La crisis estatal del final de la Restauración y la iniciativa autonomista en Cataluña
La Restauración sufrió una gran crisis con el asesinato de Cánovas del Castillo y la pérdida de las colonias de ultramar
El régimen de la Restauración rindió un pragmático servicio a la estabilidad tras el caos que produjo la Primera República Española. Se constituía como un sistema democrático manipulado para propiciar una alternancia en el Gobierno de los dos partidos de ideología liberal, uno más conservador y el otro más inclinado hacia la izquierda, que llevaban el apellido de “dinásticos” por su apoyo a una monarquía parlamentaria definida en la Constitución de 1876.
Su principal ideólogo fue Antonio Cánovas del Castillo y su igual en el partido contrario era Práxedes Mateo Sagasta. Es fácil acusar al turnismo de cierta ilegitimidad y de estar apoyado en los resortes caciquiles provinciales. No obstante, se procedía de un periodo de caos absoluto y desmembramiento del estado, además de un exceso de intervención militar en la vida política.
Cánovas, con la aparición del rey constitucional que era, al mismo tiempo, el jefe supremo de los institutos armados; consiguió apartar al poder militar que quedó reducido a los ministerios de la Guerra y de Marina.
El asesinato de Cánovas y la pérdida de los territorios de Ultramar, trajeron la primera gran crisis del sistema al que le surgieron problemas de fondo que se derivaron precisamente de la desaparición de los mapas de España de las islas de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam. Una ola de depresión azotó a la nación y las regiones más avanzadas, industrial y comercialmente, hicieron valer su historia y tradición para despertar anhelos de autogobierno. Cuando el poder central se debilita y es incapaz de responder a las necesidades de los que producen riqueza, estos buscan alternativas.
El Regionalismo catalán, heredero del federalismo de Almirall e irrelevante de inicio, pues estaba acotado a la burguesía culta, se hizo más popular tras perder el pingüe negocio ultramarino que contribuía al enriquecimiento general y, por supuesto, al particular de la patronal catalana.
El régimen pasó a una segunda etapa y no pudo ser ajeno a los acontecimientos que se presentaban en el resto de Europa. Una España incapaz e impotente no pudo participar del conflicto mundial y tuvo que protegerse bajo el manto de la neutralidad.
El último periodo y el final de la Guerra Mundial fueron desastrosas para España que sufrió las consecuencias de una clase empresarial acaparadora, que provocó, con un exceso desproporcionado de las exportaciones, una grave inflación. Por otra parte, al finalizar el conflicto, las exportaciones cesaron y eso generó cierres, desempleo y carestía.
La triple crisis de 1917 implicó una terna de rebeliones promovidas por todas las clases sociales:
- Mesocrática: Por los oficiales de coronel a teniente que conformaron las Juntas de Defensa y que llegaron a constituir una amenaza para el propio rey, acusando de favoritismo a la corona y obligando a cesar a gran parte de la cúpula militar, que nunca más volvieron a tener destinos de calado.
- Burguesa: Llevada a cabo por los parlamentarios catalanes unas semanas después de lo acontecido por las Juntas y esperando el amparo de estas contra un Gobierno que llevaba mucho tiempo con las Cortes cerradas y la suspensión de garantías constitucionales. Las juntas no se dieron por enteradas y la Asamblea de Parlamentarios, que buscaba una regeneración del régimen desde arriba, se disolvió al ver el primer tricornio a la puerta del edificio donde se habían reunido.
- Proletaria: Promovida por el Partido Socialista Obrero Español y la UGT y que también creía que podría recibir apoyo del Ejército como sucedería en Rusia. El Ejército contribuyó a la represión de la huelga y su comité central, reunido en Madrid, fue detenido el segundo día, con lo que se presumía una auténtica revolución quedó en una revuelta.
Varios gobiernos de concentración, compuestos por ministros de toda la esfera política, incluida la catalanista, intentaron buscar soluciones para taponar una herida que no paraba de sangrar. El último gobierno de Antonio Maura, de 1918, tuvo a Francesc Cambó como ministro y fracasó en el intento de regenerar el régimen desde las más altas instancias de este.
