Retrato de un hombre con bigote prominente y uniforme militar sobre un fondo rosa con líneas negras.
OPINIÓN

El General Fernández Silvestre y la mixtura entre audacia, iniciativa e indisciplina

Manuel Fernández Silvestre representa la primera generación de militares africanistas que hicieron una carrera brillante

Imagen del Blog de Joaquín Rivera Chamorro

Hay un Silvestre previo al Desastre de Annual por el que tristemente pasó a la historia. Era un hombre afable en el trato, con un alto sentido de la lealtad hacia sus subordinados a los que defendía con razón o sin ella y que permitía entre ellos cierta camaradería. Sus más fieles colaboradores lo tuteaban y le acompañaban a todas partes, recibiendo el cariñoso apodo de “Los Manolos”.

Manuel Fernández Silvestre representa la primera generación de militares africanistas, aquellos que consiguieron, a caballo de los ascensos por méritos de guerra, hacer una brillante y rápida carrera.

Un hombre con bigote lleva un uniforme militar azul claro con cinturón y guantes blancos, adornado con medallas y cordones.

Fue la generación que se formó en la primera época de la Academia General Militar, una iniciativa de Arsenio Martínez Campos que consiguió unificar Armas y Cuerpos del Ejército, incluída la Guardia Civil, para que se educaran en un único Centro durante los primeros años. 10 promociones, entre 1882 y 1892, recibieron su formación entre los gruesos muros del Alcázar de Toledo, sede de la Academia de Infantería y de la General Militar durante la década que consiguió sobrevivir hasta su cierre por falta de presupuesto. 

La mayoría de los que pasaron por allí formaron parte de los batallones expedicionarios que desplegaron en la Isla de Cuba, o las Islas Filipinas desde el inicio de la sublevación separatista liderada por José Martí en 1895 y los movimientos de independencia filipinos.

En Cuba se libraba una auténtica guerra civil. No podemos olvidar que una parte importante de los oficiales que se hicieron célebres en África eran cubanos: Dámaso Berenguer, Manuel Fernández Silvestre, José Cavalcanti o Emilio Mola, por poner algunos ejemplos. Otros eran portorriqueños, como Manuel Goded Llopis.

La mayoría eran hijos de militares y en Ultramar había siempre contingentes importantes de tropas por lo que no es de extrañar tanto africanista de origen cubano. Por otra parte, familias enteras quedaron divididas en su apoyo o no a la sublevación de los mambises, que no era vista con los mismos ojos en las áreas rurales que en La Habana o Santiago.

Silvestre, por tanto, volvió a su Cuba natal para combatir a los separatistas en 1895 como parte de uno de los escuadrones expedicionarios. Sus hazañas bélicas, excediendo la temeridad, le produjeron heridas importantes, de alguna de ellas, como la de su brazo izquierdo, no llegó nunca a recuperarse del todo. Sus acciones le valieron dos ascensos, a capitán y comandante, ambos por méritos de guerra.

Los oficiales de los cuerpos facultativos de Artillería o Ingenieros renunciaban voluntariamente al salir de la Academia a aceptar recompensas que conllevaran ascensos, manteniendo una escala cerrada en la que la estricta antigüedad era la única razón para poder ser promovido de un empleo militar a otro. Los infantes y jinetes, por el contrario, conseguirían en Cuba una media de uno o dos ascensos por méritos de guerra en un periodo relativamente corto de poco más de dos años.

En 1904 fue destinado a Melilla, mandando un escuadrón de Cazadores. Estudió árabe con especial ahínco, llegando a obtener un sobresaliente en su examen para convertirse en intérprete de ese idioma. Curiosamente, el examinador fue un rifeño de nombre Abd el Krim, hijo de un notable de la kabila de los Beni Urriaguel y responsable del fracaso de Silvestre algunos años después.

Sus conocimientos del idioma y las costumbres de los habitantes del norte de África le ayudaron para, tras las responsabilidades adquiridas por España en la Conferencia de Algeciras, pudiera hacerse cargo de la jefatura de los instructores de la Policía xerifiana en 1908. En su labor de asesor para la formación de los tabores indígenas del sultán, viajó por todas las ciudades importantes de Marruecos, estableciendo relaciones con sus homólogos franceses, idioma que también dominaba.

Retrato de un hombre con bigote prominente y cabello peinado hacia un lado.

