
Guinea Ecuatorial, un olvido que habla español
A menudo caemos en una 'Leyenda rosa' para hablar de Guinea Ecuatorial, y por eso se habla y escribe tan poco sobre ello

La mirada neo-romántica de la historia de España enfatiza las notables diferencias entre el Imperio Español y su homólogo francés o británico. No cabe duda de que el tratamiento anglosajón de sus colonias fue radicalmente distinto al exhibido en los territorios ultramarinos hispanos. El asunto de la leyenda negra, por otra parte, ha sido ya cuidadosamente tratado por los académicos expertos en ese periodo y el debate ha quedado relegado a las redes sociales y a las salidas de tono de algún político hispanoamericano aficionado al populismo tropical.
España perdió su imperio continental americano en los años 20 del siglo XIX, cuando la mecanización no había llegado aún a las fábricas, cuando nuestro país se movía solo por la fuerza de los braceros y los animales de labor. En otras partes de Europa, en cambio, la revolución industrial trajo un progreso exponencial que precisó de materias primas, y en su búsqueda surgió el colonialismo más voraz, el que trataba de hacerse con cada rincón del planeta por muy inhóspito, alejado y peligroso que pareciera.

A partir de la década de los 80 del siglo XIX, Gran Bretaña, Francia, e incluso Alemania, se expandieron por África como manchas de aceite desplegando de nuevo diferentes formas de colonialismo, pero con un mismo objetivo, explotar los recursos naturales y conseguir beneficios económicos. Ofrecían a cambio el progreso y la civilización. Es cierto que el colonialismo acarreaba más prestigio que pingües beneficios, la realidad intrínseca es que ninguna metrópoli se hundió cuando se perdieron las colonias, al contrario, continuaron siendo potencias económicas.
En el gran pastel africano, España llegó solo a recoger migajas. La colonización española fue tardía, desigual y marcada por un evidente paternalismo autoritario. Para ello se empleó el Patronato de Indígenas, un órgano encargado de tutelar y controlar a la población africana en una forma particular de dominio. Era en realidad una figura jurídica e institucional que renegaba al africano a la incapacidad civil, comparándolo con un menor de edad perpetuo.
El indígena no disponía de derechos básicos como la libre circulación, el matrimonio autónomo, la propiedad plena o el acceso a la ciudadanía si antes no había pasado por un proceso de asimilación supervisado y extremadamente restrictivo.
La institución operaba como intermediaria entre el poder colonial y el africano, regulando de ese modo todos los aspectos de la vida cotidiana: el trabajo, la religión, la educación, la justicia...Aunque se justificaba como una forma de protección, en realidad el Patronato se conformó como una estupenda herramienta para legitimar el control absoluto del aparato colonial sobre los guineanos, convirtiendo la asimilación en un ideal que la mayoría no sería capaz de alcanzar.
Podemos definir la forma colonial española como un paternalismo autoritario, este fomentaba la segregación legal, la conversión forzada al cristianismo y una absoluta dependencia administrativa. A diferencia de otras potencias europeas, España no hizo inversiones importantes en una administración civil moderna o infraestructuras educativas. Las misiones católicas asumieron por si solas gran parte del control social, reforzando el paternalismo que consideraba y trataba al africano como un ser moralmente inferior que necesitaba y debía ser guiado. Es evidente que las grandes diferencias educativas y tecnológicas proporcionaban la justificación de esa actitud.
La administración colonial española mantuvo una doble legalidad: una para los españoles de la península, y una segunda, discriminatoria, para los indígenas. Esto se mantuvo vigente hasta la década de los 50 del siglo XX, mucho después de que otras potencias europeas hubieran iniciado procesos de descolonización o reformas significativas.

Hasta bien entrados los años 30, se mantuvo el doble mando civil y militar, de modo que el gobernador solía ser un general que se hacía cargo de la dirección política y la castrense al mismo tiempo. Miguel Núñez de Prado fue uno de esos gobernadores, permaneciendo en el cargo hasta 1931, y rememorando épocas anteriores en las que Weyller o Polavieja eran gobernadores en Cuba y Filipinas ejerciendo de auténticos virreyes.
¿Era el modelo español diferente al resto?
El modelo colonial francés se basaba en el principio de asimilación. Los africanos podían convertirse en ciudadanos franceses si hablaban francés y cultivaban la cultura y los valores republicanos. Esto se podía ver en ciudades en las que se fingía que residían ciudadanos. El ejemplo más paradigmático es Dakar. Allí algunos africanos, denominados évolués, podían llegar a tener ciertos derechos.
La teoría y el papel lo aguantan todo, pero en la práctica, se otorgaba la ciudadanía únicamente a una minoría muy selecta y se mantenía una diferencia muy clara con el resto, a quienes se les comenzó a llamar sujets. La mayoría de los africanos vivían bajo el código de indigénat, que no dejaba de ser un sistema sorprendentemente similar al Patronato de Indígenas español. El francés era un régimen jurídico que los dejaba fuera del marco legal metropolitano. Aunque lo que hizo diferente a Francia fue su inversión en infraestructura educativa, burocracia local y articulación política, permitiendo que las élites nativas se formaran en valores republicanos y trabajaran en favor de la metrópoli.
El modelo británico se caracterizó por el gobierno indirecto, esta era una estrategia que pretendía gobernar a través de autoridades tradicionales locales –jefes, reyes o caciques—los británicos los integraban en el aparato colonial como intermediarios. Con esta fórmula, mantenían el control a bajo coste en cuanto a la administración se refiere y de paso conservaban las estructuras políticas autóctonas.

A diferencia del sistema español, que no otorgó valor a las estructuras tradicionales africanas, los británicos se beneficiaron de ellas, las cooptaron y las regularon. De ese modo, reforzaban a una élite local que colaboraba con el dominio colonial. Este sistema tenía sus pros y sus contras, ya que entre los locales se generaban profundas desigualdades, reforzando jerarquías tribales o haciendo casi imposible los procesos posteriores de integración nacional.
El olvido guineano
La forma colonial que España llevó a cabo en Guinea Ecuatorial se consolidó como uno de los modelos más excluyentes del África colonial. Los franceses permitieron élites africanas ilustradas y los británicos incorporaron las estructuras locales a la administración. Esto no dejaba de ser un brochazo a la mentorización, el dominio y el sometimiento, pero el sistema español ni siquiera hizo amago de ello, negando sistemáticamente la autonomía política y cultural de los africanos.
El formato se vio reflejado en la falta de una transición ordenada hacia la independencia, dejando como herencia un vacío institucional y un profundo desencuentro entre gobernantes y gobernados. La tutela perpetua de los españoles marcó el desarrollo político de Guinea Ecuatorial tras 1968. El país ha vivido desde entonces en una eterna dictadura cuyos dos únicos dirigentes han llevado el apellido Ngema.
Independencia de Guinea Ecuatorial (1968): Yo tenía una casa en África
Guinea es un estado africano donde el español es lengua oficial, con dos etnias principales: los fang (que son mayoría en el continente) y los bubis (predominantes en la isla de Bioko). Su realidad y existencia pasa desapercibida para la mayoría de los hispanohablantes en España o América. Escritores e historiadores de conocido prestigio han tratado de contar la realidad guineana. Uno de ellos, principal motivador de este artículo, es Donato Ndongo, cuyos libros son cruciales para comprender el colonialismo español y su impacto en los africanos; pero también es fundamental para darse cuenta del positivismo del autor, que reconoce la riqueza de poder expresarse en lengua española que es la que utiliza para la escritura, ya que los idiomas originarios africanos eran todos ágrafos.
La Leyenda rosa en la que caemos a menudo no tiene cabida para Guinea Ecuatorial, quizás por eso se habla o escribe tan poco sobre ello. No hay que llevarse a engaño, España no fue peor que Francia, Gran Bretaña o Alemania; ni por supuesto que Bélgica en el Congo. Pero eso no es óbice para reconocer que España sí tuvo colonias al uso europeo de la época, y si no hubo más, es porque la manifiesta decadencia tras la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, alejaron a nuestro país del club de los importantes. Pero esa es otra historia digna de ser contada.
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