
Greta Thunberg o la perfección de la idiotez
El activismo de Greta Thunberg se convierte en un circo mediático y deja a un lado problemas más urgentes

En el momento de escribir estas líneas, Greta Thunberg y sus amigos están pasando por un higiénico proceso de expulsión que les llevará de vuelta a sus hábitats naturales, es decir, a cualquier zona del mundo donde tres o cuatro idiotas se movilicen de forma idiota por alguna causa idiota. Todo en esta vida tiene su arte, también la idiotez: nuestra Greta, niña maleducada y ociosa, ha alcanzado un rango propio unos pocos elegidos.
Por algún motivo, la progresía gusta de montar “flotillas”. No hace mucho, nuestra Ada Colau y nuestro Ruben Wagensberg, protagonizaron una expedición máximamente ridícula que fue a parar a Turquía (no fuera cosa que nadie sufriera un arañazo) para luego volver a Barcelona a continuar con su vida de engorde sabático. Estas navegaciones de primavera, ricas en selfies y reels de Instagram, enfervorizan a la parroquia izquierdista, siempre necesitada de encontrar nuevas injusticias contra las que luchar mediante subvenciones y discursitos cursis. En general, si uno intenta acceder a una zona de guerra, invadiendo aguas territoriales, va a encontrarse siempre con fuertes impedimentos de tipo fáctico. Pero claro, ¿desde cuándo la izquierda ha tratado con los hechos, con la realidad, con el sentido común?

De manera memorablemente cómica, Greta y sus amigos llevaban 250 kg de arroz y 100 kg de harina, es decir, unos 500 € en “ayuda humanitaria”, suficientes para una merienda fin de curso. Cualquiera puede ver que, en realidad, se trataba de un acto de crueldad despiadada para la población de Gaza: bastante tienen aquella gente con lo suyo, como para además tener que soportar a Greta con sus gritos y proclamas. Hace tiempo este cronista propuso el llamado “Axioma Ada Colau”: cualquier situación humana, del tipo que sea, en las circunstancias que sean, empeora si se incorpora a Ada Colau. Pues algo parecido vale para Greta y sus filibusteros de bocadillo de Nutella.
Dado que el apocalipsis climático no acaba de llegar y la gente sigue tranquilamente con sus asuntos de cada día, Greta ha tenido que buscar una nueva causa en la que proyectar su cretinismo histérico. El tema palestino le ha venido a las mil maravillas. Los cristianos de Nigeria están siendo exterminados de manera salvaje, pero esto a Greta le da igual. El pueblo cubano pasa hambre después de 60 años de dictadura comunista, pero eso Greta ni lo percibe. Las mujeres iraníes son condenadas a muerte por desobedecer las leyes infernales de una teocracia islámica, pero Greta está entretenida jugando a Simbad el Marino con sus compañeros de calimocho.

Para este tipo de gente el altercado, el barullo, el griterío, tienen un valor en sí mismos, la causa es lo de menos. Allí donde alguien esté tirando cocteles molotov o pegando fuego al Seat León de un hornado padre de familia, allí estarán ellos, presos de su delirio megalomaníaco, creyendo ser titanes de la liberación humana.
Una última nota, en este caso de queja, respecto al mar Mediterráneo. ¿Dónde están los monstruos marinos fabulosos cuando se les necesita? ¿Dónde las orcas hambrientas capaces de devorar a fanáticas escandinavas como quien se toma un café? ¿Qué ha pasado con los maremotos? Como sucedió con la bravísima flotilla de Colau & Wagensberg, hemos perdido una magnífica ocasión para alimentar el plancton marino con las amargas sustancias medulares de Greta y sus palmeros. Esperemos que la próxima vez haya más suerte.
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