Un grupo diverso de personas con vestimenta cultural se reúne bajo una fila de banderas mientras dos de ellas se dan la mano y otras sostienen libros e instrumentos musicales.
OPINIÓN

Fórum Universal de las Culturas

¿Debemos renunciar a nuestra cultura para que las personas migrantes no renuncien a la suya?

Hace 20 años, cuando ‘mileurista’ aún era un término despreciativo y cuentan las leyendas que había quien tenía casa e hijos antes de los 35, se inauguraban en la Ciudad Condal un espacio y un evento con coste al erario público de aproximadamente 3.000 millones de euros (por ponerlo en perspectiva, y según presupuestos generales del Estado 2023, a la postre prorrogados y aún vigentes, el Ministerio de Justicia recibe anualmente del Estado 2.291 millones, aunque sin duda no es tan ‘transformador’ ni ‘disruptivo’) y que había, decían, de transformar esta ciudad:

Con principios altisonantes, como la defensa de “las libertades individuales”, la propuesta de una “nueva modernidad basada en el diálogo, la negociación y el acuerdo, y no en el conflicto y la guerra”, la “desprivatización de los recursos naturales” o “la diversidad cultural como patrimonio de la humanidad”, el Foro Universal de las Culturas había de alumbrar una nueva Barcelona (que inspiraría a un nuevo mundo) en que “ciudadanos y ciudadanas” “libres” convivirían “en el diálogo y en el acuerdo” en “un marco de diversidad cultural” que es “expresión de libertad”.

Una entonces Ministra de Cultura cuyo nombre aún hoy resuena en los pasillos de Ferraz y de la Ser escribía en El País para la ocasión: “La cultura, las culturas. Empecemos a usar el plural”; nos lo están “demandando los valores democráticos”.

Pese a todo, hubo quien entonces criticó el Fórum: No bastaba a los objetivos planteados, decían. No iba lo suficientemente lejos. Pese a su defensa de la “multiculturalidad”, afirmaban, los mismos entes públicos “organizadores” son, pese a ello, “quienes hacen ilegal la inmigración” (¡vaya monstruos!). Incluso, temían, podía tratarse de una treta o “laboratorio” del “fascismo posmoderno”, que ya se sabe adopta muchas formas (Assemblea de Resistència al Fòrum; 2004).

Pues bien, y fuera o no mera excusa para pelotazos urbanísticos (que parece que lo fue):

En aquel entonces, los nacidos de uno o ambos progenitores extranjeros en Cataluña suponían alrededor del 23% de los nacimientos totales (Centre d’Estudis Demogràfics; 2006). Hoy, hasta el 49% de los niños y niñas nacidos en Barcelona, devenida verdaderamente en tal Foro Universal de las Culturas, lo son de madre y/o padre foráneos (CEU 2024), y nadie osa poner en duda (otra cosa es que le guste) el carácter ‘multicultural’ de la ciudad ante la incontestable evidencia que suponen las mareas de ‘guiris’ expats y turistas que, por las Ramblas, el Puerto o el Raval (los más despistados) pagan a 3,5 € la cerveza y a 200 €/noche el Airbnb o las legiones de paquistaníes que, al caer la noche, venden por las calles ‘birra a un euro’ para pagar el alquiler de algún cuartucho compartido.

Imagen de una madre caminando junto a dos niñas en Barcelona

Y en esta perspectiva, dos noticias:

Por un lado, y después de años de polémicas con las vanguardistas reinterpretaciones del concepto bajo los mandatos Colau y Collboni, Barcelona finalmente prescinde de su tradicional Belén de Plaça Sant Jaume. Lo sustituye una escultura de nombre Origen, una estrella que “simboliza la harmonía y la perfección presentes en la naturaleza y el universo, remite al Big Bang y homenajea a la geometría cósmica y los ciclos naturales”, y que ha costado a los contribuyentes barceloneses y de todo el ‘Principat’ (pues parte del presupuesto corre a cargo de la Generalitat) alrededor de 145.000 €.

Por otro, y en similar sentido, en el barrio del Raval y a fin de “acercar las fiestas a todo el mundo”, este año se ha optado desde las entidades responsables de la decoración para estas fechas “huir de las tradicionales luces de Navidad” y de todo motivo religioso pues “en un entorno tan multicultural no tiene demasiado sentido”.

Añadía el autor del proyecto, Imanol Ossa, que ha costado 65.000 € pese a realizarse íntegramente con bombillas “alquiladas” (se intuye que por aquello del reciclaje y la sostenibilidad más bien que por el coste: que lo verde no nos quite el pelotazo), que ello también hace el barrio más cómodo a quienes “siendo de aquí no nos sentimos identificados (…), que somos unos cuantos”.

Y yo, pobre ingenuo, no puedo evitar preguntarme: ¿Dónde ha quedado aquello de las “memorias compartidas, creadoras de comunidad” que altisonantemente firmaban en 2004 nuestros políticos, medios, instituciones y ONG? Pues una cosa es defender el ‘crisol de culturas’ con cuanto tiene de potencial para el intercambio y la creatividad y otro ver morir tu identidad.