En 1910, dirigió las tropas españolas que habían desembarcado en Alcazarquivir y se convirtió en una especie de comandante militar de la zona, sin que esta estuviera oficialmente bajo influencia española. Se mensajeaba directamente con los ministros de la Guerra y de Estado en lo referente a todos los incidentes, que no fueron pocos, que se producían con franceses y marroquíes. 

Su ascenso a coronel se produjo rápidamente, quedando como responsable de las unidades militares en Larache. Durante su estancia allí había tratado de negociar con el Raisuni, caudillo yebalí y aspirante al sultanato, para que dejara de cobrar tributos de forma violenta. El caudillo no aceptó la injerencia del que había considerado su amigo hasta ese momento y continuó con sus actividades poco honorables.

Antes de la ocupación de Tetuán, lo que se hacía en aplicación del tratado del Protectorado marroquí por parte de Francia y España, el 23 de enero de 1913, el coronel Silvestre liberó 98 presos de unas mazmorras en las que el Raisuni los mantenía encerrados y encadenados como animales. Silvestre detuvo a algunos de los hombres del caudillo que se hacían cargo de la inhumana prisión, requisó más de 500 fusiles y varias decenas de miles de cartuchos. 

Esta acción se realizó por iniciativa propia del coronel, sin contar con la aprobación del Gobierno que tenía previsto entrar en Tetuán y que presentía que cualquier incidente con el Raisuni generaría problemas. 

El 27 de enero, el recién nombrado alto comisario telegrafió al coronel: «Es indispensable, a todo trance, que las relaciones con Raisuni sean cordiales y que medien con él buenas relaciones de amistad». El ministro de la Guerra hizo lo mismo, forzando a Silvestre a negociar con el caudillo: «No regresará a Larache sin haber zanjado todas las diferencias con Raisuni».

Silvestre se reunió con su otrora amigo en dos ocasiones, la primera el 19 de febrero y la segunda el 1 de marzo, resultando todo esfuerzo infructuoso.

Las frases, que se supone pronunció el Raisuni, pasaron a la historia por boca del propio Silvestre: «Tú y yo formamos la tempestad; tú eres el viento furibundo; yo el mar tranquilo. Tú llegas y soplas irritado; yo me agito, me revuelvo, estallo en espumas. Ya tienes ahí la borrasca».

Meses después las luchas contra el Raisuni se hicieron más intensas, tanto en la zona próxima a Tetuán y Ceuta, como en la de Larache, donde Silvestre consiguió rápidos avances con demostrada diligencia, acorralando al caudillo yebalí.

En junio de 1913, y debido a estas exitosas acciones, el Gobierno ascendió al coronel Fernández Silvestre a general, cuando la mayoría de los oficiales de su promoción de Caballería aún eran capitanes o comandantes. Su ascenso trajo consigo la confirmación de permanencia como comandante general de Larache. Silvestre tenía 41 años.

Dos hombres con uniformes militares blancos y gorras posan frente a un edificio.

A partir de ahí, el impulso que ejerció a las operaciones hizo aumentar la zona bajo control español en Larache en una franja de más de 75 kilómetros en un rápido avance. Al mismo tiempo, en Tetuán y Ceuta, se las veían y deseaban para poder mantener una delgada línea sobre la costa que uniera las dos ciudades. Los hombres de Silvestre lograron cercar al Raisuni que tuvo que poner pies en polvorosa abandonando su campamento.

La falta de coordinación del propio Gobierno con el alto comisario y los comandantes generales de Melilla, Ceuta y Larache generaba rocambolescas situaciones como que, mientras el general Marina, alto comisario, negociaba con el Raisuni por orden del ministerio de Estado, Silvestre quería hacerlo prisionero y acabar de una vez con el líder de todos los problemas de las tropas españolas en el sector occidental, que en aquel momento era mucho más problemático que el de Melilla.

Pronto surgió la problemática entre los egos y las diferencias de criterio del general joven e impulsivo con el veterano y paciente representado por Marina. El Gobierno quiso ascender al general Marina a capitán general, de ese modo, se le relevaría al frente de la Alta Comisaría y se podría llevar al general jordana, que estaba haciendo un trabajo muy diligente en Melilla, a ocupar el puesto de mayor responsabilidad de la zona española del Protectorado. 

Marina, no obstante, se olió la maniobra y rechazó el ascenso. Lo cierto es que él era el alto comisario y la actitud de Silvestre, en términos estrictamente castrenses, era de constante indisciplina y desafío.

