Edificio en construcción con dos grandes carteles de un hombre con barba y gafas, en una calle con árboles y edificios circundantes, con un cielo azul claro y un borde decorativo rosa alrededor de la imagen.
OPINIÓN

Hezbollah y el futuro libanés

Hezbollah recibe el apoyo fundamental de Irán y ha conseguido tejer una gran red de dependencias y lealtades

Imagen del Blog de Joaquín Rivera Chamorro

Las últimas semanas han estado marcadas por la impresionante acción llevada a cabo por la inteligencia israelí, que ha desarticulado en el espacio de un par de semanas a toda la estructura de mando y control de Hezbollah, la milicia chií pro-iraní que domina la actividad política en el sur del Líbano y que era protagonista del recrudecimiento de los ataques al norte de Israel en los últimos meses.

Poseedores de un enorme arsenal y una capacidad operativa que envidiarían algunos ejércitos de la zona, la organización se preparaba para repetir el éxito de la defensa al sur del Litani que llevó a cabo en 2006. Sin embargo, en menos de un mes ha sido completamente descabezada, desde el más alto nivel, incluidos sus mentores iraníes, a sus jefes de sección o pelotón.

El Gobierno iraní, ante el destrozo hecho a su organización proxy en el Líbano y las dificultades que atraviesa Hamás tras un año de guerra, se encuentra en la encrucijada de tener que dar alguna respuesta que no ponga sobre la mesa la cruda realidad: una impotencia real y la pérdida de media decena de generales de su Guardia Revolucionaria Islámica.

Su respuesta limitada y teatralizada para aparentar, pero sin querer hacer daño y casi suplicando que las cosas se mantuvieran como estaban, no recibirá esta vez la misma displicencia por parte de Israel. Netanyahu tiene claro que neutralizar la capacidad combativa de sus enemigos es la única garantía de paz y tranquilidad para sus compatriotas, aunque eso le cueste la condena internacional y que se le tilde de genocida.

En Europa, que tenemos una afición desmedida a posicionarnos desde la más absoluta superficialidad y a dejarnos llevar por las simpatías de equivalencia ideológica con determinadas fuerzas políticas nacionales, se considera a Hezbollah como una organización terrorista o una romántica milicia de resistencia que representa a la población libanesa. Pero ¿En realidad los libaneses se identifican con ella?

El partido de Dios

Desde la brutal crisis económica de 2019, Líbano ha sido empujado a una espiral de colapso que ha salpicado a todos los procesos de la vida cotidiana. La grave escasez de servicios básicos como la electricidad que no puede ser plenamente garantizada y sufre cortes diarios; el agua corriente, deficiente en muchas zonas y la carestía de los alimentos ha llevado al país a una grave y galopante inflación, llegando a alcanzar más del 250% en marzo de 2023.

La que a mediados de la década de los 70, antes de la terrible guerra civil, era considerada como la Suiza de Oriente Medio, es hoy un país sumido en una insoportable depresión económica y política.

Según la socióloga Choghig Kasparian, de la Universidad Saint-Joseph de Beirut, la mitad de las familias libanesas tienen algún miembro fuera del país, lo que conforma una diáspora similar a la que vive la Venezuela chavista. Además, el pequeño estado, fronterizo con Siria, recibió una importante ola de refugiados que supera el millón y medio de una población de 5,4 millones de habitantes. Una de cada cuatro personas que viven en el país árabe son refugiados. A esto hay que sumar al medio millón de palestinos que aún hoy, casi 75 años después, siguen en los campos de Beirut, Trípoli, Tiro o Sidón, las ciudades más importantes de los descendientes de la antigua Fenicia.

Líbano es un país multiétnico con un sistema político en el que se reparten los puestos en función de la religión. Los acuerdos del Taif, de octubre de 1989, supusieron un Pacto Nacional para establecer un sistema político en el que tuvieran voz todas las sensibilidades del pequeño estado árabe: Los cristianos y los musulmanes se dividen el parlamento por igual, teniendo 64 representantes para cada gran grupo, sumando un total de 128. No obstante, cada grupo religioso se subdivide a su vez en otras corrientes, mostrando representación de casi todas las escuelas e iglesias que se reparten por el mundo.

Hay cristianos maronitas, una versión del catolicismo; ortodoxos orientales, católicos orientales, ortodoxos armenios, protestantes y aún queda un diputado para otros cristianos.

Los musulmanes más numerosos son los sunitas y los chiitas que se reparten los escaños en igual número, disponiendo de 27 cada una de ellas. Los drusos tienen 8, y 2 los alawitas.

