Varias mujeres participan en una manifestación convocada por el Sindicato de Estudiantes y ‘Libres y Combativas’, por el 8M, Día Internacional de la Mujer, a 8 de marzo de marzo de 2023, en Barcelona

OPINIÓN

Hacia el feminismo global

Una mujer, una libertad, un voto, aquí, en el Senegal, en Afganistán, será por todas partes

A lo largo de la historia ha habido pocas revoluciones sociales, han dominado las evoluciones y las reformas. Una revolución es un cambio radical de paradigma. Aquello que era creído, considerado intocable, que definía la sociedad, deja de serlo, es conceptualmente barrido.

La revolución francesa de 1789 ha sido el prototipo de revolución. Una clase social, la nobleza, deja de ser intocable, deja de mandar, de conformar la sociedad. Todo el sistema de valores que segregaba, que la rodeaba y a la vez la protegía, cae y comienza un nuevo tiempo con nuevos protagonistas.

El cambio no fue lineal ni simultáneo en toda Francia. Hubo resistencias, reacción, conatos de contrarreforma, el viejo sistema no acababa de fundirse. Pero, el concepto revolucionario: la igualdad ciudadana —todavía parcial porque no comprendía la mujer— no fue anulado.

Mujeres manifestandose durante la primera ola del feminismo

La revolución de la igualdad social de la mujer tiene similitudes con aquella revolución, si bien es más profunda, más extensa, afecta y libera no unas clases sociales, sino la mitad de la humanidad.

Durante siglos, la mujer ha sido supeditada al hombre, socialmente marginada, una supeditación justificada por una supuesta inferioridad de la mujer en todos los órdenes: el físico, el intelectual, el moral, el social, en definitiva.

Cómo se forjó y arraigó esta creencia —es una creencia sin ningún fundamento científico— ha tenido varias interpretaciones. Una de las primeras, y quizás de las más acertadas, la formuló Friedrich Engels analizando la formación histórica de la dominación masculina en “El origen de la familia, la propiedad y el estado” (1884).

Y Viola Klein ha explicado magistralmente la formación de una personalidad ideológica de la mujer por sumisión al hombre, “El carácter femenino. Historia de una ideología” (1946).

Portada del libro

Las religiones monoteístas del tronco habrámico incluso han sacralizado la inferioridad de la mujer. Dios es un hombre, los profetas también lo son. La evangélica es la única confesión cristiana que otorga un papel ministerial a la mujer, en la católica las resistencias curiales a concederlo son enormes y más aún en la ortodoxa.

Las otras religiones habrámicas no han hecho ninguna reforma, en particular la islámica, que ratifica constantemente la sumisión de la mujer. 

Hay una tensión dialéctica entre el laicismo de la sociedad o progresiva pérdida de preeminencia cultural de la religión y la progresiva liberación o igualdad social de la mujer. Las sociedades más laicas son las occidentales y en ellas las mujeres son más libres, más socialmente “iguales”.

Esto que escribo es una simplificación porque intervienen otros factores, pero es una constatación fácilmente observable y medible. En Europa la mujer es abismalmente más libre que en el mundo musulmán, donde el peso de la religión es todavía agobiante, parece inamovible.

Mujeres musulmanas manifestandose

Ahora bien, la globalización actual no es solo económica, los vasos comunicantes culturales son irrefrenables, empujados por las nuevas tecnologías, podrán taparse un tiempo, pero los talibanes, los ayatolás, los reaccionarios de las ultraderechas perderán. 

La causa de la igualdad social de la mujer, de su libertad de cuerpo y de espíritu y de todas las consecuencias que se derivan, es tan potente —es la causa de la mitad de la humanidad, compartida además por muchos individuos de la otra mitad— que quienes se oponen perderán irremediablemente, aunque aguanten años. 

Tenemos que poner todos los medios culturales y políticos para acelerar su derrota ideológica y social, empezando para combatirlos en casa, que sepan, que el concepto de la igualdad social de la mujer es innegociable, que las conquistas sociales hechas a su amparo son irrenunciables.

Las energías que se aportarán a la humanidad con la liberación social y cultural de la mujer cambiarán el mundo. De hecho, esta es la última gran revolución pendiente, la última porque tendrá una repercusión universal: geográfica, geopolítica, estructural, en demografía, economía, cultura, tradiciones, costumbres, será la “madre de todas las revoluciones”.

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