
El Gran Apagón
Los problemas reales de los españoles han sido causados, sin excepción, por su desastrosa clase política

Pocas cosas, oh Dios mío, tan simbólicas como un buen caos por falta de suministro eléctrico: la radiografía de un país en el que se han apagado las luces. Falla durante cinco segundos el sistema de compensación de la red eléctrica y todas las máscaras caen. La gente queda atrapada en estaciones de tren absurdas, los bares regalan cerveza, Pedro Sánchez hace ruedas de prensa en las que finge tener corazón, los supermercados venden todo el papel higiénico, los famosos publican tiktoks insufribles, la presidenta socialista de Red Eléctrica Española sigue cobrando más de medio millón al año, los colegios cierran.
El Gobierno pidió a los ciudadanos que hicieran "un uso responsable de las comunicaciones", a lo que los ciudadanos respondieron pasándose el día haciendo memes: Fernando Simón diciendo que el apagón duraría como mucho dos o tres minutos, Sánchez diciendo "si quieren luz, que la pidan", etc. Nadie tenía preparado su kit de supervivencia, de modo que hubo que sobrevivir sacando a pasear al perro o tomando el fresco en la terraza. En resumen: cinco segundos de ineficiencia energética y todas las mentiras y monsergas en las que se basa nuestra estructura civil quedaron al descubierto con todas sus vergüenzas al aire.

En realidad, en España las luces se han apagado hace mucho tiempo. Los ciudadanos sobrevivimos gracias a una especie de estraperlo moral, una economía espiritual de subsistencia, desarmados ante las bandas de politicastros que todo lo saquean. En los tiempos clásicos, eran las masas desfavorecidas las que saqueaban el país cuando las cosas iban mal; ahora ese papel lo juegan los señores con corbata y palco en el Bernabéu. El país está a oscuras y la gente, como buenamente puede, mantiene islas de luz frágil en mitad de la tiniebla, arrimándose a los suyos, chapoteando entre los restos del naufragio del Gran Titanic de la Monarquía Parlamentaria Europea.
Como en los abismos marinos, hay criaturas que están perfectamente aclimatadas a la falta de luz. En España nos sobran ejemplos. El más espléndido es el de don Alberto Núñez Feijóo, supremo langostino cocido, cuya claridad intelectual podría compararse al interior de una chimenea manchada de hollín. ¿Alguien sabe, a estas alturas de la película, qué piensa don Alberto sobre algún tema, uno, el que sea? Mariano Rajoy, al menos, hacía chistes, fumaba puros y sabía de ciclismo. Feijóo ha llevado el tradicional aplanamiento ideológico del PP a una situación de encefalograma plano.
Cuando llevaba gafas tenía aspecto de subdirector de colegio de frailes; ahora ya solo da la impresión de sufrir de lumbago. Teniendo en su mano todo el poder autonómico y municipal, y una aritmética parlamentaria más que suficiente para derribar al gobierno más venenoso de la historia de España, se dedica a aparecer cada quince días en pequeños actos de partido, fingiendo que toma unas cervezas con grupos de jóvenes: solo con ver las fotos, a uno ya le vienen ganas de bostezar.

En España la política ya solo sirve para que los Rufianes y Gamarras estén entretenidos con algo y no molesten a los que de verdad trabajan cada mañana y sacan el país adelante. Baste un solo dato: los problemas reales de la gente real han sido todos, sin excepción, causados por la clase política.
La inflación, la inmigración descontrolada, la imposición de leyes woke calamitosas, la corrupción sistémica, la falta de contrapoderes, la parasitación de los medios de comunicación, la crisis de la vivienda. Nada de todo eso se debe a causas externas imponderables, sino a la actividad tumoral de una clase política constituida, a partes iguales, por idiotas y miserables. Este es el verdadero apagón y no parece que vaya a arreglarse en un par de días.
Más noticias: