas veces he podido ver algo más absurdo.
El humor no entiende de arriba y abajo, no pertenece a ninguna clase social y cuando se desarrolla con vocación de divertir, de entretener, solo puede ser elaborado por alguien inteligente. Detrás de una seriedad impostada puede esconderse un idiota redomado. Tanto desarrollar como entender el humor es un signo de inteligencia, de saber relativizar y racionalizar las bromas; no como la nueva inqueersición que se indigna ante todo lo que no sea bailarle el agua.
Un monólogo sobre los gitanos de Rober Bodegas le costó la excomunión y que estuvieran sin contratarle durante un buen tiempo; un monólogo de Henar Álvarez, con la misma calidad artística que un cochinillo tirándose eructos, fue aplaudido y participa habitualmente en múltiples programas. Llegó a alegrarse de que le cortaran el pene a un hombre, poniéndose a difamarle, para más inri. Si un hombre hubiera dicho algo similar contra una mujer, sería cancelado, y con razón, por todo el mundo, pero, ¿por qué a ella no? Pues yo os lo digo, porque ella es una mamporrera de la corrección política, sigue todos y cada uno de los dogmas del sistema y contribuye a idiotizar a la gente, función principal de las grandes televisiones.
No se buscan buenos comediantes, se promueven siervos, da igual que no tengan ninguna gracia como Julia Salander, Irantzu Varela o Liz Duval (no me puedo creer que lo que hace no sea un personaje de comedia), lo importante es que defiendan su relato y lo promuevan allá donde puedan.
Desde esta humilde tribuna, que han tenido a bien concederme, quiero reivindicar que se les quite la correa a los humoristas de este país, que sea la audiencia, su público, el que dicte quiénes se hacen famosos y quiénes no. Ya basta de protección y promoción de ineptos que solo saben ser esclavos del Gobierno de turno o de la gran empresa supranacional. Sin libertad no hay humor, con cancelación solo progresarán los mediocres.
Un humorista puede gustarte o no, pero no por eso debe ser cancelado. El Gran Wyoming me parece un criminal del humor, alguien sin gracia ni salero ninguno; pero jamás se me ocurriría no respetar a aquella gente a la que pueda gustarle, tienen mal gusto, pero hay que respetar lo que les pueda gustar. Si les gusta Wyoming, pues que lo vean, pero que no se metan en lo que nos tiene que gustar a los demás.
El sectarismo está llegando a cotas impensables hasta hace tan solo unos años, la polarización enfermiza de la sociedad ha llevado a que se realicen auténticas cacerías de brujas. Debemos posicionarnos en oposición frontal a que se sigan sucediendo linchamientos de este tipo; dentro de poco se meterán hasta en lo que pensemos en la intimidad, ya es hora de poner freno a los intolerantes.
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