La culpa de lo que sucedía no era exclusiva del comandante general de Larache, sino del ministerio de la Guerra, y por tanto del Gobierno, que consentía los contactos directos puenteando al teniente general Marina y creando una absurda situación que lo único que conseguía era confundir a todo el mundo. El Raisuni, muy pronto, sabría aprovechar las grietas que esta disputa dejaba en la política española en Marruecos.

En febrero de 1915, Silvestre acudió a la llamada del alto comisario y se entrevistó con él. El general Marina le comunicó que se estaban llevando a cabo conversaciones con El Raisuni y que no convenía continuar las operaciones desde Larache. 

El general Marina concedió un salvoconducto a un rico comerciante de Tánger que era agente de El Raisuni. Silvestre estaba convencido de que Ahmed Akalay, que así se llamaba el negociante, era un traidor y que conspiraba contra los intereses españoles. 

El 15 de mayo de 1915, con su salvoconducto firmado por el mismo alto comisario, salió Ahmed de Tánger hacia Tazarut, donde El Raisuni tenía en ese momento su Cuartel General. Ahmed Akalay apareció estrangulado junto a su acompañante. El incidente era un desastre para las pretensiones del general Marina, se abrió una comisión de investigación dirigida por el delegado interino de Asuntos Indígenas, en ella participó el comandante Luis Orgaz Lloldi, como representante de la Comandancia General de Larache.

Un grupo de personas vestidas con uniformes militares y ropa tradicional se encuentran reunidas al aire libre.

El resultado de la investigación de la Comisión fue demoledor. Se dictaminó que Akalay había sido ejecutado ante la presencia de oficiales españoles del Cuartel General de Silvestre en Arcila. Es más, al registrar el cadáver, habían encontrado un recibo de más de 50.000 pesetas en favor del Raisuni para que su harca se sometiera durante un mes, que este emplearía en la compra de armamento. 

En Tánger, defensores del Raisuni acusaron a España y hubo gran indignación por parte de los franceses desde Fez. Este escándalo salpicó de lleno a Silvestre, que defendió a sus subordinados y los exculpó de toda responsabilidad.

Marina hizo valer su autoridad, llegó por barco a Larache y ordenó la detención de los oficiales implicados, tres de ellos fueron condenados a cumplir un año en un castillo. Los asesinos fueron atrapados y entregados al bajá de Arcila que los sentenció a muerte, ejecutándoles inmediatamente. 

El general Marina dimitió al percatarse de que tras este incidente las posibilidades de pacificar la zona sin acabar con la harca por métodos violentos eran inexistentes. Silvestre fue relevado. El espectáculo tuvo repercusiones. Todo el mundo sabía que El Raisuni tenía apoyo alemán para hostigar a los franceses en Marruecos.

Al descubrirse los apaños del alto comisario con el caudillo, se acusó a España de colaborar con Alemania. Sin quererlo y por el tremendo desajuste y falta de coordinación entre Tetuán y Larache se organizó un lío tremendo. Recuerden que Europa estaba inmersa en plena Guerra Mundial. 

El Gobierno, mero espectador de tal barullo y tan culpable como sus protagonistas, pidió para el general Marina la cruz de San Fernando y nombró alto comisario a Gómez Jordana, el general que tan buenos acciones había acometido en Melilla. Para sustituir a Jordana que, además, había sido ascendido a teniente general, se nombró al general Aizpuru como comandante general de Melilla. 

Fernández Silvestre fue propuesto para una cruz de María Cristina y nombrado para cubrir una vacante en la Casa Militar de Su Majestad. Esta forma de encubrir la inacción del Gobierno acercó a Silvestre al rey, con quien habría de compartir muchos viajes y audiencias y con quien permanecería como fiel escudero hasta 1919.

La crítica no se hizo esperar. Decía Leopoldo Romeo y Sanz, de La Correspondencia de España que, si el éxito de ambos había merecido tales recompensas, no se entendía la razón de no haberlos mantenido en su puesto y si habían fracasado y por ello eran relevados, no se comprendían las recompensas. «¡Pobre país! Todo a fuerza de vaselina». Desgraciadamente, no hemos cambiado tanto. 

Silvestre regresó a Ceuta en 1919 y un año más tarde se hizo cargo de la Comandancia General de Melilla donde repitió su característico impulso en las operaciones, pero esa es otra historia digna de ser contada. 

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