La Generalitat, una cosa muy rondeña
Fernando de los Ríos no había contemporizado con la dictadura de Primo de Rivera
El miércoles anterior recordábamos a Eduardo López de Ochoa y su decidida intervención para la consecución de la República en Barcelona. El apoyo del general fue trascendental para que los militares de la guarnición de la Ciudad Condal no movieran un dedo en defensa de la Monarquía o, incluso, de la unidad de España. No olvidemos, y permítanme el plural mayestático, que Macià había declarado la República Catalana.
Al Gobierno Provisional, liderado por Niceto Alcalá Zamora, le surgía el problema más complejo en un momento en el que ni siquiera había empezado la mudanza a los ministerios. El órdago de Macià iba con buenas cartas y la resolución no iba a ser fácil. ¿Cómo se podría hacer bajar al “Avi” del sillón de president de la República Catalana sin que quedara en una situación comprometida con respecto a sus correligionarios?
En el Gobierno provisional había dos catalanes, el hijo de un oficial de la Guardia Civil sevillano, Marcelino Domingo, que había sido compañero de Companys hasta que decidió dar el salto a la política nacional; y el representante de Acció Catalana, Nicolau D’Olwer. Con el objetivo de constituir una terna con capacidad negociadora, se añadió a un profesor rondeño, militante del socialismo y uno de los responsables, tras un viaje a la Unión Soviética a principios de los años 20, de que el partido no cayera en los brazos de la Tercera Internacional. Volvió impresionado con una contestación de Lenin en la que preguntaba: Libertad ¿Para qué?
Fernando de los Ríos, el malagueño al que nos referimos, no había contemporizado con la dictadura de Primo de Rivera, como había hecho una parte del PSOE, sobre todo la liderada por Largo Caballero y seguida por la mayoría de los que tenían responsabilidades.
El rondeño, como Unamuno y otros catedráticos, se opuso desde el inicio al militar jerezano y sus siete compañeros de armas. Él era un firme discípulo de Giner de los Ríos y abogaba por un socialismo humanista con la idea de educar al pueblo. Siempre estuvo a favor, políticamente hablando, de cooperar con los republicanos.
Vivió algunos años en la Barcelona de principios de siglo. La Ciudad Condal era la cuna de la modernidad, del progreso, de un enfoque cultural muy particular. Estudioso de la filosofía del derecho, era un buen conocedor de la historia de España y, por ende, de la catalana.
El 14 de abril, cuando Alcalá Zamora y los demás miembros de lo que había sido el comité revolucionario se convirtieron en el Gobierno Provisional de la República, afloró, como primer gran contratiempo, la actitud de un Macià que era visto en Cataluña como un Dios en vida y al que ahora tendrían que bajar de su pedestal en el Olimpo para descender a un espacio terrenal en el que el Estado estaba por encima de sus ambiciones.
Sin perder un minuto, porque la situación así lo requería, la terna mencionada se presentó en el Aeródromo del Prat. Nicolau D’Olwer ni siquiera había prometido su cargo ministerial hasta que no se resolviera la situación.
El 17 de abril, apenas pasado el mediodía, fueron recibidos a pie de escalerilla por Joan Casanovas, en representación del presidente de la República Catalana; Martí Esteve de Acció Catalana; López de Ochoa, como capitán general, y el comandante Pérez Farrás en calidad de jefe de los Mossos.
Macià les esperó en el despacho presidencial, ubicado en el Palacio de la Diputación. No ir a recibir a los nuevos ministros al Aeródromo escenificaba un alarde de autoridad con respecto a tan prestigiosa comisión.
Marcelino Domingo, después del intento de golpe de Estado del 15 de diciembre tras el que fue detenido gran parte del Comité Revolucionario, había conseguido huir a Francia. Allí vivió en un hotel junto a Indalecio Prieto, el general Gonzalo Queipo de Llano y el aviador Hidalgo de Cisneros. Había vuelto de Francia tan solo dos días antes y, cuando se encontró con Companys, su antiguo compañero de fatigas desde la época de Layret, se fundieron en un sincero y emotivo abrazo, lágrimas incluidas, que recogió la prensa.
Carrasco y Formiguera, que se sumó a la terna ministerial, era, además de un profundo católico, un independentista confeso. Aun así, manifestó que había que estar dispuestos a hacer concesiones.
Tras una comida a la que asistieron también los militares mencionados, los políticos se encerraron en reunión secreta. Asistieron los ministros, por un lado, y el Gobierno Catalán, por otro. Entre ellos se encontraba Manuel Serra i Moret, consejero de Economía y Trabajo, líder de la Unión Socialista de Cataluña. Gracias a él conocemos parte del contenido de las conversaciones.
Las primeras propuestas iban encaminadas a restaurar la Mancomunidad, una institución que nació en 1914, presidida por Enric Prat de la Riba, y cuyas competencias habían sido limitadas. La Mancomunidad fue abolida por la Dictadura, pero, para los miembros del Gobierno Catalán, resucitar aquello era como una ingnominia.
En ese momento, surgió la luz del malagueño. Recordó la institución histórica que había sido abolida en los Decretos de Nueva Planta y la contempló como una salida honrosa a las pretensiones iniciales de Macià y su Gobierno. Esa fue la solución adoptada y la República Catalana, de 72 horas, se convirtió, el 17 de abril de 1931, en el Gobierno de la Generalidad de Cataluña.
Cierto es, que la Generalitat histórica tenía atribuida, como primera y principal función fiscal y financiera, la recaudación de donativos que los brazos de la Corte concedían a los monarcas. Otras misiones eran más secundarias, aunque incluían, entre ellas, la ayuda militar a los monarcas de la Corona de Aragón mediante el apoyo de la armada de la Diputación y de su artillería, cuando las guerras así lo exigían.
Fue idea de Companys que el presidente de la recién nacida República, Niceto Alcalá Zamora, visitara Barcelona. Allí se celebró un partido de la Selección española de Fútbol y Montjuïc se llenó para ver a los hispanos batirse el cobre en un partido internacional.
El órdago de Macià, probablemente, fue una apuesta a la mayor para que no se olvidaran los acuerdos de una autonomía para Cataluña que se fijaron en el Pacto de San Sebastián de agosto de 1930. El viejo militar y político dijo que aquella había sido la decisión más dolorosa de su vida. En cualquier caso, permaneció como presidente hasta su fallecimiento en diciembre de 1933. Pero esa es otra historia digna de ser contada.
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