Una multitud de personas levantando los puños y sosteniendo banderas en una manifestación.

Todo este mejunje para un Estado que no llega a los seis millones de personas. Es fácil ver pueblos que tienen la fisionomía de una ciudad iraní, con mujeres cubiertas por Nikabs y a 5 kilómetros otro de mayoría maronita en el que las chicas visten con minifalda, escote y se entregan al consumo de los cosméticos y de cualquier arte que las haga más atractivas. La ostentación de la pertenencia a una determinada confesión es algo que hace décadas se perdió en Europa, pero que aún se exhibe en un país en el que las diferencias religiosas derivaron en una guerra que acabó con una fecunda prosperidad para convertir el vecino del norte de Israel en un apaleado ente que no levanta cabeza.

Hoy, tras la crisis mencionada y las derivadas del ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre y la respuesta posterior, el panorama político se encuentra dominado por una única constante: Hezbollah. La organización chiita, que opera tanto como partido político legal y fuerza paramilitar de seguridad en el sur y este del Líbano, sigue siendo la razón de mayor polarización entre la diversa población. Para los chiitas, el partido de Dios representa la resistencia contra el malvado Israel, la única organización capaz de plantar cara al todopoderoso enemigo del sur, superando a unas fuerzas armadas libanesas que no consiguen imponer su acción al sur del río Litani. Para otros, especialmente sunís, cristianos y drusos, la organización pro-iraní es la causa de muchos de los males que aquejan al país.

El colapso económico libanés: un contexto de desesperación

Líbano ha experimentado un colapso económico sin precedentes desde 2019 que ha afectado a todos los sectores de la sociedad. Según Foreing Affairs, El 80% de los ciudadanos asegura que la disponibilidad y asequibilidad de alimentos es un problema urgente, y el 68% afirma que a menudo se quedan sin comida antes de poder comprar más. Esta crisis humanitaria ha afectado a los sectores más vulnerables del país, erosionando la ya frágil confianza en las instituciones del Estado.

Una de las estadísticas más alarmantes reveladas por el Arab Barometer es que el 92% de los encuestados experimenta cortes de electricidad semanalmente, lo que sitúa al Líbano en el peor lugar de todos los países árabes de los que existen registros, superando incluso a los territorios palestinos. El 65% de los libaneses también sufre escasez de agua semanalmente, lo que indica un colapso parcial de las infraestructuras básicas del país. A medida que los ciudadanos luchan para sobrevivir día a día, el optimismo sobre el futuro es casi inexistente: solo el 13% cree que la situación mejorará en los próximos dos o tres años, y más del 50% considera que están peor que sus padres.

La polarización extrema sigue siendo un elemento determinante en la política libanesa, especialmente cuando se trata de Hezbollah. La confianza en el grupo varía significativamente según las líneas sectarias. Entre los chiitas, el 85% afirma confiar en ellos, mientras que solo el 9% de los sunitas y los drusos, y el 6% de los cristianos, manifiestan la misma confianza. Esto se agrava, especialmente, al sur del río Litani, el territorio que está bajo auspicio de la misión de Naciones Unidas y en el que, teóricamente y de acuerdo con la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad, debería estar limpio de armamento de la organización Chií, algo que, evidentemente y a ojos de todos, no sucede.

Hezbollah controla los principales ayuntamientos de mayoría chií disponiendo de poder político en las poblaciones fronterizas con Israel, contribuyendo a la provocación constante. El Estado hebreo construyó un muro de hormigón de varios metros de altura que está reforzado por complejos y sofisticados sistemas de seguridad para evitar tentaciones por parte de los milicianos chiíes.

Solo el 30% de los libaneses se confiesa a favor de Hezbollah, mientras que el 55% no tiene ninguna confianza en el grupo. Esta polarización refuerza la naturaleza divisiva del partido de Dios en la sociedad y la dificultad de generar un consenso nacional sobre su papel en la política del país. Sin embargo, la guerra en Gaza ha hecho que la simpatía de drusos y cristianos haya subido algunos puntos, sin ser, en cualquier caso, decisiva.

El Conflicto en Gaza: la fuente de simpatía hacia Hezbollah

El conflicto en Gaza ha despertado pasiones encontradas en todo el mundo, es lógico inferir que la afectación en quienes están mucho más salpicados que los manifestantes norteamericanos o europeos sea mucho mayor. Una parte de los libaneses, sin importar su filiación sectaria, piensa que lo que está sucediendo en Gaza no es defendible. El 36% de los encuestados describió las operaciones israelíes como un "genocidio" y el 25% las calificó de "masacre", siendo una aplastante mayoría los que no defienden la actuación de sus vecinos del sur para acabar con el grupo terrorista Hamás.

Maryclare Roche y Michael Robbins, ambos investigadores de Arab Barometer y articulistas en Foreing Affairs, escribían en julio de este año que "era en este contexto de condena hacia Israel donde Hezbollah había visto aumentar su apoyo, no tanto por un cambio en la percepción de sus políticas internas, sino como un símbolo de resistencia contra Israel". Lo que los investigadores no citan es la ingente cantidad de ciudadanos, sobre todo cristianos, que viven al sur del río Litani y que hace meses que se han marchado de sus casas. Alguno de ellos me ha llegado a confesar en alguna ocasión que prefería la ocupación israelí que la situación actual, habida cuenta de que cuando Israel ha estado en el Líbano los maronitas se han sentido más seguros.

Irán detrás de todo

Hezbollah no actúa solo; su principal apoyo proviene de Irán, lo que se refleja en las opiniones de los libaneses sobre este país. El 36% de los encuestados tiene una opinión favorable de Irán, con una clara división sectaria: el 80% de los chiitas lo ven de manera positiva, frente al 26% de los drusos y solo el 15% de los sunitas y cristianos.

Es cierto que Hezbollah, como hicieron los Hermanos Musulmanes en otras naciones sunitas, trata de llegar a donde el Estado no lo hace para proporcionar ayudas sociales a los más necesitados gracias al apoyo financiero iraní. Esto teje estructuras de dependencia y lealtades que le son fundamentales en un contexto tan complejo y en un espacio de terreno en el que, probablemente, se encuentre el mayor número de agentes de inteligencia por kilómetro cuadrado del mundo.

En un contexto de desconfianza generalizada hacia las instituciones gubernamentales y religiosas, las Fuerzas Armadas Libanesas (LAF) emergen como la única institución que cuenta con un amplio respaldo popular. El 85% de los libaneses confía en las LAF. Naciones Unidas ha tratado de reforzar al Ejército libanés proporcionando medios y adiestramiento, buscando la alternativa a la milicia chiita y que el Estado pueda hacerse valer a través de sus estamentos armados. En cualquier caso, el Ejército es también el empleador más grande del país, proporcionando estabilidad económica a muchas familias en medio de la crisis, ya que sus 80.000 componentes tienen un sueldo seguro a final de mes.

La posibilidad de una nueva guerra entre Israel y Hezbollah parecía muy probable, aunque los signos de agotamiento en el Estado hebreo se van haciendo notar y mantener dos frentes con la intensidad del último conflicto en Gaza será complejo y doloroso para la población israelí.

Es probable que se trate de aprovechar el contundente éxito contra Hezbollah en las próximas semanas para destruir el todavía impresionante arsenal que se preserva en el Líbano, pero una operación a gran escala y con vocación de sostenerse varios meses en el tiempo deteriorará la imagen interior de Benjamin Netanyahu. Los empresarios claman por el regreso de los reservistas que conforman el grueso de las Fuerzas de Defensa Israelí. Las guerras son costosas en todos los sentidos.

La debilidad de la posición de la milicia chií en el Líbano podría ser aprovechada por el Estado para que las LAF consigan el control efectivo de todo el territorio y el Gobierno libanés pueda ser, por fin, un interlocutor válido en las conversaciones y negociaciones que se inicien cuando la crisis y el conflicto esté medianamente resuelto.

En cuanto a Irán, el golpe ha tenido que hacerse notar en la Oficina del Líder Supremo de Teherán, que ha sufrido un duro revés perdiendo al mejor de sus proxis y obligado a dar algún tipo de respuesta que disimule lo evidente, la incapacidad e impotencia del régimen de los ayatolás frente a la extraordinaria capacidad de la inteligencia israelí y su inestimable potencia militar. Sus aliados sobre el papel no querrán entrar en aventuras interminables, que son las que se dan en Oriente Próximo. Rusia demanda más apoyo del que puede ofertar y China sigue embarcada en su soft-power y sus asuntos del sureste asiático. Hasta que no disponga de la capacidad de despliegue estratégico que le permita tener poder disuasorio más allá de su zona real de influencia, no sacará pecho por nadie. El pragmatismo de Xi Jinping ha quedado demostrado en otras crisis, incluyendo la guerra en Ucrania, dando un apoyo muy limitado y siempre a cambio de recursos.

Predecir el futuro es imposible, pero el futuro de Hezbollah es más negro que nunca.

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