Una calle iluminada por luces de colores con personas caminando por la acera y edificios a ambos lados.

Mientras la Generalitat de Catalunya felicita a sus trabajadores del Departament d’Educació en Girona el “solsticio de invierno” o, a fin de que cada persona pueda “llevar el vestido de baño que quiera y en el que se sienta más cómodo” autoriza el uso de ‘burkinis’ en piscinas públicas y privadas, los símbolos cristianos de raigambre centenaria en nuestra tierra van desapareciendo uno a uno en supuesto ‘respeto’ a la ‘diversidad’.

Entiendo que no cuestionarán que sean “memoria” (la ‘Fira de Santa Llúcia’ de figuritas de pesebre lleva celebrándose dos siglos y medio de manera ininterrumpida, por ejemplo); será que no son lo bastante “compartida”.

Debe ser por eso mismo que nuestros políticos, tan laicos ellos y con el expresidente de la Generalitat a la cabeza, no tienen inconveniente en felicitar el Ramadán, una costumbre como se sabe transversal, moderna y pluralista que une muchísimo a todos los catalanes y catalanas en ilusionada espera anual por el advenimiento de tal fecha.

La diputada de las CUP Basha Changue afirmaba, en una intervención ante el Parlament en poco hará ya un año (21 de diciembre del 23): “[Las personas migradas] no (…) tenemos que renunciar a nuestras herencias culturales, una parte de quien somos” para “encajar en este mundo”, en esta tierra, en esta patria.

Primer plano de Basha Changue en un mítin de la CUP en Barcelona

Dejando de lado las más que razonables críticas a las limitaciones del modelo pluralista liberal y a la concepción moderna del individuo irreductible y autodeterminado; que muy bien se podrían plantear en base a más de 2000 años de tradición de teoría política, desde Aristóteles a Rousseau, que postulaba la necesidad irrenunciable de un sustrato común a la comunidad política, de una base de valores culturales y morales compartidos; las cuales, por otro lado, se hace evidente cuando países como Noruega han tenido que poner en marcha cursos de educación sexual y en materia de género para refugiados a fin de que “al menos sepan la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal”, y con manuales con afirmaciones tan reveladoras como: “Obligar a alguien a tener sexo está prohibido en Noruega, incluso si estás casado con esa persona”.

Omitiendo también el extraño olvido de todas las fuerzas supuestamente ‘progesistas’ de cualquier defensa de lo común, compartido y hasta transmitido de padres a hijos para enfocarse en que ‘cada uno’ pueda ‘ser como quiera ser’; o la miopía con que se ignora el posible y hasta inevitable conflicto entre modos de ‘ser’ suficientemente divergentes entre sí.

Pasando por alto que, en todo caso, es más que dudoso que las diferentes comunidades migrantes quieran una sociedad absolutamente laicizada (no parece el caso) y con referencias culturales de Hacendado/Hollywood de un universalismo amorfo y uniformizante (estrellas, lucecitas de colores); en todo caso pareciendo más probable (y esto sí sería diversidad, y no el borrado de nuestras tradiciones) que quisieran más bien aumentar la visibilidad y difusión de sus propios símbolos y prácticas religiosos como culturales.

Ignorando incluso, como ya se decía, todo esto:

Afirmaba la diputada Changue que las personas migrantes no tienen por qué renunciar a su herencia cultural para encajar en Occidente.

Bacha Changue en el Parlament hablando sobre los abusos a menores

La obligada pregunta socrática es: ¿Estamos las personas ‘no migrantes’ obligadas a renunciar a la nuestra para que lo hagan?

Parece como si el progresismo patrio, inundado de un sentido de redención católico tan irónico como intuible en el mesianismo de los primeros textos socialistas, quisiera expiar hoy con ‘acción afirmativa’ (pues ‘discriminación positiva’ es un sintagma para fachas) cada pecado que un día pudieran cometer contra otros colectivos siquiera potencialmente nuestros ancestros (que me expliquen a mí que tiene que ver Cataluña con el colonialismo en África).

Pero se les olvida el argumento, tan claro como evidente, que planteaba el politólogo Jorge Verstrynge respecto a quienes matizan esa misma descolonización del ‘continente negro’ con el argumento del ‘derecho a existir’ de quienes, como el propio profesor Verstrynge, habían nacido y vivido desde siempre allí siendo culturalmente europeos, como inmigrantes de tercera, cuarta, quinta generación, que querrían poder haber seguido haciéndolo, pues, y que tampoco tenían por qué renunciar a “una parte de quién eran” para “encajar” en ningún sitio.

Al final, decía el profesor y más allá de cualquier otro argumento, esto es muy fácil:

Si querían que nos fuéramos, pues “había que irse”: Porque aquella “era su tierra”. Y esta es aún la nuestra.

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