En enero de 1919 todo hacía presagiar que algo muy grave iba a pasar. 17 años antes del inicio de la Guerra Civil, ya se hablaba de esa posibilidad. Había quienes pedían, como el diario militarista La Correspondencia Militar, una dictadura que enmendara la dirección caótica que había adoptado el país. Otros clamaban por la revolución proletaria que imitara el éxito de los obreros y campesinos de la enorme Rusia. Por otra parte, los republicanos, representantes de la pequeña burguesía intelectual abducida por Francia; trataban de hacer caer a la Monarquía para convertir a España en una república parlamentaria a imagen y semejanza del vecino del Norte y que eliminara de la política hispana a todo la oligarquía nobiliaria que aún mantenía una importante influencia.
Los regionalistas catalanes y su versión más extrema, abiertamente nacionalista, consiguieron en enero de 1919 organizar una Asamblea de Ayuntamientos catalanes que respaldaran el envío de un Estatuto para una nueva Autonomía que debía ser aprobada por las Cortes Españolas. La exhibición de músculo del regionalismo fue impresionante. No solo acudieron los políticos de tendencia catalanista, también se subieron al carro los carlistas, los reformistas de Melquíades Álvarez, los republicanos autonomistas y socializantes de Marcelino Domingo y de Lairet, los republicanos radicales de Alejandro Lerroux y los socialistas representados por el poliédrico Largo Caballero.
La Asamblea tenía como objeto que los ayuntamientos refrendaran lo que la Mancomunidad Catalana ya había aprobado, un Estatuto Integral para que Cataluña se convirtiera en una Autonomía. Asistieron a la sesión 978 Municipios de Cataluña, dejando de adherirse a la propuesta tan solo los 30 restantes.
Los discursos de los líderes políticos estuvieron cargados de vehemencia y pasión, algunos también llevaban un baño de demagogia. Los organizadores consiguieron, incluso, que diputados de la Mancomunidad (esta se organizaba por la unión de las cuatro diputaciones catalanas), pertenecientes a los partidos dinásticos, también aprobaran el texto del Estatuto. De hecho, el primero en intervenir aquel día, fue el gerundense Bartrina Roca, del Partido Liberal Conservador, que hizo mención a las naciones surgidas de la guerra europea y que una autonomía para Cataluña significaría el renacimiento de España.
Marcelino Domingo fue mucho más allá. Espetó que, si no se conseguía que en Madrid se aprobara el Estatuto, se saltaría la ley y de esa manera se obtendría. Domingo, hijo de un oficial de la Guardia Civil sevillano, aseguró que no se pretendía deshacer la nación española, pero sí al Estado.
Las intervenciones de los representantes reformista, tradicionalista y liberal fueron mucho más insustanciales y se limitaron a explicar lo positivo que sería el Estatuto.
Francesc Macià, en estos momentos en pleno proceso de radicalización, recomendó disciplina y unión y que aquel era el momento para que Cataluña recuperara sus libertades. Largo Caballero, el líder de la UGT, explicó que el PSOE era internacionalista y que el partido colaboraba para llevar a cabo la aprobación del Estatuto. Las palabras que más sorprenden son las que Largo emitió sobre el nacionalismo: "El nacionalismo es una de las etapas que hay que recorrer para llegar al internacionalismo". No cabe duda que parece un plan con ciertas contrariedades.
Alejandro Lerroux, en este momento representante de los republicanos de izquierdas, que tanto había criticado y combatido el regionalismo pocos años antes, aparecía ahora como un firme defensor de la Autonomía: "En el Estatuto de Autonomía no están contenidas todas las aspiraciones de las izquierdas, porque nosotros hemos sacrificado alguna para llegar a una fórmula de concordia entre todos los partidos. Cuando vean unidos a todos los pueblos de Cataluña, que sean ellos, los del poder central, los que provoquen una guerra civil".
Cambó se refería a los alcaldes como "ciudadanos de Cataluña" y no como catalanes. Hay que tener en cuenta que, al albor de la industria catalana, se habían producido migraciones desde otras regiones de España.
La Asamblea ofreció su adhesión ferviente a la propuesta.
No obstante, la región autónoma catalana no llegó y tuvo que esperar hasta el advenimiento de la República. El inicio de la Huelga de la Canadiense demoró la iniciativa. Una guerra se inició en Barcelona y los empresarios, y aquí los había de la Lliga, se empeñaron en priorizar el orden público por encima de cualquier aspiración autonomista. De hecho, tuvieron que esperar hasta 1931 para ver satisfechas sus demandas. Pero esa es otra historia digna de ser contada…
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